Opinión

El camino

Estos días ando a las vueltas con el paso del tiempo. El tiempo no deja de correr nunca y, tarde o temprano, todos transitaremos el mismo camino.

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17
octubre
2023

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Estos días ando a las vueltas con el paso del tiempo. Con el concepto del tiempo en general. Cada año se divide en doce meses, y cada uno de esos meses en treinta y un, treinta o veintiocho días. Sin embargo, cada cuatro años uno de esos meses dura un día más, veintinueve. Si conversan con una de esas personas que afirman haberse hecho a sí mismas, tarde o temprano la escucharán sentenciar que todo el mundo tiene las mismas veinticuatro horas en su día, y que la diferencia entre el fracaso y el éxito está en cómo decidimos emplearlas. Tengo mis serias dudas al respecto. Poco a poco se va adelantando la hora en la que amanece y se retrasa la puesta de sol, pero cuando nos acostumbramos a los días largos y las noches cortas retrasamos los relojes una hora. Seis meses después, los adelantaremos de nuevo.

Quizá ustedes también tengan en ocasiones la impresión de que las manecillas del reloj avanzan pero la vida se estanca en los mismos momentos, las mismas historias. Una persona decide presentar un nuevo proyecto político ilusionante que represente –de nuevo, una vez más, no se aprende jamás la lección por más que se repita– la voz del pueblo. Un banco quiebra y el gobierno del momento decide emplear fondos públicos para rescatarlo. Un país bombardea a su vecino para seguir aterrorizándolo y extrayendo sus recursos. La inflación atosiga a la gente corriente, suben los tipos de interés, en Francia arden las calles por una revuelta. Las personas que nos rodean cumplen años, crecen. Somos conscientes de todo esto, pero no terminamos de registrarlo en nuestras cabezas, es un ruido de fondo.

Algunos de los lugares que conocía como la palma de mi mano se han vuelto ajenos, extraños. Unos pocos, incluso han dejado de existir.

El tiempo no deja de correr nunca, así que de repente nos encontramos con que, por ejemplo, esa hermana a la que le cambiamos los pañales y le dimos biberones pronto cumplirá veinte años. Ya no extenderemos el brazo para tomarla de la mano antes de cruzar la calle, es una persona adulta que puede ir sola por el paso de cebra o que no necesita que nadie la recoja en la parada del transporte escolar. Es independiente, tampoco busca nuestra ayuda para comer ni para vestirse. El hermano con el que nos pegábamos medio en broma medio en serio y al que le sacábamos media cabeza amanece un día con una voz diferente y veinte centímetros más alto que la noche anterior. En algún momento se casará, tendrá hijos, pero por más que se rompan la cabeza no conseguirán conciliar cómo esos segundos que se vuelven minutos que se vuelven horas que pasan a ser días, meses, años, han cambiado tanto a una persona. No obstante, comprobarán que gracias a algún tipo de milagro mantiene la sonrisa que le caracterizó en su infancia.

Algunos de los lugares que conocía como la palma de mi mano se han vuelto ajenos, extraños. Unos pocos, incluso han dejado de existir. Veo en las revistas o en la televisión a actores y cantantes que seguía o que me gustaban durante mi adolescencia y no puedo evitar sorprenderme ante lo mayores que están ya, como si yo siguiera manteniendo el mismo aspecto que tenía a los diecisiete o a los veintidós. Pienso en algo que escribió George Seferis: «Viejo amigo, ¿qué es lo que buscas? Tras tantos años de ausencia vienes con las imágenes que albergaste bajo cielos extraños muy lejanos de tu tierra». Jamás viviremos nada que no haya vivido otra persona antes, no somos especiales. ¿No es hermoso en cierta forma? Algo que me reconcilia mucho con el paso del tiempo y con su final, la muerte, es la idea de que nadie escapa a este viaje. Tarde o temprano, todos transitaremos el mismo camino.

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