Cultura

Literatura y maltrato animal

La literatura, como reflejo de la realidad circundante, nos ha regalado numerosas obras en que el maltrato animal se evidencia como canalización de las frustraciones humanas.

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26
marzo
2024

El Colegio Militar Leoncio Prado fue fundado en la localidad de Callao (Perú), en 1943. Allí estudió el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. La fama de la institución tiene mucho que ver con el literato, ya que la utilizó como escenario de su novela La ciudad y los perros (1963). En dicha obra, el autor peruano utiliza su antiguo centro educativo como metáfora de la violencia que impera en la sociedad. En sus páginas, se conoce como «perros» a los cadetes que ingresan a la institución. El apelativo con que les bautizan los alumnos mayores tiene su origen en las innumerables vejaciones a que estos les someten. La supuesta docilidad del llamado «mejor amigo del hombre», y la fidelidad que hacia este se supone que siente, propician que sean metafóricamente objeto de todo tipo de maltratos. Pero en las páginas de esta célebre obre también aparece una perra real, de nombre Malpapeada. Ella, a pesar de contar con el cariño de uno de los protagonistas, sufre también su ira cuando este le rompe una pata. A partir de ese momento, la perra pasa a ser llamada Malpateada.

El maltrato animal está presente en numerosas obras literarias, tal vez como reflejo de la realidad que nos rodea. Si Vargas Llosa lo utilizó de manera metafórica, otro Nobel de Literatura, Camilo José Cela evitó las metáforas al describir cómo el protagonista de La familia de Pascual Duarte (1942) asesina, siendo aún niño, a su perra Chispa. La perrita era, según se deduce de páginas anteriores, su mejor amiga. Pero un día intuyó en su mirada un reproche. Fue el detonante del crimen. Años más tarde, el mismo Pascual Duarte, incapaz de retener su natural irascible, propina veinte cuchilladas a la yegua que ha provocado el aborto de su esposa.

Teniendo en cuenta que toda literatura costumbrista no es más que puro reflejo de la realidad circundante, es comprensible asimilar que el maltrato animal es una práctica demasiado humana, y que cuenta ya con demasiados años a sus espaldas.

En épocas anteriores a las narradas por Vargas Llosa y Cela se sitúa la mítica novela de Jack London, La llamada de lo salvaje, concretamente en el siglo XIX. El protagonista absoluto de la novela es un perro, Buck. El animal lleva una vida calma en un rancho, hasta que es robado y vendido a unos buscadores de oro que, tras demostrarle los extremos de crueldad a que puede llegar el ser humano, le utilizan para arrastrar trineos. Buck conoce, entre otras muchas desgracias, la «ley del garrote y el colmillo» que consiste en ser apaleado con un garrote hasta desfallecer y no tener capacidad para la más mínima dentellada de rebeldía.

Pareciese que de perros va la cosa del maltrato animal en la literatura, pero hay otros seres vivos que sufren los vaivenes emocionales de los humanos en las páginas de las novelas que, a muchos, nos han formado. Cómo olvidar la incontenible rabia, diríamos psicopática, del capitán Ahab en su tarea vital de acabar con Moby Dick, la gran ballena blanca. Si bien el inmenso mamífero marino apenas aparece en las páginas de tan inolvidable novela, la furia del marino acuchilla cada una de estas mostrando que un animal puede convertirse en objeto de las más viles frustraciones humanas.

El comediógrafo latino Plauto hizo célebre el dicho de que «el hombre es un lobo para el hombre», evidenciando la crueldad del ser humano

Pero, regresemos al «mejor amigo del hombre». Uno de ellos, concretamente un cocker spaniel, también ha pasado a la historia de la literatura con mayúsculas. La culpable: Virginia Wolf, la escritora fundacional del modernismo británico. Si bien trató en varias obras ciertas cuestiones que hoy tildaríamos como disección de lo transgénero, con Flush llevó dicho concepto al reino animal. La novela narra la vida de un perro desde su propio punto de vista. Lo que evidencia es algo que, en estos tiempos de defensa animal, deberíamos tener muy en cuenta. Flush vive en una granja, hasta que se convierte en un regalo para una dama de ciudad. Su vida cambia radicalmente y, si bien no es maltratado, reconoce que nadie le ha pedido permiso para ubicarle en una gran ciudad en la que echa de menos sus largos correteos al aire libre. La obra de Wolf obliga a recapacitar sobre lo conveniente de encerrar a un can entre cuatro paredes.

La cuestión es que cualquier maltrato animal de los que la literatura nos ha descrito tiene su origen, obviamente, en el ser humano, siempre atento únicamente a sus propias apetencias. George Orwell, por supuesto, no pensaba en el maltrato animal cuando escribió Rebelión en la granja, esa especie de fábula absolutamente mordaz sobre los excesos del socialismo soviético. Pero si analizamos bien la obra comprenderemos que los propios animales, cuando hacen suyas las consignas humanas, y no antes, se convierten en verdaderas bestias. Al fin y al cabo, ya 200 años antes de Cristo, Plauto dejó escrito en su comedia Asinaria, que «lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro».

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