Cultura

«El populismo es 
un arma tan peligrosa como el golpe de Estado»

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Javier Lorente
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21
junio
2021

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Javier Lorente

Una novela intensa, sin tregua, adaptada al teatro con acierto impecable, dirigida por Carlos Saura e interpretada por Juan Echanove (Madrid, 1961). Ese es el resumen de ‘La fiesta del chivo’, una adaptación del libro del Nobel Mario Vargas Llosa que regresa por cuarta vez a Madrid para recordar, en pleno estío, que el fantasma de la maldad no solo toma cuerpo en cualquier momento, sino que convive con nosotros. Basada en hechos reales, narra los últimos días del dictador Trujillo en la República Dominicana durante la década de los sesenta, un asunto que abre surcos por los que discurre la conversación más actual: la venganza, los populismos, la pandemia, la cultura y la estupidez humana.


Pareciera casi imposible llevar una obra tan densa y prolija como La fiesta del chivo al teatro. 

De hecho, lo que me llevó a decidir participar en la producción fue la adaptación de Natalio Grueso, porque el texto es el material con el que tienes que hacerlo todo, donde te la juegas. Por muy bueno que sea el reparto, la dirección escénica, los técnicos, si la historia no consigue llevar un correlato con el que el espectador vibre durante toda la función, estás perdido. Natalio Grueso conservó la vía argumental: Urania Cabral regresa a la República Dominicana para vengarse, después de treinta años, de su pasado, de su padre; que es un guiñapo y un cómplice de tortura. Él fue quien entregó a su hija a Trujillo, el dictador, en sacrificio sexual. Esa línea argumental hace que podamos construir desde la imaginación las escenas que ella recuerda como las más horribles de su vida y dotarlas de vida. El espectador se pasa toda la función pensando «¡qué barbaridad!». Esto también es posible porque es una historia plagada de detalles que hacen que uno pueda oler, palpar, ver en precisión todo lo que ocurre a través de la palabra, en la que nos hemos basado para transportar esas emociones trabajando de manera coral. Lo sólido de la versión es lo que nos ha permitido crear este concierto de seis voces.

Usted lo acaba de mencionar, la venganza, eje de La fiesta del Chivo y de tantas otras historias, como Moby Dick. ¿Es lícita y sana la venganza?

La venganza es la venganza. Nadie se plantea una venganza por si es eso que dices –lícita, sana, justa–. Cuando uno quiere vengarse desaparecen los conceptos éticos y queda contaminado de venganza hasta que esta no se lleva a cabo. Los efectos de la venganza son demoledores contra quien se ejerce, pero no son gratis para quien la realiza. Vengarse es un acto enormemente estúpido e inútil precisamente porque te cae encima, siempre (hasta cuando triunfa), porque es demasiado peso por el daño creado. No creo en la venganza de manera cotidiana, no tengo ese sentimiento de desearle algo malo a alguien. Si algo nos ha enseñado esta vida es que es demasiado corta y frágil como para perder el tiempo en venganzas. Lo de Urania Cabral es la historia de una niña de 13 años otorgada en sacrificio sexual por su padre al dictador Trujillo. Estas cosas ocurrían en la República Dominicana, pero, como dices, la venganza literaria que establece Vargas Llosa no es solo la de Urania, es la venganza de un pueblo que está subyugado durante más de 30 años a un dictador que, a cambio de una supuesta prosperidad, ejerció los más horribles modos de gobierno y conducta. Se convirtió en un genocida, y es un tipo que está enterrado en Mingorrubio. Cuando lo vemos palpable es terrorífico y uno se cuestiona cómo es posible que todo el mundo mirase para otro lado. Lo mismo que te preguntas hoy en día ante tantas cosas que suceden en este país.

¿Podría repetirse un Gobierno despótico en nuestro país?

Esa es una de las conclusiones, me parece, que uno saca al ver la función. Que no podemos decir que las tenemos todas con nosotros por el hecho de vivir en un estado democrático. La obra nos recuerda que los fantasmas humanos, las más horribles tendencias, se esconden –conviven– entre nosotros y, en un momento dado, como células durmientes terroristas, se activan y son capaces de generar el mayor daño alrededor: malos tratos, nepotismo, acoso… cualquier forma que quieras imaginar. La persona que es capaz de eso ha vivido entre nosotros, hemos comido con ella, y nunca la hubiéramos imaginado así. Los malos esperan entre nosotros para hacer el mal.

 ¿Cree que hay mucho Trujillo campeando por la política en la actualidad? 

No, no. Sería injusto decir que sí y llevar el posible razonamiento de mi descontento a equiparar a la clase política con Trujillo, a cualquiera de los líderes políticos con este dictador, sería injusto. Pero ojo: podrían venir, no me cabe duda. Una sociedad enfrentada es el mejor caldo de cultivo para este tipo de psicópatas, así como el invierno y los sitios cerrados alientan la transmisión de la covid-19. Creo que los tiempos que corren no permitirían la aparición de personajes así, pero en Francia ya pueden ganar unas elecciones.

«Nunca he cambiado mi estimación hacia alguien por su manera de pensar: una cosa es el artista y otra lo que opine como ciudadano»

¿Se refiere a la ultraderecha?

Sí. En España su presencia es más potente y más real, no sólo en número de diputados, sino en las sociedades de Gobierno y otros ámbitos. Son pequeños avisos de que el mando y estado de excepción continuo están en la cabeza de mucha gente.

¿Puede el espectador reconocer a ese pequeño Trujillo que, cabe la posibilidad, lleve dentro?

Si alguien tiene connivencia con cualquiera de las cosas que hace o dice Trujillo en esta función, le recomendaría que fuera al médico, de verdad; por pequeño que sea ese Trujillo, si resuena esa capacidad de humillar, de sembrar el pánico, de destruir como él hace, habría que ponerlo en cuarentena. Después de casi dos años representando esta función estoy en condiciones de afirmar que el espectador se va de la sala habiendo recibido una serie de escenas brutales que nunca hubiera podido imaginar. No hay espacio para la comedia. Todo es drama llevado hasta sus últimas consecuencias, y con escalada. Eso lo soportan porque el trabajo del elenco está encaminado a representar una verdad: somos seis actores que tocamos juntos.

¿Cómo se preserva la dignidad frente a la barbarie?

Con cultura. La cultura aporta la dignidad necesaria como para no soportar cosas insoportables. Es la mejor manera de luchar contra la indignidad.

¿Y el miedo cómo se combate?

Con el apoyo y la solidaridad de tu entorno, de tu familia, de tus amigos, de gente que sepas que se posiciona contigo frente a ese miedo. El miedo real –no el miedo a la oscuridad o a las tormentas– es sentirse solo. Para garantizar que no hay miedo a sentirse solo, distinto, está la política; sobre todo la municipal porque, si no hay seguridad en el entorno en el que uno vive y de la manera en que vive, el ejercicio del pensamiento político es como rellenar un impreso o recibir la llamada de un operador haciéndote una oferta a las tres de la mañana: no sirve para nada.

¿Aterra más cuando en un político preside la maldad, como sucede en Trujillo, que cuando concurre en él la estupidez?

Tengo que negar la mayor: Trujillo no era un político, sino un militar que ejercía el poder absoluto dentro de un régimen supuestamente legal creado por él a su medida. No podemos establecer ninguna transferencia entre políticos y dictadores.

Reformulo: ¿Aterra más cuando en quien ostenta todo el poder preside la maldad, o cuando concurre en él la estupidez (o la improvisación)?

Vamos a verlo con un ejemplo. Donald Trump es intrínsecamente malo. El daño que ha generado es cuantificable, demostrable, histórico, y el que pudo causar ni siquiera podemos imaginarlo. Afortunadamente, descarriló. Trump existe porque existe la América profunda, y esta existe como tal porque hay un tipo como Trump. Piensa en Hitler. Eso de que el pueblo, cuando vota, no se equivoca nunca, es una estupidez. Claro que lo hace, pero es una equivocación soberana. Es necesario frenar a estos tipos aupados por el populismo porque pueden llegar a esferas de poder desde donde conculcar nuestras libertades. Por otro lado, la improvisación es terrible, es un lujo que nadie debería de permitirse.

¿Para contrarrestar esto también se requiere de la cultura?

No se me ocurre otra manera de atacarlo. Lo que pasa es que nosotros, a diferencia de otros países de nuestro entorno, somos un país que cada vez que escucha la palabra ‘cultura’ se descojona de risa. Así nos va.

Francisco Umbral también dedicó palabras a las dictaduras. Entre muchas cosas, dijo que con Franco se sabía contra qué luchar, al igual que sucede con Trujillo. Ahora parece que no es tan fácil distinguir el populismo.

Claro, es que dentro del populismo hay gente que sabe modularlo mucho. El populismo es un droga, pan y toros, pan y circo. Pero no surge de la noche a la mañana, se extiende poco a poco y se hace fuerte. En este estado, Trujillo, como Franco, como cualquier dictador, morirá, pero el populismo tiene largo enraizamiento, pervive a las personas. A nosotros nos ha costado casi 50 años de democracia vivir en un cierto estado de seguridad, y aunque hemos visto que suceden cosas que hacen que se tambalee todo, parece que tenemos, por fortuna, suficiente elasticidad para que no se caiga el edificio.

«Una sociedad enfrentada es el mejor caldo de cultivo para psicópatas como Trujillo»

La dictadura de Trujillo duró más de tres décadas, y de esa longevidad tenemos ejemplos varios: el español, el chileno y el portugués. ¿Cómo es posible?

Chile es un régimen que representa una excepción temporal muy pequeña dentro de un recorrido histórico de un país. Eso no quita que Pinochet resultara letal, pero es uno de los países que tiene una estabilidad democrática más asentada dentro de América Latina. Creo que, por fortuna, cada vez hay menos. Ese tipo de asonadas militares son de otro tiempo; antes había golpes de Estado, hoy nos enfrentamos al populismo, que es un arma tan peligrosa como el golpe de Estado, porque se sabe cómo empieza pero nunca cómo termina. Tenemos en nuestro país muchos ejemplos, y no solo Franco. Recuerda cómo nos dibujó Goya: como dos iguales partiéndose la cara con una quijada de burro. Somos Caín y Abel… somos las dos Españas, que llevan en su ADN ese enfrentamiento goyesco.

También ese pueblo que gritó «¡Vivan las ‘caenas’ (sic)!» al regreso de Fernando VII y tras la Constitución de 1812. 

Por eso te digo… si en el recorrido histórico chileno la dictadura de Pinochet es un borrón, en nuestro caso lo es la historia democrática. Siempre he pensado que nuestro problema no es de izquierdas o derechas, sino un problema entre ricos y pobres, que se odian y que no hay manera de hacer que se entiendan.

¿Qué siente cuando descubren a un político en un renuncio y se habla de que «hace teatro»?

Me molesta muchísimo que se identifique la política con el teatro. Cuando un tipo miente, hace teatro; cuando estafa, hace teatro; cuando roba, hace teatro, no… ¡En el teatro no mentimos! Y el que miente es un bulto sospechoso y no se volverá a subir al escenario porque no le interesa a nadie. Los actores somos rigurosos, y cuando más jóvenes, muchísimo más (y mejor preparados).

¿Y qué emoción le genera cuando un compañero dice públicamente algo que molesta –por ejemplo, que la pandemia es una excusa de los gobiernos para acabar con las libertades– y no solo se le censura, sino que se trata de deslegitimar su carrera?

Estoy en contra, absolutamente. Nunca en mi vida he cambiado mi estimación hacia alguien por su manera de pensar. Entiendo lo que dices: hay quien ha sido dilapidado en la plaza pública por su manera de pensar. Yo me opongo a ello, por más perplejidad que me pueda causar algunos razonamientos y de quién vienen. Una cosa es el artista, su carrera, y otra lo que opine como ciudadano. Claro que si esa opinión no es fruto de un calentón sino de una ideología es posible que coincidamos muy poco. Uno puede entender a las personas que piensan distinto de uno, pero es difícil convivir con ellas. No obstante, el respeto no tiene que ver con la tolerancia.

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