Pensamiento

«España gasta más en mayores que en jóvenes y eso estimula el populismo»

Fofografía

Saúl Ruiz
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21
marzo
2024

Fofografía

Saúl Ruiz

Michael Reid (Inglaterra, 1952) fue corresponsal de ‘The Economist’ en España entre 2016 y 2021. Es un agudo conocedor de la realidad española, que contempla al margen de hormas ideológicas. En ‘España‘ (Espasa, 2024), su tercer libro, que ahora ve la luz en castellano, escribe una intensa crónica política que cubre la última década, pero también realiza incursiones históricas y repasa las transformaciones económicas, sociales y morales más relevantes del país. Hablamos con él en un hotel de Madrid.


Ha escrito sendos libros sobre América Latina y Brasil, realidades aparentemente más complejas que España, y ninguno de esos dos proyectos le planteó dudas de partida; sin embargo, ha mencionado que en el caso español sí las tuvo. ¿Por qué?

Porque hay demasiados libros sobre España escritos por británicos y uno necesita tener algo específico que decir para sumarse a esa carga editorial. Me convencí, sobre todo, al leer los comentarios de la prensa anglosajona sobre el otoño catalán de 2017; en muchos casos eran equivocados y no mostraban un entendimiento real de la situación. Estoy hablando, sobre todo, de quienes realizaron visitas coyunturales al país, no tanto de los corresponsales. Y también llevaba tiempo pensando en cómo era posible que este país, que yo había visitado desde comienzos de los 70 y que había sido muy exitoso en la Transición y los 30 años posteriores, hubiera acumulado tantos problemas y tensiones. Me refiero a la recesión económica, la corrupción, la polarización política y el surgimiento de los populismos, por citar los más relevantes. Quería saber si eso se debía a algún defecto inherente de la Transición o del propio país, o si era más bien la expresión de algunos de los males propios de las democracias occidentales en general, que era lo que a mí me parecía y lo que he tratado de demostrar. España, como todos los países, tiene sus particularidades, que concretamente son dos: la fuerza relativa de los nacionalismos periféricos y la profundidad de la división entre izquierda y derecha. Pero eso no la hace excepcional, como han señalado tantos comentaristas a propósito del problema de Cataluña y de otras cuestiones. Por tanto, mi objetivo en el libro ha sido doble: explicar que los problemas españoles no eran excepcionales y señalar dónde, efectivamente, había que buscar las particularidades.

¿Cómo se expresaba ese excepcionalismo al que se refiere?

En líneas generales, se presentaba la reacción del Estado a aquellos acontecimientos [el referéndum ilegal y la intervención de la autonomía catalana] como la propia de un Estado autoritario, cuando el Estado lo que trataba era de defender la Constitución. Otra cosa son las sentencias judiciales, donde tengo una opinión más matizada, pero en ese momento el Gobierno, en líneas generales, hizo lo que habría hecho cualquier democracia. Y, si eso fuera poco, esa respuesta se vinculaba a menudo con el fantasma de Franco, como si de algún modo el dictador todavía dirigiera la realidad.

«España tiene sus particularidades, concretamente dos: la fuerza relativa de los nacionalismos periféricos y la profundidad de la división entre izquierda y derecha»

En cuanto a las particularidades reales del país, usted para explicarlas se remonta al siglo XIX, cuando España, a diferencia de otras naciones europeas, no logró extender la alfabetización ni crear una fiscalidad eficiente para financiar su desarrollo.

Es una historia larga, pero efectivamente, si uno quiere trasladar la pregunta de Vargas Llosa de «cuándo se jodió el Perú» a España, yo diría que un poco antes de 1808. Si el esfuerzo modernizador emprendido por Carlos III hubiese durado dos generaciones más, el país podría haber tomado otro camino. Pero la debilidad relativa del Estado, que ha sido una constante histórica y fue agudizada por la pérdida de las colonias, y la Guerra Napoleónica, que en parte fue consecuencia de esa debilidad, hicieron que España no pudiera desarrollar sus infraestructuras ni mejorar su capacidad recaudatoria cuando otros países europeos sí lo estaban consiguiendo. Tampoco extender la educación pública, algo de lo que también es responsable la Iglesia. Ahí están los antecedentes.

Y cuando esa modernización se impulsó, durante la II República, no hubo dinero para financiarla. ¿Fue ese el mayor problema del periodo republicano?

En parte, sí. Que la experiencia republicana coincidiera con la primera gran depresión económica mundial fue desafortunado. La II República quiso cambiar demasiadas cosas a la vez, más de las que la España del momento podía digerir, pero no hay duda de que la falta de fondos fue un problema importante que de alguna manera impactó en ese primer problema, en el sentido de que las expectativas generadas no se pudieron cumplir. 

Menciona a Azaña como «el más grande de los liberales españoles», pero los historiadores señalan que su figura es más matizada.

Yo también creo que tenía defectos, pero creo que el suyo era un liberalismo de verdad, en la tradición de la Constitución de Cádiz. Sé que no todo el mundo estará de acuerdo, pero en España se cree que el liberalismo es una mezcla de conservadurismo y libertarianismo, y ese no es el liberalismo auténtico.

Azaña comparte elogios en su libro con Rajoy. No es nada habitual.

¿El qué, reconocer méritos a Azaña y Rajoy? Lo sé, pero ambos tenían cualidades, qué se le va a hacer. Los defectos de Rajoy eran obvios. Digamos que era un hombre con poca imaginación. Pero acertó en lo esencial: se empeñó en demostrar que España no necesitaba un rescate completo y la recuperación económica que logró le dio la razón. Se habla mucho de la reforma laboral del Gobierno de Sánchez, que, por más que se la atribuya Yolanda Díaz, es de la Comisión Europea y de Nadia Calviño. Pues bien, sus líneas generales siguen siendo las de Rajoy: flexibilidad y control de los contratos temporales. Es lo que ha permitido poder crear empleo cuando el crecimiento no es muy marcado. Y respecto al tema catalán, digamos también la verdad: Sánchez apoyó a Rajoy.

Dedica abundante espacio a eso que se conoce como «memoria histórica». Una nación democrática, ¿necesita hallar una memoria común sobre el pasado?

Pienso que en países que han sufrido una guerra civil con tantas secuelas es muy difícil. Y también creo que recordar, siendo importante, no es una obligación. En cualquier caso, es preferible que lo hagan los individuos y la sociedad antes que el Estado, sobre todo si lo que este quiere es construir una memoria hecha a la medida de ciertas necesidades políticas.

Cuando se habla de la Guerra Civil y cómo recordarla, uno piensa: ¿no bastaría con unos mínimos, como reconocer que el golpe fue ilegal, que es responsabilidad del Estado recuperar los restos de las víctimas de la Guerra Civil y de la Dictadura cuyas familias así lo deseen y que tan víctima fue García Lorca como Muñoz Seca?

Absolutamente, y conste que yo escribí hace ya tiempo que era un sinsentido que en una democracia un dictador tuviera una tumba de Estado, como pasó con Franco. Lo que no apoyo es que nos den clases de historia los políticos. Para eso ya están los historiadores. Y, por cierto, ¿qué queda por saber de la Guerra Civil? En realidad, muy poco.

A propósito del debate sobre el pasado, ¿qué opinión le merece el término Tercera España?

 Positiva. Creo que era la mejor España y que en buena medida perdió doblemente: primero con el terror rojo y luego con el franquismo. Me refiero, claro, a esa parte de la Tercera España que inició la guerra en la zona republicana.

«No apoyo que nos den clases de historia los políticos»

El argumento que se suele oponer es que, si bien había antidemócratas en ambos bandos, la razón política solo la tenía el bando republicano.

Estoy de acuerdo: todos aquellos planteamientos que no partan de que la República era un régimen constitucional y democrático y los insurgentes no lo eran no valen. Esa es la razón política básica. Ahora bien, dicho eso, hay matices; y, por otra parte, las razones morales, aquellos factores que individualmente llevaban a apoyar a uno u otro bando, son también complejas muchas veces. En todo caso, la visión actual de la Guerra Civil está sesgada a ambos lados: en la derecha, pervive la negación histórica; pero la izquierda también mantiene una narrativa no acorde con los hechos, negando la escala del terror rojo y olvidando deliberadamente que muchos en el lado republicano, como Largo Caballero, no eran demócratas. Lo que más me interesa del término, que habitualmente se refiere sobre todo a los intelectuales y políticos que renunciaron tanto al fascismo como a la revolución comunista, es que también representaba la posición de muchos españoles de la época.

Socialmente, ¿polariza más la memoria histórica o la cuestión territorial?

Creo que depende del momento y del lugar. Curar las heridas de una guerra civil es muy difícil y lleva, inevitablemente, mucho tiempo. En cuanto a la cuestión territorial, es obvio que en Cataluña en 2017 hubo mucha polarización entre ciudadanos, como antes la había habido en el País Vasco por el terrorismo. Pero también me parece importante señalar que formas de polarización que se dan en otros países no se dan en España.

En el libro desmonta las falsedades y las medias verdades del independentismo, pero también dice que sus líderes, políticamente, no se alzaron contra el Estado, sino que desobedecieron. ¿El Estado cargó demasiado las tintas?

 Lo que digo es que está fuera de toda duda que judicialmente cometieron desobediencia. Ahora bien, pienso que los delitos de sedición [por el que finalmente fueron condenados los principales líderes del movimiento] y rebelión implicaban una violencia que no se dio. A título personal, lo que políticamente me hubiera gustado ver es inhabilitación por un tiempo muy largo y multas, pero no cárcel.

La variable generacional, ¿debería estar más presente en el debate público?  

Sí, la cuestión generacional es una de las más determinantes para el país, pero España gasta más en mayores que en jóvenes, lo que en parte explica el auge del populismo durante los últimos años, como hemos tenido ocasión de comprobar elección tras elección.

¿Ve que esa mayor atención se pueda producir?

No me parece tan obvio, porque hay un grado creciente de desconexión política de la ciudadanía que se explica por el cinismo de la clase política. Ahora bien, corresponde a los jóvenes hacer valer el poder de su voto. Ahí empieza la presión. ¿Por qué han subido las pensiones más que la inflación durante los últimos 15 años? Porque los mayores votan.

«España tiene que asumir que su problema demográfico solo se va a resolver aceptando inmigrantes»

A ese respecto, dice: «El Estado de bienestar en España redistribuye principalmente del que tiene al que tiene». ¿Eso significa que los jóvenes van a recibir poco de él?

Menos que sus padres, sin duda, porque las pensiones van a requerir más y más recursos. Pero también es cierto que recientemente se han aprobado medidas redistributivas que yo he apoyado, como el Ingreso Mínimo Vital, que se introdujo durante la pandemia y en mi opinión es positivo porque en España hay un problema de pobreza infantil importante que esa medida combate.

¿Qué va a mejorar la situación económica de los jóvenes? ¿Elevar salarios? ¿Construir vivienda pública? ¿Regular alquileres en zonas tensionadas?

Fijar alquileres, seguro que no: es una medida que no funciona porque reduce la oferta. Eso está comprobado. Contestaré de un modo más amplio: en general, España tiene que asumir que su natalidad es muy baja y que su problema demográfico solo se va a resolver aceptando inmigrantes. Esta es una cuestión que debería implicar también a los jóvenes, porque esos inmigrantes son quienes en parte van a pagar sus pensiones. Y su llegada implicará seguramente nuevas tensiones en el mercado de la vivienda. En este ámbito, la mejor solución, para España y para otras democracias occidentales, es construir vivienda pública, pero lo que tienen por delante las nuevas generaciones va más allá. Hay que ver el cuadro completo.

Echa en falta que se debata de inmigración, pero también de muchas otras cuestiones, como señala al final del libro.

Sí, España necesita reformar la educación, la formación profesional y la administración, que en general no es moderna ni eficiente. También debe definir su lugar en el mundo: basta con echar un ojo a los datos de comercio, actividad económica o inversión extranjera para reconocer que ha avanzado mucho, pero tiene unos vecinos complicados y de eso hay poca conciencia. ¿Por qué rechazó participar en la operación de la UE para asegurar la navegación en el Mar Rojo? ¿Es que no llegan importaciones a España a través de ese paso? ¿Va a hacer que los contribuyentes de otros países paguen por los consumidores españoles que reciben bienes importados por el Mar Rojo? Entiendo que la razón es que el Gobierno no quiere apoyar una operación de EE.UU. y el Reino Unido por la posición de estos países en el tema palestino, pero el único objetivo de la operación es asegurar la navegación. Es un tema básico de cooperación mundial y no se entiende que España se niegue. A veces el país es demasiado free rider cuando su posición debería ser más esperable.

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