Sociedad

Nuestra tormentosa relación con la decadencia

Nos sentimos fascinados por la caída de los grandes imperios y las viejas civilizaciones. Caminando, enseguida nos perdemos por ciudades que consideramos profundamente decadentes. Pero ¿de dónde viene esa atracción? ¿Tiene esta, acaso, un perverso uso político?

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23
noviembre
2021
‘El curso del Imperio. Destrucción’ Thomas Cole (1836).

Thomas Couture fue un pintor francés del siglo XIX adscrito al llamado estilo académico, más recordado por ser uno de los profesores de Manet que por el peso de sus propias obras. No obstante, uno de sus cuadros sí es muy conocido. Los romanos de la decadencia, un enorme óleo de 772 x 472, puede verse en el Museo d’Orsay de París. La representación nos muestra un banquete de la Roma imperial, con los invitados entregados a cualquier placer descriptible y rodeados por monumentos –en ese momento descuidados– de la gloriosa época de la ciudad.

En el año 1847, fecha en que Couture pintó el cuadro, la obra se leyó como una crítica al gobierno del rey, a la sazón controlado por Luis Felipe de Orleans. El artista era un republicano convencido que comparaba la época de la República romana con la de la Revolución, así como al Imperio con la decadente restauración de una monarquía que desperdiciaba sus logros.

La decadencia de la Antigua Roma es una de las obsesiones de la cultura occidental. Abarca desde libros del siglo XVIII como Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, de Edward Gibbon, hasta los comentarios de algunos analistas políticos actuales, que comparan la retirada de las tropas de Afganistán con la supuesta rendición ante los bárbaros –ahora talibanes– del viejo Imperio romano occidental.

Algunos analistas políticos comparan la retirada de las tropas de Afganistán con la supuesta rendición ante los bárbaros

Aunque pintores contemporáneos a Couture –como los ingleses de la Hermandad Prerrafaelita– se obsesionaron con la búsqueda de la belleza en la decadencia, esta es generalmente denostada en nuestra cultura, más apegada al esfuerzo y la presunta sobriedad grecorromana. Es por ello que poetas como Charles Baudelaire se recrearon en ella: era un modo de provocación.

En La máquina del tiempo, HG Wells imaginaba un futuro en el que la Humanidad se dividía en dos razas, los eloi y los morlocks. Cuando el protagonista conoce a los primeros, descubre una raza de seres lánguidos, de aspecto andrógino, que pasan el tiempo sin hacer nada más que jugar como una especie de niños pequeños y mimados. Wells tiene la maldad de hacer que su viajero del tiempo piense que está ante el resultado de una sociedad comunista en la que se ha eliminado el trabajo hasta que aparecen los morlocks, monstruosos depredadores de la vida subterránea que en realidad crían a los ociosos eloi como ganado.

Es la lección moral permanente en torno a la decadencia: después de ella vienen los bárbaros. Se puede decir que Wells, uno de los padres de la ciencia-ficción, inaugura con ella el subgénero de la distopía, una de las obsesiones más recientes de nuestra cultura popular. En películas como Hijos de los hombres vemos algunos de los grandes tesoros de la cultura, como el Gernika de Picasso, custodiados en la residencia particular de un funcionario corrupto que disfruta de grandes lujos mientras a su alrededor su país, Gran Bretaña, se sume en el caos.

Hay una lección moral permanente en torno a la decadencia, y es que después de ella vienen los bárbaros

Países como España están, en parte, obsesionados con su propia decadencia como potencia mundial, título que nuestro país no ostenta desde al menos el siglo XVIII, justo cuando Gibbon escribía su monumental obra sobre Roma. En Europa podemos ver el concepto de decadencia utilizado políticamente: es el caso de los ideólogos del Brexit, pero también de aquellos discursos pronunciados por populistas como Orbán o Putin, que hacen referencia a un supuesto pasado glorioso que los enemigos de la patria –sean quienes sean- han llevado a la decadencia.

Incluso el escritor, cineasta y cómico galés Terry Jones, miembro de los Monty Python, tiene un curioso ensayo histórico titulado Roma y los bárbaros. En él defiende que el proceso de ‘caída’ del Imperio y su sustitución por los llamados bárbaros no fue ni tan inmediato ni tan violento como nos gusta pensar; se trataría más bien de una asimilación mutua en la que las formas políticas se debilitaron y fueron cambiando paulatinamente. Sí, el Imperio cayó, pero su cultura sobrevivió en los ‘reinos bárbaros’ y se prolongó a través de las nuevas lenguas romances, la Iglesia católica y la literatura popular. Roma cayó, pero su decadencia no la hizo desaparecer; la convirtió en nosotros.

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