Sociedad

No pierda su acento

Durante décadas, en los distintos idiomas se ha intentado alcanzar un acento «neutro» o estándar con razón de una persecución (inacabable) de la pureza lingüística. Hoy, la situación comienza a ser diferente: tener acento y defenderlo es parte del valor del habla. 

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21
julio
2023

«No entiendo por qué la gente intenta corregir su acento. Si hablas andaluz, hablas andaluz. Si tienes este acento, así como con las eles de los catalanes, lo tienes. Yo es verdad que lo tengo neutro porque llevo muchísimos años trabajando fuera de Catalunya y porque como mi familia es mestiza, tampoco lo he tenido nunca excesivamente. ¿Por qué no se puede hablar con el acento de cada uno?». Así de contundente se manifestó la periodista Àngels Barceló, presentadora del programa Hoy por hoy, de Cadena Ser, a principios de junio de 2023.

No se trata, ni mucho menos, de un asunto banal. La llamada «glotofobia», término desarrollado por el lingüista francés Philippe Blanchet, de la Université Rennes 2, en Francia, es un problema casi universal, cuando no un obstáculo para oportunidades laborales y de integración social para millones de personas en todo el mundo. Es antiguo: el bárbaro o extranjero hace alusión en su etimología griega al balbuceo de quienes no eran naturales de la Hélade. El griego verdadero se distinguía por su acento impecable. En países como Francia, donde existen diversos dialectos o lenguas todavía vivas, como el provenzal o el bretón, existe una poderosa discriminación con los acentos sobre lengua francesa. Es más, se estima que casi diez millones de personas sufren discriminación en Francia por tener un acento más del norte o del sur de París, donde el acento oriundo es considerado como neutro. 

Más allá de las agraciadas denuncias de los arraigados prejuicios lingüísticos en el país de los macarons, con filmes de recorrido internacional como Bienvenidos al norte, el debate sobre la existencia o ausencia de un acento neutro y la potencial discriminación por esta causa es común a todos los idiomas del mundo: desde el inglés hablando en Inglaterra o en otros territorios y países, como Escocia, Australia o Estados Unidos hasta el alemán si es del norte, de Austria o Suiza. Pero más intensa resulta esta diferencia en países con gran diversidad de dialectos, como el italiano, el chino, el ruso o el español, donde no es igual en los países americanos que en la Península Ibérica, y ni siquiera en esta, donde cada región posee su singularidad y riqueza.

Un tapiz llamado «lengua»

Para responder a estas cuestiones, primero debemos preguntarnos cómo surge una lengua o idioma, además de cumplir unas características básicas que permitan una mínima uniformidad que habilite su cifrado y descifrado por parte de sus hablantes. Se calcula que hay, al menos, 6.500 idiomas vivos en el mundo, aunque esta cifra es estimada: aún existen otros, autóctonos de pequeñas regiones o en grupos étnicos en selvas como el Amazonas, que podrían estar sin clasificar. Sí es evidente, desde una perspectiva universal, que todo idioma comienza con un dialecto que se propaga en función de vínculos colaborativos, comerciales o mediante la expansión y conquista de los pueblos que las hablan.

Se calcula que hay, al menos, 6.500 idiomas vivos en el mundo

Un idioma (palabra, por cierto, emparentada con idiosincrasia), por tanto, es un código que se aprende, se practica, se enseña y varía entre individuos (y, en consecuencia, entre comunidades). Es altamente permeable a la circunstancialidad, lo que significa que cualquier cambio lo puede alterar considerablemente, como ocurre, por ejemplo, ante una repentina inmigración, la poliglotía o cualquier otro fenómeno que implique introducir como hablantes de un idioma a población nueva.

En consecuencia, y a ciencia cierta, es difícil, cuando no un rocambolesco ideal, hallar un acento «neutro» que pueda considerarse más «auténtico» que otro posible del mismo idioma. Sí es posible, sin embargo, diferenciar con rigor científico la procedencia de los diferentes dialectos y, en consecuencia, su genuino orden en el tiempo. En el caso de la lengua española, por ejemplo, es aceptable diferenciar los términos «español» y «castellano» para referirse al conjunto del idioma, en su multiplicidad de hablas y acentos, primero, y el que ha evolucionado del hablado y escrito en la antigüedad, que es el segundo caso, el que procede del extinto Reino de Castilla.

En el caso del castellano, ni siquiera existe un criterio sólido de cuál sería el acento neutro de poderlo catalogar

Sin embargo, esta diferenciación carece del sentido dicotómico de la búsqueda de un acento original o incluso de uno neutro. El estudio del origen, la influencia de dialectos y acentos dentro de un mismo idioma y su prelación en el tiempo carece de un sentido preferencial, purista y que intente generalizar una lengua determinada. Es más, como la experiencia histórica demuestra y gran parte de los expertos corroboran, tratar de determinar un acento neutro o, peor aún, uno «original», no deja de ser una invención. Por esta razón, es indispensable tener cuidado al uniformar un criterio del idioma para facilitar su enseñanza y divulgación.

En el caso del castellano, ni siquiera existe un criterio sólido de cuál sería el acento neutro de poderlo catalogar. Las investigaciones más recientes apuntan a ciertas áreas del norte de la actual comunidad autónoma de Castilla y León. No obstante, es habitual escuchar a madrileños reivindicar que su acento es el más neutro en comparación con las provincias del norte, las que formaron parte del primigenio reino castellano y, por supuesto, del resto de áreas peninsulares. En Francia, suele ser la metrópoli, París, quien marca el canon. En Alemania, la disputa es histórica, ya que el país, como tal, es reciente en comparación con otros del viejo continente, y el alemán que se habla en Austria, que posee unas influencias y unas diferencias muy marcadas respecto del practicado en otras áreas de influencia, posee un rol cultural e histórico tanto o más importante que el alemán si tenemos en cuenta el recorrido del Sacro Imperio Germánico y de los posteriores Imperio Austríaco e Imperio austro-húngaro.

Unidad, no diferencias

A pesar de las décadas, cuando no siglos, de intentos de cohesión lingüística por encima de cualquier legítimo deseo de armonización, como el que realiza la Real Academia de la Lengua en España, la opinión de los especialistas más extendida acepta la variedad de acentos y de dialectos como parte de la riqueza de un mismo idioma. Siempre y cuando se sigan unas normas que con rigor permitan el común entendimiento entre los hablantes, carece de sentido cualquier preferencia sobre uno u otro acento. Además, la glotofobia representa un problema real. Y esto no se limita únicamente a una conservación del patrimonio cultural inmaterial que representa un dialecto o acento diferente al más hablado en una región, sino que trasciende sobre el individuo: abrir la boca y delatarse extranjero se convierte en un prejuicio que puede determinar si se es o no contratado para un puesto de trabajo, el ánimo con el que otras personas nos traten o infinidad de situaciones que obligan a interactuar con otras personas. 

Afortunadamente, hoy en día parece que empieza a ser menos importante la cuestión del acento. Más allá de los debates académicos, son la inmigración interna o externa al país y la marcada diversidad de la población la que están facilitando que no se perciba extraño uno u otro acento. Es identidad personal, pero también riqueza colectiva. Las lenguas nacieron del esfuerzo de trascender la precaria comunicación simbólica para agilizar la comunicación y el pensamiento. Si está leyendo esta última frase está de enhorabuena: nos une un puente, no nos separa una verja. 

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