Cultura

Salvar la tipografía

Ha formado parte del paisaje habitual de las calles, pero las tipografías han también sucumbido a modas y al paso del tiempo. Rescatar la cartelería urbana ayuda a preservar esa parte del patrimonio colectivo.

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26
junio
2023

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Los trazos, milimétricamente calculados, arañan la fina lámina de papel. Un descuido, apenas el desorden, y todo el trabajo habrá quedado arruinado. En silencio, el maestro vigila a sus alumnos. La continuidad de su aprendizaje depende de haber estudiado cada detalle del carácter. Solo la excelencia es aceptable en la escuela imperial.

Al otro lado del mundo, unos pocos cientos de monjes en toda Europa se afanan por copiar los libros que conservan en las bibliotecas de los monasterios, también las de algún palacio. Cuidan cada detalle del pergamino, dedican horas a entrenar una capacidad de atención que, a tientas en la penumbra, permita mantener la fidelidad con el libro original. Algunos deslizan algunas quejas en los márgenes de los manuscritos. Luego llegó Gutenberg, la Biblia impresa en letra textura y los miles de tipografías que hoy podemos encontrar en bancos de datos y al abrir cualquier procesador de textos.

La tipografía nos acompaña desde el origen de las técnicas de impresión como una extensión del arte milenario de la caligrafía. Destinadas a unificar bajo un criterio de belleza e inteligibilidad la escritura destinada al público, en la era de internet parecen condenarlas a una limitación que las uniforme en unas pocas. Al menos, desde la perspectiva estilística y una conveniente meditación sobre las impresiones que cada propuesta causa en el lector. ¿Estamos ante el fin de la tipografía o nos encontramos en una nueva etapa de su reinvención?

«Encurtidos Maite». «Carnicería Luis Miguel». «Confitería Altair». «Cines Entrevías». Ninguno de estos nombres ha sido escogido basados en ninguno real, pero representan ejemplos reales del paisaje de nuestras calles. Letreros y también carteles que anuncian negocios familiares que se desvanecen, en multitud de ocasiones, junto con los negocios que también han echado la persiana.

La mayoría de los bellos carteles de antaño, que aglutinaban tipografías de muy distinto tipo, han acabado desvencijados por el paso del tiempo o, en los casos afortunados, en manos de coleccionistas que conservan estos pequeños tesoros del pasado reciente. Todas ellas forman parte del recorrido sentimental por diversos periodos históricos y de países. Las más lejanas tipografías pertenecen al legado histórico, aunque las usadas durante el siglo XX aún siguen en el legado fotográfico de millones de familias de todo el mundo, además de en el recuerdo de multitud de personas.

En este sentido, el trabajo de amantes de la cartelería y el arte tipográfico está siendo vital para mantener vivo tanto el amor como el legado por estos retales de nuestro pasado inmediato. Es el caso de la Red Ibérica en Defensa del Patrimonio Gráfico, que ha rescatado solo en Madrid más de dos centenares de carteles de establecimientos históricos de la capital española. Suman más de un centenar de miembros que siguen escrudiñando a lo largo y ancho de toda la geografía del país nuevas incorporaciones dignas de su rescate. También la Biblioteca Nacional ha realizado acciones de restauración de letreros, entre ellos algunos de las ferias taurinas.  Asimismo, la prestigiosa institución conserva una rica colección de cartelería a disposición de los visitantes y de los expertos que deseen estudiarlos.

Por otra parte, la restauración de letreros y carteles está viviendo una renovada edad dorada como piezas artísticas muy valoradas en decoración. No solo de establecimientos temáticos, sino también de hogares y oficinas a las que se desea dotar de un toque pintoresco. En la mayoría de los casos, el trabajo de los restauradores es delicado, cuando no enrevesado. No ayuda el estado en el que consiguen las piezas, rotas, decoloradas y oxidadas por el paso de las décadas, su abandono en húmedos almacenes, incluso a la intemperie. En otros países de Europa y Latinoamérica es más habitual la dedicación a la puesta en circulación de los productos tipográficos. Pero, además, está sucediendo el fenómeno inverso: nuevos dueños de locales, diseñadores gráficos, imprentas y tendencias que buscan conservar o inspirarse en los diseños de la época de nuestros padres y abuelos.

Un patrimonio en evolución

Los esfuerzos en conservación de las artes tipográficas no son baladíes. La caligrafía se ha convertido en una rareza: según la escritura manual reduce su cantidad y complejidad, quedando limitada a pequeñas notas y a contextos informales en beneficio de la escritura mediante tecnologías digitales, la necesidad de cuidar la manera de expresarnos se ha limitado a la inclinación de quienes desean practicarla. La situación es lógica: no hay apenas necesidad de hacernos entender ante cualquier lector con un texto escrito de nuestro puño y letra. Por tanto, la caligrafía no ha de exigirse en la educación básica ni termina siendo un imperativo que represente a la persona mínimamente culta, acostumbrada a un alfabetismo universal en los países del primer mundo.

La mayoría de los bellos carteles de antaño, que aglutinaban tipografías de muy distinto tipo, han acabado desvencijados por el paso del tiempo

Siguiendo la misma suerte, la tipografía está quedando limitada a las modas comerciales. El eclecticismo de los distintos negocios que pueblan las calles de nuestras ciudades, la proliferación de las grandes cadenas comerciales y el peso de la publicidad en línea están dirigiendo la prolífica variedad de tipografías a la imagen de marca y a patrones de moda. Hace décadas, la tipografía servía para diferenciar incluso las distintas clases de establecimientos a simple vista.

Parecida situación sucede con el tipo de letra utilizado a la hora de redactar documentos en los procesadores de textos, en revistas, periódicos y toda clase de publicaciones. Las más usadas son, actualmente, Helvética, Arial, Times New Roman, Avant Garde o Garamond. Algunas de las más antiguas siguen vivas, como la Gótica o la Baskerville, diseñada en 1757 por el impresor británico John Baskerville.

No obstante, la tipografía mantendrá su vigencia mientras exista el lenguaje escrito, por lo que es probable que acompañe al ser humano a lo largo de toda su existencia en el cosmos. Como sucedió desde la invención de la imprenta, y antes con la xilografía en China medio milenio antes del prodigio europeo, serán los principios estéticos y morales de la sociedad de cada tiempo, las modas y las preferencias individuales las que determinen la evolución de la tipografía del futuro.

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