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«Arriesgarse es la mejor manera de encontrar tu camino»

Fotografía

Víctor Garrido
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11
octubre
2022

Fotografía

Víctor Garrido

Christina Rosenvinge (Madrid, 1964) es una artista con una rara cualidad: sabe bajarse a tiempo del éxito –si se entiende como la venta de muchos discos o el protagonismo en los periódicos– para luego lanzarse al vacío y caer de pie. Para ella, la sensatez no es necesariamente una virtud: se dio a conocer con el dúo Álex y Christina, y cuando apuntaba a barrer las listas de popularidad con canciones como ‘Aparezco a tu lado’, decidió hacerse camino como solista. Más adelante, hace exactamente 30 años y apoyada por la banda Los Subterráneos, hizo uno de los discos fundamentales del rock en español, ‘Que me parta un rayo’. Así ha sido su carrera: siempre explorando, atendiendo a su instinto antes que al marketing. No ha acertado en todo, pero sí se ha salido con la suya. Su proyecto más reciente forma parte de esa costumbre de retar a la rutina: se trata de la obra de teatro ‘Safo‘, donde recupera la poesía y la figura de la célebre poeta griega.


¿De dónde salió la vocación musical?

Todo nació porque mis padres pasaban los veranos fuera, en Dinamarca. Yo era la más pequeña de la familia y mi hermana Teresa, siete años mayor, invitaba a sus amigos a casa. Ellos tenían una banda y comenzaron a traer sus guitarras. Recuerdo el momento en que montaron una batería en el salón, así como la primera vez que sonó un amplificador de guitarra en mi casa. Tenía 15 años.

¿Así formaste tu primera banda?

Luego me ofrecieron ser parte de una banda de rock. Se llamaba Ella y los Neumáticos. Yo no tenía ni idea de cantar o tocar, pero en esa época todo era muy punki. Estaba estudiando danza y pensaba que mi futuro iba a estar en las artes escénicas. Más tarde comencé a ocuparme de la música y a escribir canciones. Así surgió el grupo previo a Christina y Los Subterráneos, que fue Álex y Christina.

«Hay algo en común entre todos los migrantes: la sensación de pérdida»

¿Cómo fue crecer en una familia de migrantes?

En mi caso fue diferente: mis padres llegaron de un país que era más rico [Dinamarca] que España en los años cincuenta; viajaron por motivos románticos e idealistas. Lo que sí hay en común entre todos los migrantes es la sensación de pérdida. No importa si tus razones para migrar son económicas, políticas, ideológicas, climáticas o sociales. Has perdido a tu familia de origen, tu país, tu lengua. Eso sí estaba presente en mi familia. Por suerte, el hecho de perder una lengua madre como el danés hizo que ganáramos una adoptada, el español. Eso fue la llave de un universo entero. No solo en España, sino en Latinoamérica.

¿Tus padres llegaron en la era de Francisco Franco?

Mi padre era un hombre muy conservador y simpatizaba con esos ideales, por extraño que parezca. Alguien muy estrafalario, lleno de contradicciones. Le podía encantar la poesía de Lorca y, al mismo tiempo, simpatizar con Franco. Hay que meterse mucho en su personalidad para entenderlo, pero eso también tiene que ver con la ideología de la época, que era un poco hipócrita.

¿Por qué decidiste terminar con el proyecto de Álex y Christina?

Habíamos nacido en una habitación, como cualquier banda, pero por el tipo de promoción que se hizo desde la compañía discográfica, a cierta parte de la industria le parecía un invento. Mucha gente no sabía que escribíamos las canciones. No sabían que yo era letrista antes que cantante. Era algo machista: se negaba la capacidad de una mujer que da la cara en una banda. Yo no estaba de acuerdo con eso: llevaba desde los 15 años tocando y cantando en bares; no me sentía cómoda siendo parte de lo más comercial de la música.

Entonces grabaste Que me parta un rayo, con Los Subterráneos.

No era precisamente un grupo, porque las canciones las escribí sola. En alguna canción firmé con algún colaborador, pero el 90% era mío. Organicé la banda para grabar el disco y recurrí a los amigos de mi hermana mayor, que eran los músicos de Joaquín Sabina. La composición del disco fue muy impulsiva: estaba soltándome con la guitarra y tocaba de una manera muy punki; era una época muy convulsa para mí. Vivía en una casa compartida y pasaban muchas cosas alrededor, así que comencé a escribir sobre eso y sobre la nueva relación que tenía con el que luego sería el padre mis hijos, Ray Loriga. De alguna forma, todo eso fue a parar a las canciones. Es un disco escrito desde un fuego interior muy potente.

«Tenía una forma instintiva de pensar, de lo contrario no habría logrado esa independencia con la música»

Es un disco muy feminista…

Es verdad, pero no fue algo planeado. Fue algo más bien instintivo sobre lo que sentía y lo que pasaba con mis amigos. Yo tenía esa forma de pensar, de lo contrario no habría logrado esa independencia con la música. En ese momento ya había leído las cosas fundamentales en lo ideológico y estaba muy segura de mí misma.

Y luego llegó el momento indie y te fuiste a Estados Unidos…

Eso tampoco estuvo planeado. Todo lo que he hecho en mi vida ha sido espontáneo. Comencé a escuchar música diferente, más sofisticada. Esa cosa tan inmediata y primaria que tenía Que me parta un rayo ya no me salía. Es lo malo de aprender: esa frescura solo la tienes en un disco, luego ya es un ejercicio de estilo. Es muy bonito ver cómo la vida te va llevando por sitios diferentes. Estaba escuchando música de los ochenta y los noventa, la que le correspondía a mi generación, y encontré un montón de cosas que me interesaban muchísimo. Acompañé a Ray a un festival literario en los Países Bajos y coincidimos con Lee Ranaldo, el líder de Sonic Youth, con quien vimos que teníamos muchas cosas en común; nos hicimos muy buenos amigos. Esa fue la puerta de entrada: luego él produciría mi siguiente disco y nos mudaríamos a Nueva York.

¿Qué te dejó esa ciudad?

Fue una experiencia a medio camino. Me marché porque surgió una oportunidad, pero no me habría ido si hubiera tenido las cosas muy atadas en España. Acababa de sacar un disco, Cerrado, y la gente no había entendido lo que estaba haciendo. Si ese tipo de cambios hubieran venido de otro artista se habrían respetado, pero en mi caso, por el hecho de ser mujer, no. Estaba cansada de eso y surgió la oportunidad de irse. Son las ganas de hacer música las que me han llevado de un sitio a otro. Cuando volví a España ya era otra persona.

«Es una suerte que años después mujeres mucho más jóvenes me reconozcan como influencia»

¿Cómo fue el regreso?

Un reencuentro y un enamoramiento con mi lengua. Después de haber escrito en inglés, donde hay mucho monosílabo, volví a conectar con la sonoridad del español y la prolífica tradición literaria hispanoamericana. A mi regreso, el disco Tu labio superior hizo un nuevo milagro: volví a estar en las listas de lo mejor del año y a tener conciertos llenos. Todos mis discos son hechos por instinto, y eso para mí es una lección de vida: hacer las cosas de forma sensata no es necesariamente lo mejor. Arriesgarse es la mejor manera de encontrar tu camino.

¿Y cómo aparece el actual proyecto sobre Safo?

Estaba escribiendo para un disco nuevo y me ofrecieron hacer la música de una producción teatral. El proyecto era sobre Safo: debía adaptar sus poemas a la música pop y contactar a María Folguera para escribir textos y a Marta Pasos para dirigir. Hicimos algo descrito por cada uno de manera distinta: algunos dicen que es una ópera rock, otros que es una obra de teatro y algunos más que es un musical avant garde.

¿Cómo ves la música de hoy? ¿Y a las otras cantautoras?

Para mí ha sido maravilloso encontrar tantas cantautoras hoy. Durante mucho tiempo me sentía muy sola. El hecho de que años después mujeres mucho más jóvenes me reconozcan como influencia es una suerte. Son mujeres que dicen: «Yo te vi en la televisión cantando Voy en un coche o Tú por mí y me di cuenta de que, si tú lo habías hecho, yo también podía».


Esta entrevista es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo‘ y la revista ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.

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