Sociedad

Dime qué idioma hablas (y te diré cómo piensas)

La hipótesis de Whorf sostiene que el lenguaje tiene un papel fundamental en la organización del pensamiento. Algunos estudios han probado que la lengua impacta en la forma de entender el mundo.

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31
marzo
2023

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¿Cómo darías indicaciones para que alguien llegara al centro de tu ciudad? En principio, sería algo así: «tira recto hasta que llegues al ambulatorio. Cuando lo tengas enfrente, gira a la derecha y continúa hasta que veas una estatua, que tiene un bar detrás». Aunque parezca una descripción impecable, no es la única manera de hacerlo. En algunas culturas, por ejemplo, ni siquiera tienen la noción de izquierda, derecha, delante y detrás, sino que indican el camino mediante puntos cardinales: «tira hacia el oeste hasta que llegues a…».

En el primer caso se utilizan coordenadas que toman como referencia el propio cuerpo; el segundo utiliza un sistema geográfico fijo, independiente del individuo, y esta es una de las razones por las que se plantea: ¿puede un lenguaje influir en la forma de percibir el mundo?

Carlomagno, rey de los francos, decía que «tener un segundo idioma es como poseer una segunda alma», ya que la riqueza lingüística podía elevar el nivel de consciencia. Wittgenstein, por su parte, escribió el clásico «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». Lo que algunos filósofos pusieron sobre la mesa tiempo atrás, la comunidad científica empezó a investigarlo empíricamente mediante la llamada hipótesis de Whorf.

La hipótesis de Whorf sugiere que la estructura de un idioma puede influir en la forma en que sus hablantes piensan. Esta idea recibe el nombre por Benjamin Lee Whorf, un lingüista estadounidense del siglo XX. El lenguaje, por tanto, no sería solamente una herramienta de comunicación, sino también un sistema para optimizar nuestra cognición. Es una teoría controvertida, sin conclusiones firmes y que mantiene el debate entre científicos cognitivos y lingüistas, pero hay cantidad de estudios que pretenden arrojar luz en este campo de conocimiento.

La gramática y sintaxis pueden moldear nuestra percepción de la causalidad, el tiempo y otros conceptos abstractos

En un estudio se pidió a participantes alemanes y españoles que describieran una llave, palabra que en un idioma tiene género masculino (der schlüssel) y en el otro femenino (la llave). Como anticiparon los investigadores, los alemanes describieron la llave como dura, pesada, metálica y útil, mientras que los españoles dijeron cualidades como bonita, dorada, pequeña o brillante. ¿Realmente la imagen mental de un objeto depende tanto del género del artículo que lleva delante? El mismo resultado se obtuvo con muchas otras palabras, como puente, asociado con «elegante» y «frágil» en alemán (die brücke) y asociado con «peligroso» y «robusto» en español (el puente).

La estructura fonética también pueden influir en cómo los hablantes de un idioma procesan la información. Por ejemplo, en chino (mandarín) se usa el tono de voz para distinguir entre diferentes palabras. Como resultado, los hablantes de mandarín son capaces de identificar los cambios de tono en una conversación mejor que los hablantes de otros idiomas. Sin embargo, los chinos no tienen el modo verbal subjuntivo, que expresan acciones hipotéticas o deseadas. Por este motivo, les resulta más complicado crear razonamientos contrafácticos, es decir, aquellos que empiezan por  «¿y si ocurriera tal cosa?»

Asimismo, la gramática y sintaxis pueden moldear nuestra percepción de la causalidad, el tiempo y otros conceptos abstractos. Por ejemplo, aquellos idiomas con una fuerte distinción entre pasado, presente y futuro (como el español) pueden influir a que los hablantes piensen más en eventos futuros. En finlandés, por ejemplo, el presente y el futuro es mucho más ambiguo, ya que en lugar de decir «iremos al cine mañana», dicen «vamos al cine mañana».

Por otra parte, cada cultura tiene su forma de organizar las categorías semánticas, como por ejemplo los colores. Mientras que en español tenemos la palabra «azul» para definir múltiples tonos (que a veces matizamos con una segunda palabra como «celeste» o «marino»), en ruso tienen una palabra específica para el azul claro («goluboi») y otra para el oscuro («sinii»). Por eso, varios estudios sugieren que estas diferencias en el lenguaje conllevan una ventaja cognitiva a la hora de discriminar colores.

En conclusión, hay razones para pensar que el lenguaje podría reforzar o debilitar la creación de categorías cognitivas, aunque no las cree directamente. Ahora bien, la –escasa– contundencia de la hipótesis de Whorf no solo mantiene muchos frentes abiertos, sino que nos aboca inevitablemente a la historia del huevo y la gallina: ¿qué vino primero, el lenguaje o el pensamiento?

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