Cultura

«Hasta en las situaciones más dolorosas hay ternura»

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27
noviembre
2023
Arantxa Echevarría durante el rodaje de ‘Chinas’

Afirmaba Pedro Ruiz que lo bueno del cine es que durante dos horas los problemas son de otros. La directora Arantxa Echevarría da un vuelco a esa frase con su película ‘Chinas’, porque durante el tiempo que dura la brillante proyección, los problemas parecen nuestros. La realizadora vasca, que sorprendió en 2018 con Carmen y Lola, aquella película donde mostraba el difícil acercamiento de una pareja de jóvenes lesbianas en el mundo gitano, vuelve al cine más social con su último film. En ‘Chinas’ se entrecruzan las historias de varias mujeres, pero las protagonistas son Lucía, una niña hija de inmigrantes chinos que está totalmente integrada, pero a la que le molesta no poder ser como las demás, y Xiang, una niña de origen asiático adoptada por una familia de clase alta y que no está nada cómoda con la mirada ajena hacia su físico y su procedencia. Para escribir ‘Chinas’, Echevarría recurrió al asesoramiento de varias asociaciones culturales en España.


La película habla de la inmigración, pero también de esas nuevas generaciones de españoles que tienen que sufrir un extraño período de adaptación. ¿De dónde surge la génesis de la película?

Surge de mi propia experiencia. El personaje de Carolina Yuste en la película soy yo, me hice amiga de una niña llamada Lucía que estaba siempre con sus padres en la tienda de debajo de mi casa. Un día, la madre me enseñó la carta de los Reyes Magos y me preguntó qué era. Cuando se lo expliqué, me dijo que no le iba a regalar nada porque ellos ya tenían sus tradiciones. Un día pasé por El Corte Inglés, le compré la muñeca que quería y se la metí por el cerramiento de la tienda. Horas más tarde entendí que me estaba metiendo en una cultura y educación ajena, pensando en el privilegio del blanco, entonces bajé corriendo a la calle, intenté recuperarla sin éxito y jamás volví a la tienda. Desde entonces tenía esa historia detrás, sentía que había que contarla.

«Me inquieta que pensemos que no puede haber retrocesos en los derechos de las mujeres, cuando en cualquier momento podemos sufrirlos»

Muestra tres generaciones diferentes, de la nieta a la abuela. ¿Por qué centrarse solo en la mirada femenina?

Desde siempre la voz del hombre ha sido la protagonista, y quería darle la vuelta. Soy mujer y por tanto tengo una cercanía más sencilla desde el punto de vista de creación al mundo femenino. Ya me pasó en Carmen y Lola, mis películas siempre tienen una mirada femenina porque puedo hablar mejor desde esa posición. En Chinas es como en España, el padre suele encargarse de traer el dinero a casa y la madre siempre se encarga más de la educación y de sostener el peso de la casa.

Sobre la mirada masculina en la película, destaca la toxicidad en los personajes adolescentes. En las actitudes de los hombres, siendo secundarios, ¿ha querido reflejar posturas machistas?

Sí, para mí es una película de mujeres donde los hombres son secundarios y su papel es muy arcaico. El padre es el que pega un puñetazo en la mesa, el que se sienta a comer y sirve, el marido de Leonor Watling le deja la educación a su hija y luego se queja, y los adolescentes son todos tremendamente machistas. Ese tema me preocupa especialmente, los preadolescentes no reciben ninguna educación sexual y la única educación que reciben es por las pantallas, ya sea a través del porno o de influencers que cosifican a la mujer. Me inquieta que pensemos que no puede haber retrocesos en los derechos de las mujeres, cuando en cualquier momento podemos sufrirlos.

La integración es un tema clave cuando se habla de inmigración, pero parece que enfoca más la historia hacia la convivencia.

Haciendo la película, hablé con españoles de procedencia china que me hablaron de convivencia y me abrieron la cabeza porque yo antes hablaba de integración. Comprendí que siempre presuponemos que sea la gente de fuera la que adopte nuestros usos y costumbres, cuando lo que habría que hacer es un esfuerzo por ambas partes. Estoy convencida de que ese es el futuro. Las nuevas generaciones de inmigrantes son españolas, da igual los rasgos que tengan.

«Si hablamos de inmigración deberíamos hablar de convivencia, no de integración»

En su obra se ve claramente la voluntad por insistir en que España es multirracial, y la voluntad por cuidar el lenguaje.

 Soy muy pesada con esto porque creo que es importante. Los términos son muy poliédricos, tienen un sinfín de aristas y utilizarlos con corrección ayuda a comprender más al otro. Me gusta que dejemos de hablar de «nosotros» y «ellos» y hablemos de una comunidad, de un nosotros. España es multirracial desde siglos inmemoriales, es un país muy migrante, y cada vez lo va a ser más. Esto es fantástico porque la mezcla tan rica de culturas está haciendo que seamos más plurales y mejores.

También sobresale el tema de la clase, con la coincidencia de ambas niñas en un colegio público.

Los padres españoles provienen de una alta clase social y los padres chinos son más humildes, pero ambos lo hacen fatal y ahí está el paralelismo. Ambos padres tienen una relación complicada con sus hijas y ambos actúan por amor. El gran problema de la película es lo que uno puede llegar a hacer por amor. Por amor, los españoles inscriben a su hija española a clases de chino, mantienen su nombre original cuando en realidad es una niña española que quiere ser igual que las demás y llamarse Manuela o María. Por amor, los padres chinos intentan que la sociedad española no penetre en el núcleo familiar para no perder las costumbres y sus orígenes. Las clases sociales son diferentes, pero en el fondo son iguales.

¿Tenía pensado hacer una crítica a los inexistentes programas de integración del ámbito privado?

Dejo claro que el dinero no consigue que las niñas reciban la mejor educación, por eso la familia pudiente opta por ir al colegio público en vez de al privado, porque sabe que las medidas de integración son mucho mejores. La educación privada es más elitista, mientras que la pública absorbe a toda la gente que llega al país, y se esfuerza, con pocos medios económicos y humanos, de conseguir esa solidaridad y esa normalización. Era importante para mí separar ambos modelos.

Etiquetan su obra como cine social, una definición de la que huyen algunos directores y directoras porque aseguran que les limita.

Soy muy política y no puedo evitarlo, y como soy se desarrolla mi faceta creativa. No me avergüenza decir que hago cine social, al revés. El problema es que se presupone que el cine social debe ser dramático y aburrido, y quise romper con ese estereotipo. En Chinas la gente se ríe, igual que hay escenas que te pegan una patada en el estómago, otras te sacan carcajadas. Elegí a unas niñas para hablar de cosas durísimas como el racismo o la soledad porque es una manera interesante de trabajar, creo que le aporta una luz y una ternura especial. Mi intención no es que el espectador salga derrotado de ver la película.

Menciona la ternura y el humor como motores narrativos, algo que ya destacaba en su ópera prima.

 Te diría que quizá por ser mujer, pero sería falso, creo los uso porque soy así y no lo puedo remediar. Mi mirada es muy tierna. En Carmen y Lola hay tanta ternura porque está basada en mi primer amor. En Chinas también hay cosas de mi universo, porque tengo dos hijos, de siete y cinco años, y la luz que hay en la forma de comunicación entre las niñas la veo con mis hijos. Creo que hasta en las situaciones más dolorosas hay ternura, me da ternura hasta la gente aparentemente mala. Esto creo que es un problema mío personal.

Otro tema que vertebra su película es la soledad, un rasgo que parecen compartir todas las mujeres en Chinas. ¿Ha querido reflejar un retrato de personajes desubicados socialmente?

Es cierto que todas están atravesadas por ese sentimiento de soledad, aunque de forma distinta. Me interesa el papel que la sociedad impone a las mujeres en muchas ocasiones, y cómo esa imposición nos lleva a callejones sin salida. Cuando haces algo que no sientes, acabas siendo una farsa. De todos modos, hay un rayo de esperanza excepto con la madre de Lucía, que es la que más pena me da. El resto de personajes sí tienen el camino algo más fácil, pero la única que está abocada a la incomunicación y al sufrimiento es la madre china. Cuando su hija le abraza y le dice que la quiere, ella ni siquiera entiende los motivos. Su estado de falta de afecto es tal que no sabe ni qué decir.

Hay muchas escenas que abren los ojos a la realidad de los bazares chinos, como la violencia que impera en ellos por ataques que reciben, las condiciones de la tienda a oscuras o la incomprensión para comunicarse.

Esa oscuridad que mencionas era algo que le transmití a mi equipo de arte, porque en esas tiendas siempre hay luz eléctrica. Durante el casting, una mujer china me confesó que le ponía triste no saber si era de día o de noche y necesitaba salir de detrás del mostrador para ver qué pasaba en la calle. En los bazares sufren muchos atracos, entonces cubren las paredes de papel, y las horas pasan ahí dentro en un entorno muy oscuro. Ahí está el problema, que les vemos detrás del mostrador, rara vez en la calle. Nuestra imagen es de alguien que está iluminado fríamente detrás de una amalgama de productos y que apenas habla nuestro idioma. Por eso quise mostrar su vida personal, grabar sus cenas, sus conversaciones en casa y su intimidad más allá del bazar.

«A menudo somos racistas y no nos damos cuenta»

¿Diría que España es un país racista?

No sé si es España u Occidente en general, pero claro que sí. A menudo somos racistas y no nos damos cuenta. El otro día, en un coloquio, una señora me dijo que a los chinos no iba porque hay que apoyar el comercio español. Creo que el español no es consciente de que es racista, como en el uso del lenguaje. ¿Cuántas veces hemos dicho «trabajar más que un chino», o «me suena a chino»? Tenemos tan integrados los microrracismos que asusta. Cambiando algunos detalles podemos facilitar la vida a otras personas.

Precisamente la escena donde Lucía le dice a su amiga que no le llame «chino» sino «bazar» es un ejemplo. ¿El lenguaje condiciona la realidad?

El lenguaje construye la realidad. Yo trabajo mucho la improvisación, pero soy muy fiel al guion. Todo lo que tiene que ver con la forma de hablar y expresar los sentimientos está muy medido, y es difícil porque quería jugar con la naturalidad que puede tener un semi documental, como si las actrices no supieran que las estaba grabando. Para lograrlo, ensayé la peli unas veinte veces, no quería que las ideas estuvieran dictadas por una occidental como yo, sino que se adaptaran a su punto de vista.

«Lo que más miedo me daba era ofender. Si ofendes, no estás haciéndolo bien. Si haces reflexionar, sí»

¿Qué dificultades destacaría de este proyecto?

El peor momento fue cuando comencé el casting y empezaron a hablar en chino. Yo tenía a cuatro asesores para traducirme, pero no entendía nada. Dudé mucho de si lo estaba haciendo bien, porque al ser otra cultura y otro idioma donde no se desarrolla mucho la comunicación no verbal, no tenía claro si captaba los matices. En uno de los primeros días, me dio un ataque de ansiedad. Poco a poco, fui escuchando y entendiendo. No hablo chino, pero empecé a captar cuándo una escena transmitía verdad.

¿Le dio miedo caer en el estereotipo del salvador blanco, en cierto paternalismo?

Me daba pavor. No quería posicionarme a favor de la comunidad china como si todos fueran maravillosos, pero tampoco quería posicionarme en contra de los españoles porque no todo es blanco ni negro, hay una gama de grises enorme. Lo que más miedo me daba era ofender. Si ofendes, no estás haciéndolo bien. Si haces reflexionar, sí.

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