Internacional

El éxito de las monarquías

A pesar de sus detractores, el sistema monárquico sigue contando con gran apoyo popular y no deja de operar, aunque sea al nivel de una monarquía constitucional moderna, en la que el o la monarca cuenta con funciones más simbólicas que otra cosa. ¿Por qué triunfan o fracasan las monarquías?

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19
diciembre
2023

La monarquía ha sido una forma de gobierno con una larga tradición; tradición que, a pesar de lo que algunos digan, sigue contando con gran apoyo popular y que no deja de operar, aunque sea al nivel de una monarquía constitucional moderna, en la que el o la monarca cuenta con funciones más simbólicas que otra cosa.

No obstante, no debemos dejar de lado la relevancia con que el elemento simbólico y ritual cuenta para el animal humano. Uno de cada cinco países del mundo cuenta actualmente con un sistema monárquico y, de las diez democracias más avanzadas del mundo, seis son monarquías constitucionales. En Europa, el continente estimado como más civilizado y avanzado del mundo, contamos con monarquías en Reino Unido, España, Países Bajos, Suecia, Bélgica, Luxemburgo, Noruega, Liechtenstein, Dinamarca y Mónaco. Curiosamente, en Escandinavia, región altamente valorada por el avance de sus sociedades, la monarquía no es precisamente un rara avis.

Uno de cada cinco países del mundo cuenta con un sistema monárquico y, de las diez democracias más avanzadas del mundo, seis son monarquías constitucionales

Antes del estallido de la Gran Guerra, en 1914, todos los países europeos, exceptuando Francia y Suiza, eran monarquías; hoy son muchas menos. También fuera de Europa, estas se vieron diezmadas con el transcurso del siglo XX. Rusia, China, Turquía, Irán, Etiopía y los Principados de la India dejaron de ser monarquías durante el siglo pasado. Quizás los grandes conflictos bélicos que acontecieron en el siglo XX contribuyeron a modificar el paisaje geopolítico del mundo.

De lo que no cabe duda es que en la mente moderna la monarquía es contemplada como algo propio de tiempos pasados, particularmente los medievales. La modernidad, en cambio, ha sido identificada con el parlamentarismo, el capitalismo y la democracia. Aunque se dio una reacción autoritaria a tales planteamientos durante la primera mitad del siglo pasado (pensemos en Hitler, Mussolini, Franco, Salazar, etc.), no se trató de regímenes monárquicos, sino más bien dictatoriales.

Pero ¿por qué triunfan o fracasan las monarquías? Lo primero, hay que decir que instaurar una monarquía a partir de «la nada», estableciendo un rey o reina que no pertenezca a familia de rango abolengo, ha sido particularmente difícil desde el surgimiento de la llamada modernidad. Podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que el éxito de una monarquía en los tiempos que corren se funda, principalmente, en tradiciones preexistentes de largo recorrido. Estas tradiciones parecen estar dotadas de una solidez verdaderamente robusta.

En el caso de dos monarquías particularmente relevantes como la británica y la española, esta larga tradición ha servido para que la institución haya sobrevivido a pesar de todas los defectos y excesos de las familias y personajes que han llegado a dotarlas de vida concreta. Aunque es cierto que, en una institución como la monarquía, el sujeto o persona concreta que la encarna resulta a menudo irrelevante (se da una muerte del sujeto en la que «a rey muerto, rey puesto»), estas dos monarquías concretas han sobrevivido a numerosos escándalos, ya sean sexuales, de corrupción, etc.; escándalos que no han podido minar enteramente la credibilidad de la institución a ojos de la opinión pública.

Una larga tradición ha servido para que la monarquía haya sobrevivido a pesar de todas los defectos y excesos de las familias y personajes que han llegado a dotarla de vida concreta

Esto da a entender que en algunos países, con larga tradición monárquica, la monarquía cuenta con gruesas raíces y una estabilidad a prueba de bombas. Esto daría a entender, también, que la pervivencia de toda monarquía estaría, en parte, determinada por una inclinación popular al tradicionalismo (que predominaría en algunos países), frente a otras formas de pensamiento colectivo. Siempre se ha dicho, por ejemplo, que el pueblo francés ha tendido a ser revolucionario y antimonárquico.

A pesar de todo lo dicho previamente, lo cierto es que en los países más modernos la monarquía, en toda su literalidad, no existe realmente. La monarquía real sería una forma de gobierno en la que «la jefatura del Estado reside en una persona», y la jefatura del Estado se define, a su vez, como la autoridad suprema de un Estado. Y esa autoridad, en un país democrático (como las monarquías constitucionales de las que venimos hablando) no reside en la figura del monarca sino en los representantes políticos elegidos por el pueblo en las periódicas elecciones autonómicas y generales.

¿Quién sabe? Quizás el secreto de toda monarquía moderna que se precie sea su no existencia real (en términos de poder fáctico), sino su eficiencia como mera imagen; como simulacro y espejismo; como supervivencia inerte de la cual solo quedan vestigios simbólicos y rituales.

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