Cultura

Heródoto, el observador discreto

La historia, como disciplina científica, se atribuye en su primer vestigio al trabajo del geógrafo de Halicarnaso. Pero Heródoto fue, ante todo, un viajero incansable y un lúcido observador.

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24
octubre
2023

«La fina lluvia había convertido el camino en un barrizal. Algunos carros estaban enfangados en el lodo, viajeros y boyeros empujaban con fuerza para desatascar las ruedas. Otros caminantes se habían apartado bajo algunos árboles y charlaban entre sí». Son palabras escritas por uno de los primeros grandes viajeros de la historia europea –que sepamos–, Heródoto de Halicarnaso, una colonia jonia en Anatolia que estuvo subyugada bajo gobierno aqueménida (persa) en época del autor. Hoy conocemos al cronista griego por su triple genialidad: escribir el primer texto en prosa de la producción literaria helénica, fundar la «Historia» como disciplina y ser un viajero curioso, con una capacidad de observación fina y perspicaz. De su obra ha llegado hasta nuestros días Historia, dividido en nueve capítulos por los posteriores eruditos alejandrinos, cada uno de ellos dedicado a una de las musas. En este texto nos confía los detalles de un viaje un tanto peculiar por la Grecia de los siglos VI y V a.C. y sus países aledaños, como Mesopotamia, Fenicia, Egipto o Libia.

Desde su nacimiento en la costera ciudad de Halicarnaso, en la actual Turquía, Heródoto se vio envuelto en el acecho de la conspiración. Las Moiras habían trazado su hado viajero mucho tiempo antes de que sus ojos viesen la luz del sol por primera vez. Junto con su familia, de origen griego, tuvo que emigrar a Samos para esquivar la venganza del tirano que gobernaba su ciudad natal, Ligdamis, a quien tiempo más adelante ayudaría a derrocar. Pero lo que Heródoto parece ser que hizo, y mucho, fue viajar. Recorrió Anatolia, alcanzó la ciudad levantina de Fenicia, visitó Egipto durante cuatro meses, conoció las salvajes tierras libias y sus krepidoi –calzado de la Grecia antigua– pisaron los ambivalentes caminos de Mesopotamia y las míticas tierras de los escitas, pobladas por infatigables jinetes nómadas. Por supuesto, las ciudades griegas fueron uno de sus grandes objetivos, cobrando durante diez años por contar sus relatos y observaciones a quienes quisieran escucharlos.

Durante ese periplo escribió su Historia. Resulta interesante reflexionar sobre el origen de la etimología que ha otorgado un nombre a las disciplinas académicas relacionadas con la investigación. «Historia» responde a una voz muy antigua que los investigadores asumen que proviene del paleolítico: el «historiador» es quien observa, quien pregunta, quien investiga en busca de generar una impresión lo más objetiva posible de unos sucesos, costumbres o datos.

El escritor preguntó sin cesar, contrastando fuentes, persiguiendo reunir una visión lo más completa posible del mundo conocido

Esto es precisamente lo que hizo Heródoto a juzgar por su obra principal. Su curiosidad le llevó a fijarse en los detalles del comportamiento cotidiano de los balbuceantes extranjeros. Además, el escritor anatolio preguntó sin cesar, contrastando fuentes, persiguiendo reunir una visión lo más completa posible del mundo conocido. Es decir, trazar una geografía. Y para ello tuvo que apañárselas para dialogar con eruditos, navegantes, mercaderes que recorrían los peligrosos caminos de la antigüedad con sus caravanas, los más adinerados contratando mercenarios como escolta. Además de por su educación, que tuvo que ser elevada, su mirada se fue curtiendo según recorrió mundo. Todos aquellos aspectos que a Heródoto le parecieron dignos de mención los fue reuniendo bajo un metodismo que sentó canon: sus observaciones eran engarzadas con el fruto de sus conversaciones y las pesquisas que fue reuniendo con el fin de esclarecer diferentes acontecimientos. El resultado, si bien no es un texto refinado (el propio Aristóteles así lo hizo saber en su obra), rompe el esquema que ha llegado hasta nuestros días, que es la escritura en verso, la literatura.

Las historias de Heródoto tienen un acontecimiento común: comprender a los persas (medos y aqueménidas, ya estos últimos en su época). Con todos los pueblos que visitó, pero especialmente con los orientales, mantuvo una apertura mental digna de mención. Los antiguos griegos tenían en muy elevada consideración su cultura y sus propias costumbres. Además, exploró la conexión de mitos y relatos del pasado helénico en busca de explicaciones alejadas de cualquier fábula, como la del mito de Hércules, que le llevó hasta Fenicia.

La obra de Heródoto nos ha llegado inacabada, en opinión de los especialistas. Faltan algunos trabajos perdidos, como los referentes en exclusiva a Libia y Asiria. También es posible que nunca los llegase a escribir. La muerte le sobrevino a los cincuenta y nueve años, cuando se tiene constancia de que era ciudadano de una reciente colonia en la Magna Grecia, Turios (actual región de Calabria, en Italia).

La importancia de Heródoto

En nuestro tiempo estamos familiarizados con la investigación. Aunque la búsqueda de la objetividad esté cayendo en desuso en beneficio de la opinión, con el peligro oclocrático que supone esta deriva irracional, nuestro estado civilizatorio sigue siendo científico. O lo que es decir lo mismo, seguimos confiando todavía en el poder de la duda y del trabajo de escrudiño bien hecho. Al menos, en los ámbitos intelectual y académico.

Sin embargo, la expresión humana es narrativa. Nos encanta fabular e inventar. Tanto es así que nuestros cerebros reconstruyen el resultado de los estímulos sensoriales en función de patrones que encajen en coherencia en función de su estructura neuronal. Cuando contamos algo, estamos narrando, inventando.

Su trabajo implicó un antes y un después en el aperturismo griego al mundo, para mirar a otras culturas con una perspectiva renovada

Heródoto se fijó una meta distinta que fabular. Quiso desentrañar de forma fidedigna los sucesos pasados que explicaban su cultura, de las ciudades-estado de las que procedían sus ancestros, su enemistad con los persas, con quienes compartía mestizaje cultural. Invirtió un notable esfuerzo reflexivo para obtener certezas de lo que solo eran cuentos. El trabajo del autor de Halicarnaso fue una referencia clave para filósofos e historiógrafos posteriores, como Tucídides, Zósimo o Polibio, también desde la propia época clásica a la que él mismo perteneció. Su trabajo implicó un antes y un después en el aperturismo griego al mundo, cuyos pensadores dejaron de ser onfalopsiquistas para mirar a las otros países y culturas con una perspectiva algo más renovada. Al menos, más analítica.

En nuestros días, la lectura de Historia de Heródoto tiene un valor que trasciende el natural literario propio de cualquier obra escrita. Las páginas de la obra del que es considerado el primer historiador occidental de la historia vibran con una frescura y honestidad en muchas ocasiones ingenua, en otras, propagandística de la superioridad cultural griega, sea por acción o por accidente, que alivian cualquier sensación de impostura, tan frecuente hoy en día. Como escribió el autor, «mi deber es informar de todo lo que se dice, pero no estoy obligado a creerlo todo igualmente».

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