Opinión
Para qué sirve una lengua
A menudo se habla de la desaparición de una lengua como si se tratara de una especie en extinción, pero lo cierto es que no es exactamente así: un idioma muere precisamente porque evoluciona.
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El conflicto lingüístico en España es eterno. Es comprensible, somos un país con varias lenguas, pero el debate casi siempre va más allá de estas. En general, gira en torno a la misma pregunta: ¿las lenguas tienen derechos o son los hablantes? Es decir, el debate es político, no lingüístico. Quienes hablan de blindar –una palabra que gusta mucho para hablar de derechos– una lengua, normalmente piensan en ella como un bien que debe ser protegido más allá de su uso: no se utiliza como argumento su número de hablantes, sino su protección porque sí.
A veces esa protección es contraria a la realidad sociolingüística del territorio, como ocurre en Cataluña, una comunidad bilingüe donde la educación obligatoria se ofrece solo en una lengua, el catalán.
Normalmente, esta fetichización del idioma va en paralelo a su politización. La lengua sirve como ariete ideológico: no existe construcción nacional sin imposición lingüística. Pero hay otra fetichización de las lenguas que va más allá de la cuestión nacionalista. ¿Por qué hay que proteger una lengua?
«La lengua sirve como ariete ideológico: no existe construcción nacional sin imposición lingüística»
A menudo se habla de la desaparición de una lengua como si se tratara de una especie en extinción: el etrusco es como el dodo. Sin embargo, tal como dice el psicólogo Roy F. Baumeister, «si alguna lengua poco conocida deja de hablarse, no es como si millones o incluso decenas de personas se volvieran incapaces de hablar: lo único que significa es que la gente que ha hablado esa lengua hablará una lengua distinta».
Esto no significa que debamos despreciar las lenguas minoritarias. Hay algunas de ellas que nos hablan mucho de culturas desaparecidas. Pienso, por ejemplo, en el yiddish o el ladino, lenguas que hablaron los judíos a lo largo de la historia (la primera es la que hablaban los de origen alemanes, mientras que la segunda es una variedad dialectal del castellano que hablaban los judíos de la península ibérica) y cuya desaparición es un reflejo de la desaparición de la cultura judía en Europa central y España.
«Fomentar las lenguas artificialmente solo puede tener una motivación política»
Me emocionó leer y comprender fragmentos en ladino en Papeles de familia (Galaxia Gutenberg), el libro de la historiadora Sarah Abrevaya Stein sobre una familia de judíos sefardíes de Tesalónica, igual que me emocionan los poemas en ladino de Clarisse Nicoïdski. La escritora francesa dice que en la lengua ladina «se hallaban el amor de mi madre, nuestra complicidad y nuestras risas. Así me atreví a escribir estos poemas para que quede la empresa de su voz».
Pero ese componente emocional, esa huella que dejó el ladino sobre la historia, no justifican su rescate: una lengua muere porque evoluciona, no porque de pronto nos quedemos mudos. Como dice Baumeister, «no hay peligro de que vayamos a terminar con cero idiomas». Y el hecho de que ya no tenga hablantes no significa que no tenga estudiosos. Dejar que mueran no es un crimen; en realidad, es lo que le ocurre a las lenguas. Fomentarlas artificialmente solo puede tener una motivación política.
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