Cultura

El origen de la oratoria

Desde la antigua Grecia a los currículos escolares de ahora, la oratoria ha estado muy presente en el devenir humano. Es la disciplina que nos ayuda a expresarnos en público y a la supervivencia de la democracia.

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10
julio
2023

«Tumultuosa era el ágora, y bajo los pies de los hombres que buscaban asiento la tierra tembló. Nueve heraldos daban voces mandando que todos guardaran silencio para oís de los reyes, alumnos de Zeus, la palabra. Se sentaron con dificultad y tan pronto como ocuparon sus asientos, callaron. Se alzó Agamenón soberano de su asiento y del cetro que Hefesto labró, que ahora empuñaba. (…) Y, apoyándose en él, habló a los argivos».

La palabra nos acompaña desde el origen mismo de nuestro paso por la tierra, ya convertidos en los homínidos que somos. En la antigüedad, todas las grandes culturas lo tuvieron claro: la diplomacia, la guerra, la convivencia pacífica y la civilización precisaban de un estudio y dominio desarrollados del lenguaje. Quienes aprendiesen a desenvolverse con mejor soltura despertando emociones imprevistas y agitando la solidez del intelecto serían capaces de influir en el grupo, por extenso que este fuera.

La oratoria, o el arte de saber expresarse con elocuencia en público, sigue siendo hoy en día una disciplina imprescindible para todo buen ciudadano que como tal se precie. En tiempos de rapidez en el discurso, brevedad en las intervenciones y obsesión con hablar antes que por escuchar al semejante, ¿qué podemos aprender de los inicios de tan poderosa instrucción?

Homero, el gran poeta de la época arcaica griega, situó la palabra como la gran arma de batalla. La Hélade había sufrido la denominada Época Oscura, un periodo donde el legado arqueológico decayó hasta el extremo que apenas tenemos información de lo que aconteció hasta el siglo VIII a.C. Es en este momento cuando regresa con intensidad la producción cultural a la civilización griega: la Ilíada y la Odisea, entre otros textos atribuibles al genio del aedo, pero también Hesíodo, quien fijó la tradición mitológica y tradicional griega en la extensión de su obra.

Según las ciudades-estado se iban haciendo más complejas y el comercio ganó terreno frente a las pequeñas poblaciones o la vida nómada, la palabra fue cobrando una creciente importancia. La necesidad de convencer a los demás no era algo nuevo, desde luego: tratar con nuestros semejantes implica aprender a comunicar. Pero en un ambiente cada vez más complejo, con estamentos sociales y relaciones comerciales, militares y diplomáticas enrevesadas, saber hablar se convertía en un requisito imprescindible para tener, primero, éxito intelectual, pero más profanamente, como sucedió durante la sofística clásica, para lograr un mejor posicionamiento en la sociedad.

La palabra, convertida en obsequio divino por su capacidad para doblegar voluntades de forma equivalente a las sangrientas armas, se había revelado como herramienta o arma, según se desease utilizar. La filosofía nació en su seno, investigando la realidad bajo el prisma de los conceptos contenidos en el habla. También, y en torno a ella, surgieron disciplinas de estudio, hoy académicas, como la historia (que en su significado original invoca al propio esfuerzo de investigar) o el propio análisis del lenguaje, como tendría lugar a partir de filósofos como el eleático Parménides y Aristóteles.

La oratoria, como disciplina, surgió en algún rincón del Mediterráneo, probablemente en la polis griega de Siracusa, en Sicilia, como consecuencia de este esfuerzo por dominar el correcto uso de la palabra. El buen orador debe aprender a dominar los tiempos del discurso, su gestualidad, su mirada y pose ante la audiencia, el tono y la naturalidad de un discurso lo mejor trazado posible, de bella sonoridad y elegancia en el ingenioso uso del matiz que ofrece cada palabra, de las posibilidades de los distintos verbos, de la intención final de quien se dirige al prójimo.

En el Imperio Romano, Retóricos y filósofos como Marco Tulio Cicerón o Marco Fabio Quintiliano perfeccionaron hasta la exquisitez el arte de la oratoria

No obstante, su auge no fue hasta el siglo V a.C. en Atenas, tras la victoria griega sobre los persas en las guerras médicas y el auge de la democracia. En la capital de la filosofía de aquella época, los ciudadanos debían intervenir para defender personalmente sus causas en los tribunales, además del peso que implicaba saber convencer en la asamblea. Los ciudadanos ricos, que podían disponer de tiempo y de dinero suficiente para procurarse una correcta instrucción, comenzaron a buscar preceptores que les formasen a ellos y a sus hijos en el dominio de la palabra.

Precisamente por ello, durante ese siglo y el siguiente surgiría tal proliferación de sabios, eruditos, maestros y diletantes que, de entre ellos, llegarían a destacar los llamados «diez oradores áticos» según el Canon Alejandrino compilado posteriormente, siendo algunos de los más conocidos Antifonte, Lisias y Demóstenes. Este esplendor, que decayó tras la derrota ateniense en la Guerra del Peloponeso y la conquista de Alejandro Magno, tuvo su rutilancia definitiva durante la época romana. Retóricos y filósofos como Marco Tulio Cicerón o Marco Fabio Quintiliano perfeccionaron hasta la exquisitez el arte de la oratoria.

Pero la oratoria no tiene solo orígenes en el mundo griego. En la India, del estudio de los Vedas y de las laboriosas discusiones ya desde los inicios del brahmanismo, los filósofos comenzaron a perfilar la palabra, que consideraban una herramienta entregada por los dioses que debía conservarse con fidelidad y estudiarse como sagrado objeto de conocimiento. Al menos desde el siglo VII a.C. y en los festivos torneos eruditos que organizaban los príncipes y señores del subcontinente, el estudio de la gramática, la retórica y la oratoria vivieron un acelerado desarrollo que se incrementó bajo el hinduismo y la influencia budista. En China, donde el idioma no ha variado demasiado desde sus remotos orígenes, fue la llegada de Confucio y sus seguidores quienes inauguraron una etapa de revisión de las palabras y, con ellas, de la habilidad para hablar en público.

Oratoria, una disciplina muy actual

La trascendencia del peso del género de la oratoria es más que evidente en nuestros días, donde los Estados son extensos, el flujo de información que recibimos los ciudadanos cada día es cada vez mayor y las sociedades gozan de una amplia complejidad cultural y de actividad. Ya sea como consecuencia de haber recibido una buena educación o para su empleo en la acción política o en la laboral, saber dirigirse a un público y convencerle es necesario para una correcta pervivencia de la democracia. Como ya se percataron los antiguos griegos, es imposible ser un buen ciudadano y participar, en consecuencia, en los asuntos públicos si no somos capaces de escuchar a nuestros semejantes y manejar con audacia la estructura del lenguaje, además de saber dirigirse a los demás sin temores ni limitaciones expresivas.

En la actualidad, y en países como España, se ha vuelto a implantar la oratoria en el currículo de educación con el fin de incentivar el desarrollo cognitivo y de la expresión de los alumnos. Porque la oratoria gobierna nuestras vidas en cada instante en que conversamos con los demás: desde los exhortos hasta los discursos políticos, la presentación de un producto en su lanzamiento o un sencillo panegírico. Aprender a comunicarnos con inteligencia nos permite discernir mejor cuál es nuestro lugar en el mundo y el de los otros.

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