Cultura

De dónde vienen las palabras: 10 curiosidades etimológicas

El trabajo es una tortura y una gominola, una marca registrada. El origen de las palabras es tan diverso como la imaginación –y los usos del lenguaje– permite.

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25
marzo
2024

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Las usamos todos los días, una y otra vez. Son las palabras, la base sobre la que se asienta la comunicación.

De hecho, aunque en el Diccionario de la Real Academia Española se recogen unas 93.000, en el día a día usamos entre unas 300 o 500 (cuestión aparte es si se trabaja directamente con la lengua: en el periodismo o la literatura, se pueden usar unas 3.000). Las repetimos, las combinamos y hasta las deformamos según necesidades y hasta estados de ánimo. Poco pensamos, mientras lo hacemos, en cómo han llegado hasta la lengua cada una de ellas.

Pero detrás de la respuesta a esa cuestión de dónde vienen las palabras hay muchas variantes. El castellano es una lengua romance, derivada del latín, pero, obviamente, no todos sus términos lo han hecho directamente desde esa lengua. El español ha importado palabras según necesidades desde muchos otros idiomas o ha creado lo que necesita juntando de allí y de allá para responder a las demandas de sus hablantes. Todo ese proceso ha dejado no pocas curiosidades etimológicas. Siguen 10, pero podrían ser muchas otras.

El español ha importado palabras según necesidades desde muchos otros idiomas

Trabajar, de torturar. Si hay una curiosidad etimológica favorita en las redes sociales y en las redacciones de medios cuando se escribe sobre los males del trabajo moderno es esta. El trabajo es una tortura y casi se podría decir, siguiendo con el lenguaje social media, que literal. El verbo viene del latín vulgar tripaliāre, que a su vez viene de otra palabra latina, la que daba nombre a un instrumento de tortura. Esa reunión que podría haber sido un mail o esa hoja de Excel seguramente no sean tan terribles como ese madero romano de tres palos, pero no pocas personas reflexionarán que, emocionalmente, a veces se sienten de forma similar.

Siesta, de sexta hora. En la Antigua Roma, el día se dividía siguiendo una estructura de horas vinculadas a la luz del sol. Para la noche quedaban las vigilias. La prima hora era la que seguía a la salida del sol y así sucesivamente. A cada hora se iban conectando diferentes rituales de la vida cotidiana, incluidos también los de descanso. La siesta actual no es más que una evolución de una de esas franjas horarias, la sexta hora. Era, como apunta el Diccionario de la Real Academia España, «tiempo que equivalía al mediodía».

Amarillo, de amargura. La historia de los nombres de los colores está ligada a no pocas curiosidades. Por qué los llamamos así tiene relación con el conocimiento que se tenía de ellos o con las emociones que podían generar. Una teoría apunta que el nombre del amarillo viene la palabra latina amarus; o, lo que es lo mismo, amargo o triste. Que este sea el color que se adquiere en la enfermedad y la muerte sería la razón de este vínculo. Aunque, quizás, nada es más curioso que el color azul. Su nombre viene de lazawárd, la palabra andalusí para el lapislázuli, mineral que es justamente de un color que hasta no hace tanto no se llamaba de ninguna manera porque no se veía.

Gominola, de una marca registrada. Aunque nadie pelea con tanto ahínco como una empresa por la propiedad intelectual de sus marcas, a veces también caen víctimas de la popularización de su nombre. Es casi la pesadilla y el cielo de los equipos de marketing: su producto se ha convertido en brutalmente popular, pero lo ha hecho tanto que su nombre se ha convertido en el de toda una categoría. Le pasa a gominola, que está en el diccionario de la RAE, pero es una marca que pertenece desde 2015 a Migueláñez. Es lo mismo que ocurre con diferentes dueños para el copyright– con clínex quizás la metonimia de marca que más gente identifica, celo, plastilina, vaselina o tirita.

Ojalá, o si Dios quiere. Ojalá, ojalá que tal o cual cosa pase. Se repite como una letanía, casi como un rezo. Y en la religión tiene, de hecho, su origen esta palabra. Es una evolución de una expresión árabe hispana: law šá lláh, que significa «si Dios quiere». Hasta 1817, el diccionario la incluía con x, un oxalá.

Gazpacho, de las limosnas en la iglesia. Tres líneas dedica la edición online del diccionario de la RAE a la etimología del gazpacho. Aunque empieza dejando claro que es un «quizá», la historia detrás de la palabra es tan curiosa como para querer minimizar la duda. El término viene del árabe hispánico gazpáčo, que es a su vez un derivado del griego. γαζοφυλάκιον (gazophylákion) significa cepillo de la iglesia. Esta conexión tan rara no lo es tanto: el gazpacho sería tan diverso como la ecléctica recaudación. Puede que ahora solo se dejen monedas, pero en el pasado allí acababa un poco de todo.

La palabra ‘siesta’ actual no es más que una evolución de una de las franjas horarias en que se dividía el día en la Antigua Roma: la ‘sexta hora’

Recordar, o volver a pasar por el corazón. El corazón sirve para bombear sangre. Es una función crucial y decisiva, pero a lo largo de los siglos se le han ido atribuyendo muchas más responsabilidades. Es el epicentro de los amores. Es también el de los recuerdos, al menos en el lenguaje. El verbo recordar viene del latín recordāri, que es «traer algo de nuevo al corazón», como explicaba Laín Entralgo y llevaba a redes la RAE. En algunas lenguas romance, las cosas se saben de hecho por corazón, como en francés (savoir par cœur). En castellano antiguo, recordar era también despertarse.

SOS, de salvar nuestras almas. SOS es ya una universal petición de socorro. Sin embargo, su origen está en unas siglas en lengua inglesa. En realidad, lo que está diciendo es save our souls, salven nuestras almas, y ni siquiera es un término tan antiguo como podría parecer. Está muy conectado con la vida moderna y la revolución industrial, ya que su uso llegó vía telégrafo y navegación a vapor. En 1906, la Convención Radiotelegráfica Internacional unificó en un único término las peticiones de socorro que se lanzaban con morse. SOS era la forma más fácil de todas las que se usaban. De ahí pasó a las convenciones marítimas: fue, de hecho, lo que emitió el Titanic en su hundimiento.

Macarrón, una promesa de felicidad eterna. ¿Es un plato de macarrones la más clara confort food que existe? Es un tema para el debate, cierto, pero etimológicamente ya lleva bastante que ganar. Al castellano, macarrón llegó desde el griego bizantino con una parada en medio por el italiano dialectal. El término original era una expresión funeraria, algo que se decía en las comidas de los entierros: μακαρώνεια (makarṓneia). Significa «felicidad para siempre».

Chicle, una incorporación del náhuatl. Hay muchas versiones sobre el origen de la palabra chicle. Que si es el nombre de una ciudad en Colorado, que si es un préstamo de no se cuántas lenguas… La RAE deja claro que es un extranjerismo, sí, pero con un origen claro: viene de la palabra tzictli, del náhuatl, la lengua azteca que se habla en México y Centroamérica. No es la única palabra que el español debe a las lenguas indígenas de América. Barbacoa, iguana, cacique o chapapote también llegaron desde ellas.

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