Cultura

«El arte consigue restaurar algo de la humanidad quebrantada por las guerras»

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28
noviembre
2023

Alberto Conejero cuenta en su haber con varios premios, pero quizás el más importante de todos es el Nacional de Literatura Dramática que le concedieron en 2019 gracias a su obra ‘La geometría del trigo’ (Dos Bigotes). Ahora vuelve con ‘En mitad de tanto fuego‘ (Dos Bigotes), un texto antibelicista que toma como punto de partida el canto XVI de la Ilíada y a Patroclo –el «más amado» por Aquiles– como protagonista. Una relectura del clásico que tiene un claro mensaje: en los conflictos, hasta los vencedores pierden. Hablamos con él sobre las guerras y la impotencia del arte frente a ellas.


En mitad de tanto fuego es un texto de carácter antibelicista que llega justo cuando nos encontramos en medio de dos guerras. ¿Leyó el momento antes de que llegara?

Creo que la labor de la escritura es nombrar aquello que todavía es un presentimiento. Estas lógicas belicistas llevan años tomando forma y quizá la guerra de Ucrania fue uno de los primeros detonadores de este texto. Pero hablaría más de intuición que de una respuesta. Es un presentimiento de algo que se estaba armando.

¿Estamos viviendo el resurgir de las palabras patria, violencia y poder?

Sí. En este tiempo tan crítico como el nuestro, como dice el texto, siempre aparece un iluminado con esas verdades absolutas y palabras que pretenden ser grandes pero que achican nuestra vida. Palabras que dejan a mucha gente fuera, palabras señuelo y carnaza para convencer a los perdidos y a aquellos que no tienen ninguna certeza. Toda esta fragilidad es utilizada por los poderes para seducir a los desesperados.

¿Qué papel juega el arte ante las guerras? Escribe que es impotente ante ellas.

Se hablan de textos necesarios, pero llevamos milenios cantando a la guerra, nombrándola, pintándola, y ninguna de esas obras las ha detenido. Pero sí que creo que sin ellas seríamos mucho peores: a las guerras le sucedería el olvido, también el de las víctimas. El arte al menos consigue restaurar algo de la humanidad quebrantada por los conflictos. Aunque sea un recordatorio frágil y muchas veces abocado al fracaso, es necesario. El otro día estaba en el Reina Sofía delante del Guernica y, aunque no ha conseguido parar lo que ocurre ahora mismo en Oriente Medio, nos obliga a mirarlo, a detenernos. Y esa sí que creo que es una potencia del arte.

¿Qué nos queda entonces?

Nos queda la memoria, la compasión, el recordatorio de la humanidad incluso en mitad de la guerra. Los desertores, los piadosos, los que trataron de no multiplicar el dolor, los solidarios. Casi todos los relatos bélicos aseguran la presencia de aquellos que intentaron permanecer humanos en mitad de la guerra. Puede haber otros que son loas a los conflictos, pero la buena literatura que se ocupa de la guerra lo que hace es nombrar a aquellos que fueron en su contra.

«Nos queda la memoria, la compasión, el recordatorio de la humanidad incluso en mitad de la guerra»

¿Cómo no podemos ser conscientes todavía de que, como escribe, hasta los vencedores pierden?

Dice Simone Weil que esa combinación tan rara que somos los humanos de instinto y técnica nos hace olvidar una y otra vez los errores. Es como si cada generación tuviera que volver a repetirlos. Hay algo que tiene que ver con la fuerza, con lo irracional, con el caos, con el desorden, que también forma parte de nuestra naturaleza. Sería muy naíf o ingenuo pensar que eso va a desaparecer. Lo único que podemos es pensar una y otra vez hacia dónde dirigimos esa fuerza, ese instinto.

En su obra, Patroclo, el eterno personaje secundario, es protagonista. ¿Por qué decidió cambiarle el papel?

Creo que durante milenios las representaciones LGTBIQ+ han sido siempre secundarias, crípticas, se han escondido en el eufemismo. He querido sabotear la Ilíada y leerla en su interlineado, en aquello que ni en su propio tiempo se podía nombrar. Se ha construido un olvido sobre Patroclo donde han desaparecido las obras de teatro o las canciones donde la relación entre Aquiles y él era mucho más evidente. Nombro muchas veces la obra de Los mirmidones de Esquilo, donde describía sus prácticas sexuales. Eso no está en la Ilíada. No es casualidad de que esta se haya conservado y Los mirmidones no. Por eso trato humildemente de revertirlo, de poner en el centro aquello que siempre estuvo en el margen.

El poner a Patroclo como personaje principal también funciona como una forma de contar la historia de otro modo y, por tanto, de imaginar el futuro de otro modo.

Esto es una lección de Paul B. Preciado que aparece en su libro Dysphoria Mundi. En él, habla de imaginar la historia desde otro lugar para poder comprenderla desde otro lugar. Algo que pasa incluso en el espacio geográfico. La Ilíada, contada desde Patroclo, nos obliga a imaginar lo que fue ese mundo de ficción desde un personaje que fue radicalmente noble y bueno.

¿Es necesario pensar diferente, como hace con esta obra?

Creo que es justo y fértil que la literatura recoja muchos puntos de vista e imaginaciones. Y que de repente, gracias a editoriales como Dos Bigotes, estemos asomándonos a narrativas y sensibilidades de aquellos que durante mucho tiempo estuvieron privados de voz. Cómo no va a ser bueno multiplicar las voces. Algo que no viene a cuestionar los relatos previos, sino a sumar fragmentos de experiencia humana. Aquí está la de Patroclo, pero también la de un adolescente marica de barriada leyendo la Ilíada y tratando de reconocerse en su sensibilidad.

«He querido sabotear la ‘Ilíada’ y leerla en su interlineado»

¿De dónde viene esa pasión suya por los clásicos que ahora le permite hacer otras lecturas?

Los clásicos son emocionantes y divertidos, un reservorio de historias y de belleza. No es tanto lo que yo pueda saber de ellos, sino lo que ellos saben de mí. Yo encontré en la Ilíada y la Odisea un modo de imaginar, de viajar, una vía para querer contar historias. A mí me hicieron muy feliz; una atracción que tiene que ver más con el instinto y el deseo.

Este momento que estamos viviendo, ¿está ligado también la censura? (Hace poco denunció que le vetaron la obra El mar en el ayuntamiento burgalés de Briviesca por este motivo).

Lo peligroso son aquellos discursos que no soportan la otredad, la diferencia. Y sobre todo, los que intentan imponer una visión estrecha de la realidad, dejando a mucha gente fuera. El problema del auge de estas políticas, con la necropolítica, la negación del cambio climático y la censura entre ellas, es que pretenden eliminar las expresiones artísticas. Que no es otra forma de decir que los que están detrás son también prescindibles.

¿Qué piensa de todo esto?

Fue un momento triste pero ante todo quiero quedarme con la reacción de la ciudadanía, que se organizó para leer la obra en el mismo sitio donde debía haber sido representada. Pero yo no quiero asociar nuestra obra a la censura, porque la función existía antes y existe después. No quisiera que la obra cargue con ese estigma ni convertir lo ocurrido en una dudosa medalla, porque El mar no es «la obra que fue censurada»: es la obra que estrené en 2022, hecha por una compañía maravillosa y que han aplaudido más de 20.000 personas en todo el país, público de ideologías muy diversas.  El teatro tiene que ser siempre una casa plural y abierta.

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