Diversidad
«No hay nada más político que una lengua porque construye lo común»
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Cada dos semanas desaparece una lengua, según datos de la Unesco. Se calcula que dentro de un siglo la mitad de las lenguas del mundo habrán muerto. Para la lingüista mexicana Yásnaya E. Aguilar (Ayutla Mix, 1981), licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas e investigadora ayuujk, los derechos humanos están directamente relacionados con los derechos lingüísticos. Conversamos con ella sobre su libro ‘Ää: Manifiestos sobre la diversidad lingüística’ (Editorial Almadía, 2023).
La Unesco calcula que al menos el 43% de las 6.000 lenguas que se hablan en el mundo está en peligro de extinción. Escribes que «la muerte de una lengua, más que un asunto lingüístico, es un asunto de derechos humanos». ¿Por qué?
La lengua vehicula, es necesaria para poder ejercer derechos humanos básicos. Pensemos en el derecho a la vida y a la salud: si yo voy a un hospital que no tiene intérpretes, algo tan fundamental para el diagnóstico como la descripción de los síntomas no se lleva a cabo. En los años 80 y principio de los 90 hubo casos que hacían firmar consentimientos en español que no eran traducidos ni interpretados para hacer esterilizaciones a mujeres sin su permiso. En el derecho al debido proceso –que te consideren inocente hasta que no seas culpable, enterarte de tus garantías–, sin intérpretes, mucha gente va a la cárcel sin haberse enterado de qué se le acusaba, como Joseph K. pero derivado de la situación lingüística. Además, no puedes tener derecho a la identidad: ha habido casos en México que han llegado hasta la Suprema Corte porque los registros civiles no quieren registrar los nombres en lenguas indígenas. O en el derecho a la educación: si a mí alguien me quiere enseñar matemáticas en alemán y yo no sé nada entonces el problema soy yo que soy una niña tonta que no entiende, pero tal vez si me lo explicas en mi idioma podría entenderte. Esta serie de situaciones que se presentan absurdas han sido de la vida cotidiana de las comunidades que hablamos lenguas minorizadas. No es posible vehicular los derechos humanos o disfrutarlos si no garantizas derechos lingüísticos. Así de fundamentales son.
«No es posible vehicular los derechos humanos si no garantizas derechos lingüísticos»
Varios estudios han demostrado los beneficios del bilingüismo para el desarrollo cerebral de los niños, la memoria, para prevenir el deterioro cognitivo, etc. ¿Por qué, entonces, cuando se trata de lenguas indígenas ser bilingüe ha sido tratado de forma diferente?
El estatus de las lenguas involucradas es lo que al parecer hace deseable ese bilingüismo. Tengo una amiga que habla mixe, zapoteco y castellano: son lenguas de tres familias totalmente distintas, no tienen nada que ver entre sí, con patrones gramaticales abismalmente distintos. Al mismo tiempo, si alguien habla inglés, francés y español, que son lenguas indoeuropeas, tienen muchas semejanzas en el ordenamiento, la marcación, la conjugación. Cognitivamente, lo otro me parece más impresionante, pero socialmente lo segundo va a ser más deseable, en qué lengua estás hablando va a tener un impacto distinto. Es una valoración que tiene que ver con factores extralingüísticos. Entonces, aunque la mayoría de los que hablamos lenguas indígenas en México somos bilingües, esta situación ha hecho que la mayor parte de la población mexicana hoy sea lamentablemente monolingüe, cuando pudo haber sido otra realidad, con la riqueza que eso hubiera implicado. Lo natural en sociedades donde hay muchas lenguas es el multilingüismo, lo extraño es estar construyendo países monolingües, monolingüizados.
También dices en el libro que la vitalidad de las lenguas depende más de su estatus político que del número de hablantes.
Para diagnosticar la vitalidad de una lengua se usan muchos criterios, el número de hablantes es solo uno entre muchos. Dice más la proporción de hablantes: no es lo mismo que tengas 10.000 hablantes que están desperdigados y conforman el 1% de ese pueblo, a que sean 500 personas que representan casi el 100% de su población. Son los espacios y la frecuencia de su uso… Mucha gente habla mixe, pero en muchos espacios ya no se usa, se empieza a quedar como lengua de casa.
Tiene que ver entonces con los usos públicos.
No hay nada más político que una lengua, porque construye lo común. Nadie habla una lengua en soledad. Cuando queda un solo hablante lo que queda es un esqueleto, ya no existe la lengua realmente. Antes, las lenguas simplemente existían, pero con la creación de los Estados-nación estos van a darle un estatus legal. En el caso mexicano, el Estado utilizó la lengua que menos personas hablaban (se calcula que el 70% de la población hablaba una lengua indígena), entonces, contra toda sensatez –porque se pudo haber elegido el náhuatl, que había sido la lengua vehicular– se utilizó el español, no porque esa lengua fuera mejor, sino porque era la de la minoría que tenía el poder y estaba construyendo el Estado con todos los privilegios. Entonces empieza a imponerse y se le da el estatus de «lengua nacional». La consigna era que la diversidad lingüística creaba una serie de identidades distintas, y para poder quitarles todo derecho sobre la tierra había que integrarse en una sola nación y el único sujeto político era el Estado. La evidencia de que éramos algo distinto políticamente era la existencia de nuestras lenguas, entonces se las combatió muy activamente para borrarlas. Científicamente, ninguna lengua es mejor que otra, todas son instrumentos perfectos de cognición y de comunicación en cada sociedad. No me puedes decir que mi lengua es inútil si es la lengua en la que pienso, ¿perdón? [risas]. Pero sí se genera esta idea de que hay lenguas mejores que otras, más adaptables a la globalización, y una serie de prejuicios lingüísticos.
«No me puedes decir que mi lengua es inútil si es la lengua en la que pienso»
¿Cuánto juegan los estereotipos en la caricaturización de las lenguas que no son las del poder?
Mucho, está muy ligado al racismo. Esto pasó también con la lengua sami en Noruega, Suecia y Finlandia; con las lenguas indígenas en Canadá –en donde para borrarlas y borrar todo rastro de esa pertenencia se secuestró a miles de niños en escuelas residenciales–; y también sabemos lo que sucedió durante el franquismo en España. Es decir, hay circunstancias particulares, pero este odio, bueno, esta pasión que parece que tiene el modelo de Estado-nación de borrar toda diversidad lingüística interna es muy evidente.
Se hace además una exotización del otro, un «nosotros» contra un «ellos».
Claro, el modelo de Estado-nación no está propuesto desde muchos pueblos. La democracia liberal la crean personas que tienen cierta tradición cultural con un patriarcado muy peculiar, que desarrolla un colonialismo, un extractivismo y un racismo porque clasifica los cuerpos. Las lenguas ligadas a cierto tipo de cuerpos van a estar, como tú dices, exotizadas, creadas como un otro. Básicamente, el «otro» es quien no es Occidente. Entonces todas las lenguas que no hablan esa tradición cultural automáticamente se van a empapar de los prejuicios que la población que las habla ha sufrido, de lo exótico –que parecería positivo pero que en realidad es la otra cara del «buen salvaje»–. Porque es por oposición: todo lo que no soy yo se vuelve un otro monolítico, pero todo lo que no soy yo en realidad es muy diverso.
Se vuelve algo maniqueo.
Exacto. Estos prejuicios también son muy ignorantes: necesitan de la ignorancia para poder reproducirse. Con un poco que nos acerquemos a la diversidad lingüística se deshacen rápidamente. Sin embargo, dado que están apuntalados en el poder, han sido muy funcionales y se han «viralizado».
Hablabas de Canadá, de Escandinavia y del franquismo. Hace unos meses, el Congreso de los Diputados de España aprobó el uso de las lenguas cooficiales en los debates e iniciativas parlamentarias. ¿Cómo ves el estado actual de las lenguas originarias, crees que esto podría replicarse en Latinoamérica?
Esas categorías de por sí ya son muy problemáticas: Hispanoamérica, Latinoamérica… Cuando he ido a Estados Unidos me dicen: «Tú es latinoamericana», y yo digo: «Latina no soy, vengo de un pueblo que no tiene nada que ver con el latín». Iba con una amiga italiana y me dijeron: «Tu amiga es europea» y yo dije: «Ella sí es latina, no hay nada más latino que ser de Roma» [risas]. En todo caso, me gusta hablar de América Latinizada. Porque para llamar a América Latina hay un proceso de imposición entre las lenguas. Es muy chistoso porque lo natural cuando hay varias lenguas es que se usen: existen porque pienso en ellas, me comunico con ellas. Lo que hace el Estado hoy es reconocerlas, decir que son cooficiales y que también se pueden hablar; es como reconocer la realidad, como si dijéramos: «Por decreto reconocemos que el átomo tiene neutrones y electrones y protones». Ah, qué chido [risas]. Pero, claro, como estamos dentro del marco legal, eso tiene un efecto ideológico.
«Los prejuicios lingüísticos necesitan de la ignorancia para poder reproducirse»
Lo que ha pasado en muchas constituciones de América Latina –ahí sí bien aplicado el nombre– es que hay un reconocimiento legal que, si no está respaldado por un asunto de presupuesto y de un interés genuino, no implica necesariamente cambios en la realidades políticas de estas lenguas, al menos no inmediatos. En México tenemos la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas, una ley muy potente, pero que es letra muerta: hay que litigar hasta para poder poner un nombre. El asunto es cómo construimos unas sociedades multilingües en la práctica. A mí me intriga mucho qué pasa con un pueblo como el catalán, que, supongo que no todos, pero cuyo deseo es convertirse en otro Estado. Y sabemos que los Estados han sido muy funcionales en la desaparición de las lenguas. Hay otros casos de otros pueblos cuya lucha es contra el Estado pero que no sueñan con convertirse en un Estado más porque sería como repetir el problema. Ahí la imaginación política tendría que darnos para ver cómo se vive en un mundo sin Estados, que la mayor parte de la historia de la Humanidad ha sido así, pero ahora nos parece imprescindible.
¿Y cómo crees que podría fomentarse la «conciencia lingüística» (o language awareness)?
Una amiga me decía: «Pero si yo aprendo tu lengua, ¿eso no es apropiación cultural indebida?» [risas]. Y yo le decía que no, para empezar ella no es un agente de poder que puede ponerlo a servicio del mercado, pero, además, cuando aprendes una lengua –a diferencia de cuando compramos algún textil de otra cultura– no hay manera de que no te transformes tú. Porque no es un elemento más de la cultura, también es un vehículo: piensas en esa lengua, te vas a volver parte de ese pueblo, vas a poder narrarte a ti misma de otra manera, con otros patrones semánticos. Además te da una riqueza impresionante en la manera de experimentar el mundo; es maravilloso que el cerebro no haya sido configurado para aprender solo una lengua, podemos hablar muchísimas. Pero para contrarrestar toda esta discriminación, todos estos prejuicios, la mejor cura es aprender de esa diversidad. Eso no significa que voy a aprender todas las lenguas del mundo, pero puedo disfrutar de la diversidad lingüística. Tal vez puedo aprender solo a leer en japonés, a saludar en turco, o canciones en portugués porque me gustan los fados, un trabalenguas en sami o que en cheroqui utilizan un silabario distinto al mío. Es decir, puedo tener los poros y los sentidos abiertos a esa diversidad, porque lo que hace la discriminación es cerrarte y decir: «Todas las lenguas indígenas son iguales y son primitivas y suenan guturales, punto». Saber de las diferentes lenguas del mundo nos enriquece.
«Saber de las diferentes lenguas del mundo nos enriquece»
¿Crees que internet y las redes sociales podrían contribuir a que se utilicen más lenguas o, por el contrario, pueden llevar a la homogeneización lingüística, a que todo sea en inglés o en español para «llegar a más gente»?
Ay, no hay una manera fácil de contestar esto. El asunto es que yo ahora puedo acceder a diccionarios de yoruba: si tengo más información por lo tanto puedo aprender más, pero también sabemos cómo la neutralidad de la red está siendo afectada. Conglomerados como Facebook, Elon Musk en X… hay una serie de intereses que replican las estructuras de poder del mundo no digital. Entonces es como con cualquier herramienta, es quién la tiene. Un martillo es muy útil, pero si lo usas para construir cosas, no para pegarme en la cabeza. Está la amenaza de la neutralidad de la red, también la huella de carbono que deja, qué estamos haciendo por ejemplo cuando usamos lenguas indígenas en Facebook, a qué algoritmos estamos alimentando y para qué. Hay que hacer un uso muy crítico. Puede haber una alianza natural entre el movimiento de software libre y el activismo digital en lenguas indígenas, porque está muy ligado a nuestras tradiciones de pensamiento de los espacios comunes, el trabajo colectivo. Hay wikipedistas que escriben en lenguas indígenas, buscadores como Firefox y el Mozilla Nativo. Hay posibilidades maravillosas para que se logre convertir en lo que mucha gente soñó: internet como un territorio común y por lo tanto diverso, porque lo común es diverso.
En un época marcada por la carga identitaria en todos los ámbitos: la identidad nacional (y nacionalista), la identidad de género, la ideología, la identidad laboral, etc., ¿cómo definirías tú la identidad?
Siempre todo ha tenido que ver con la identidad. La identidad es el subconjunto de rasgos que contrastan y siempre ha existido, no es posible vivir sin fenómenos identitarios. Yo creo hay una parte de la gente que para quitarle el estatus político a estas categorías las llama políticas identitarias. Pero un asunto de la colonización se trató de lo identitario: quién tenía alma y quién no. No es algo nuevo, solo que no le llamábamos así. Nosotras dos tenemos muchas cosas en común, pero también rasgos que nos van a poner en grupos contrastantes distintos: no todos los rasgos que tenemos son parte de nuestra identidad, solo es el que contrasta. Por eso yo hago el chiste de que es un hecho que somos terrícolas, pero en el momento en que lleguen entes de otros planetas tu identidad terrícola se va a ver exacerbada, aunque siempre estuvo ahí. Yo fui a EE.UU. y ahí me enteré de que era latina. A veces pensamos que la identidad la tengo que elegir yo, que yo me identifico como tal… pues te identificarás, pero al policía de la Aduana «le vale queso» cómo te identifiques y te va a tratar como latino. Muchas de las cosas de la identidad están servidas por estructuras de poder. Es un asunto de lectura de los cuerpos: así funciona el racismo. Entonces, para mí, cuando estamos luchando por los derechos de los pueblos indígenas, de la comunidad LGBTIQ+ o de otros movimientos, es identitario, pero es que todo lo es. También el poder es identitario, ser parte de un partido político te da identidad. Por eso me parece inadecuado, siento que se está utilizando parcialmente. Los fenómenos identitarios se cuecen en carretera paralela.
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