Cultura

¿Qué dicen de nosotros los spoilers?

El pánico al spoiler domina el consumo de entretenimiento del siglo XXI, pero el hecho de mantener oculto el desarrollo de la trama está lejos de ser una práctica histórica habitual.

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04
julio
2023

A mediados de los años 20, el director de cine Rino Lupo estaba en Vigo haciendo algo que los profesionales del audiovisual de hoy conocerán muy bien: un press tour.  Necesitaba convencer a la prensa de que su película iba a ser una maravilla, para que empujasen así a sus lectores a los cines. Lupo dio entrevistas, invitó –acompañado de su «capitalista»– a cenar a la prensa y, fascinantemente, desgranó todos y cada uno de los giros de la historia. En Faro de Vigo, publicaron después del encuentro una larguísima noticia con el argumento completo de su filme. Les ahorraban a sus lectores el final para que fuesen a las salas, pero poco más. Para ellos, los spoilers no existían. 

Nada que ver con lo que ocurre 100 años después. Ahora, los spoilers son temidos y odiados. Cualquier medio digital lo sabe bien: si van a desvelar en un artículo algún detalle clave de la trama de películas, series o programas, incluirán antes de nada un aviso –a poder ser en negrita, porque ponerlo en luces parpadeantes resultaría quizás excesivo– de que se avecinan spoilers. Y, aun así, saben que habrá quien en redes sociales deje algún que otro mensaje criticando que le hayan destripado la historia. O deje un comentario en la propia noticia de agravio. 

Los giros de trama y el interés por descubrirlos no son un invento moderno. Enganchar a las audiencias y mantenerlas capturadas con golpes de efecto es algo bastante antiguo. Tanto, de hecho, como las propias historias. Solo hay que pensar en qué hacía que los folletines del siglo XIX funcionasen: se leían día tras día durante mucho tiempo –y se compraban los periódicos que los ofrecían– porque la trama nunca dejaba de sorprender. Era adictiva. 

Enganchar a las audiencias y mantenerlas capturadas con golpes de efecto es algo tan antiguo como el arte de contar historias

Sin embargo, el pánico al spoiler sí es algo reciente, al menos en la escala que ahora lo vivimos. La comunicación de los productos culturales era, incluso, un tanto distinta: solo hay que sentarse a ver el tráiler de una película de los ochenta para sorprenderse con cómo la están vendiendo. 

La primera vez que se usó la palabra spoiler fue en 1971, cuando se incluyó en una noticia en un medio estadounidense para hablar de los finales de películas que habían sido estropeados por las revelaciones de otros espectadores. En España, el término ha ido ganando popularidad y presencia a lo largo del siglo XXI. Google Trends, que mide las búsquedas online desde 2004, muestra una gráfica al alza consistente en la búsqueda del término. Ngram Viewer, que analiza la presencia de palabras en libros desde 1800, evidencia que el término no entró en el corpus libresco en español hasta los ochenta, si bien entonces lo hizo de forma muy discreta: su explosión, en realidad, arranca en 2010. 

Y tiene sentido, porque el spoiler y el temor asociado son un fenómeno «muy de internet». En el mundo de la televisión, podías esperar meses a que una serie fuese doblada y emitida en una cadena española después de sorprender a los espectadores estadounidenses, casi con la certeza de que nadie te la destriparía. En la era de internet, los destripes empiezan antes incluso de que se emita. 

Quizás es por eso por lo que se teme tanto a que alguien arrebate la sorpresa de la historia. O quizás internet en sí misma se ha transformado en un campo de minas de las expectativas y eso ha hecho que el spoiler se acabe convirtiendo en un pecado todavía más grave. En 2010, un artículo de The New York Times desveló el que se esperaba fuese el golpe de efecto de la nueva temporada de Mad Men. En el fondo, que lo hiciesen tenía lógica periodística –y era lo que llevaban haciendo años los periódicos–, pero se convirtió en un escándalo online porque no habían añadido el esperado «spoiler alert». El director de la serie, Matthew Weiner, llegó a declarar que estaba en estado de shock por los acontecimientos. 

En la era de internet, los destripes empiezan antes incluso de que salga el producto en cuestión

Internet había creado ya toda una cultura de códigos colectivos sobre lo que se puede decir y lo que no y cómo se debe hacerlo sobre los productos culturales. La buena etiqueta implica que nunca se desvelarán detalles cruciales de la trama, a menos que se avise de ello de una manera que permita a quien está al otro lado evitar esa información. Cualquiera que siga una serie de moda y entre en Twitter en el momento después del lanzamiento de su último capítulo sabe que una cosa es la etiqueta y otra la realidad, pero, con todo, la idea ha calado como lo correcto. Tanto, que a veces se da la situación un tanto absurda de que alguien se queje de que se le haya spoileado el final de alguna novela publicada hace 150 años. 

Pero la cultura del spoiler –y su prohibición– no es solo una curiosidad, sino que dice también mucho sobre cómo ha cambiado el entretenimiento y cómo lo ha hecho su relación de la sociedad. Por un lado, esta etiqueta draconiana sobre qué se puede contar y qué no, no funcionaría igual si no se estuviese en un mercado en el que el entretenimiento se ha convertido en global (y que es objeto de discusión en redes sociales).

Por otro, el temor al spoiler podría tener una lectura política. ¿Son los spoilers simplemente una muestra más de la vertiente hipercapitalista de internet? Eso es lo que concluye la columnista Emily St. James: la cultura del spoiler, señala, ha ido creciendo de forma paralela al modelo masivo de entretenimiento online de las últimas décadas. El espectador debe tener siempre una masa ingente de productos para consumir, productos que deben ser nuevos y generar la sensación de una oferta casi infinita. Y si el objetivo es que veas más y más horas de contenido, debe mantener el atractivo. Debe ser siempre algo sorprendente, aunque en realidad no lo sea tanto.   

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