Opinión

La imagen inalterada de tu vida no te salvará de la muerte

Es habitual que las personas públicas hiperexpuestas en televisión y redes aparezcan ante nuestros ojos como figuras estáticas, y por eso su muerte siempre será una sorpresa.

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27
octubre
2023

Los Rolling Stones han sacado un nuevo disco. Uno que vuelve a ciertas esencias de rock y blues de los primeros tiempos de la banda, y en el que Mick Jagger canta como si acabara de grabar Exile on Main Street y Keith Richard y Ronnie Wood tocan sus guitarras como si quisieran despejar cualquier duda de que se les va a escuchar bien. Desde el mero hecho de la salida del disco hasta sus canciones, pasando por la producción, hay en Hackney Diamonds un evidente aroma de reivindicación de fuerzas y de intención de permanencia. Ahí está Jagger bailando sobre el escenario como si tuviera treinta años y concediendo entrevistas como si su fama acabara de estallar y tuviera miedo de que se esfumara. Hay algo asombroso y fascinante en dicha actitud, en jugar a que el tiempo no pase, a esquivar maléficamente la guadaña, como corresponde a Sus Satánicas Majestades.

No la pudo esquivar Charlie Watts, su mítico baterista, fallecido en 2021. El que menos se drogó falleció el primero. Y no la podrá esquivar el resto de la banda, aunque por momentos nos convenzan. Todas las horas hieren, y la última mata, como nos recuerda la muy citada inscripción de algunos viejos relojes. Somos la primera generación que ha visto a sus personajes admirados convertidos en presencias públicas cotidianas en los medios y en sus redes sociales, y somos, por tanto, la primera generación de la historia que no contempla los saltos del deterioro físico. Al no haber grandes espacios de tiempo entre una aparición y otra, nuestros admirados se nos aparecen como figuras que apenas cambian. O lo hacen de una manera tan cotidiana, tan sutil, que somos incapaces de advertirlo.

Nuestros admirados se nos aparecen como figuras que apenas cambian

El tiempo pasa igual para ellos pero no hay una preparación visual para el fin, porque no hay declive evidente, no hay ningún atisbo lejano de ningún memento mori que nos avise de que la ley inconmensurable del final sigue ahí, por más empeño, horas de gimnasio y cirugías que se apliquen para despistar nuestro juicio. Alguno hay, como el torso desnudo de Iggy Pop, pero es más habitual que las personas públicas hiperexpuestas en televisión y redes aparezcan ante nuestros ojos como figuras estáticas, casi momificadas en un físico cuyas pequeñas transformaciones diarias pasan desapercibidas: cambia su forma de vestir, los abalorios que utilizan o los peinados, pero el esqueleto sigue inalterable. Como en esos murales con retratos de una misma persona a lo largo de los años: contemplados uno tras otro, parecen siempre del mismo día, pero miradas la primera y la última foto, percibimos de golpe los lugares en los que el tiempo ha hecho mella.

Así, la muerte será siempre una sorpresa. («¿Ha muerto Charlie Watts? ¡Pero si estaba estupendo!»). Y una sospecha. Será intolerable, porque casi todos se irán (nos iremos) sin haber mostrado un declive claro, conservados en la imagen permanente, en un continuum ante el que nadie podrá decir que hemos dado un bajón (ese diagnóstico colectivo ante el que ninguna segunda opinión clínica puede nunca hacer nada) pero que no nos salvará de la última hora. La que mata.    

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