Sociedad

«La autoexigencia es como tener el típico entrenador de los años ochenta que no pasaba una»

Fotografía

Patricia J. Garcinuño
¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
12
junio
2023

Fotografía

Patricia J. Garcinuño

Cuando Ana María Matute recibió el Premio Cervantes en 2011, empezó su discurso con una confesión: odiaba tener que hacerlos porque temía no estar a la altura. «Sean benévolos», pidió a los asistentes. Tal como cuenta Emma Vallespinós en ‘No lo haré bien’ (Arpa), hasta una escritora de semejante calibre sufría del síndrome de la impostora y de lo que Vallespinós llama el ‘noloharebienismo’. Es decir: pensar por defecto una no estará al nivel esperado. Poco importa lo mucho que sepas de algo, la de años que lleves en esa profesión o lo preparada que estés: asumirás que no lo vas a hacer bien.


¿Qué decirles a quienes siguen pensando que el síndrome de la impostora es un poco postureo, si hasta Ana María Matute lo padecía? 

Creen que es falsa modestia, y yo siempre digo ojalá pudieran convivir con nuestra «falsa modestia» durante unas semanas. Les convencería bastante de lo que es en realidad. De lo que hablo en el libro es del autoboicot, de esta manera de dudar de nosotras mismas que hemos aprendido las mujeres. El síndrome de la impostora lo definen por primera vez dos psicólogas de Estados Unidos a finales de los años setenta, y lo llaman el fenómeno del impostor. Cuando se dedican a estudiar el caso concreto de las mujeres se encuentran con algo bastante curioso, y es que son mujeres –que si nos hablaran de ellas diríamos «qué cracks»– que cuando les preguntan por sus méritos no los atribuyen ni a su capacidad, ni a su preparación, ni a su talento, ni a su inteligencia, sino a cosas como haberse esforzado mucho, al factor suerte o incluso a un error a la hora de seleccionarlas. Al final es esto lo que nos pasa: en el libro hablo del noloharebienismo. Nos decimos y nos creemos que no seremos capaces de hacer ciertas cosas. Cosas que tienen que ver con el ámbito público y profesional, en el que objetivamente estamos preparadas y somos capaces porque son nuestro campo de especialidad o nuestra profesión. No son cosas que no sepamos, pero sentimos una inseguridad muy grande ante este reto. Esa voz que empieza a insistir: «no lo hagas» o «no lo harás bien». Nos ataca los días previos, los momentos antes e incluso después, aunque haya ido todo bastante bien. 

«Nos han enseñado desde muy pequeñas eso de que calladitas estábamos más guapas»

Ese horrible día después en el que una se pregunta por qué dije tal cosa o hice tal otra. 

Sí, a mí me parece curioso que cuando se estudiaron estos casos las mujeres decían que uno de los problemas es que no se sienta jurisprudencia. El que haya ido medianamente bien no te da seguridad para la siguiente vez. Siempre vuelves a estar en el mismo punto de partida. Al final, como lo atribuimos todo a habernos esforzado mucho o a esta suerte que hemos tenido en esta ocasión, no lo vivimos como un mérito propio y no creemos que haya sido gracias a nosotras mismas.  

Y la gran pregunta: ¿qué o quién tiene la culpa de esto? 

Hay muchas respuestas y muchas explicaciones. No hay siempre una respuesta concreta, pero en el caso de las mujeres se sabe que [el síndrome de la impostora] tiene una serie de características muy particulares. Es mucho más intenso y se alarga mucho más en el tiempo. No es simplemente cuando somos jóvenes e inexpertas. La escuela de la inseguridad ha sido el patriarcado: nos han enseñado desde muy pequeñas eso de que calladitas estábamos más guapas, que no estábamos en este mundo para ser las protagonistas o que éramos las notas al pie de página, la letra pequeña. Los que hacían cosas importantes eran ellos. Ellos mandaban y tomaban las grandes decisiones. Lo veíamos en todas partes. Nos criamos en una sociedad que era lo que nos enseñaba. Nos sentábamos a ver la tele y las mujeres eran el busto parlante, la mujer florero y, quizás, las que presentaban las noticias. Pero cuando empezaban las propias noticias y las cosas importantísimas, eran ellos. Incluso teníamos el ejemplo en casa de los padres, que no podían estar en lo «pequeño», como la reunión del colegio o ir al pediatra. No es casualidad que nos pase a tantísimas mujeres de unas edades alrededor de 30, 40 ó 50. Quizás somos las primeras de nuestras familias que hemos estudiado una carrera, trabajado fuera de casa o tenido puestos incluso de responsabilidad en nuestras empresas. Es un rol que no nos han enseñado, que hemos tenido que improvisar. Y al final hay una inseguridad que nace de que no hemos tenido referentes o de que no hemos sentido –cuando íbamos creciendo– que esto nos correspondía. 

Uno de los puntos más interesantes que abordas en el libro es que no solo existe un temor a no hacerlo bien, sino también uno a hacerlo demasiado bien. 

Sí, es increíble. El libro partió, de hecho, de esta incomprensión. El que iba a ser mi editor me habló de un manuscrito que iban a publicar en primavera y que era de una mujer que yo seguía mucho. Entonces me dijo: «Nos entregó el manuscrito hace un par de semanas, le dijimos que era fantástico y desde entonces tiene un tic nervioso en el ojo». Me miraba como «no entiendo nada». No hacerlo bien da muchísimo miedo, pero hacerlo bien da también pavor. Al final la autoexigencia, lo que esperan de ti, da también mucho, mucho miedo. Cuando te felicitan, alguien que no sufra el síndrome de la impostora o muchos hombres pensarán guay, una palmadita en la espalda. Pero lo que te sobreviene es ese miedo que dice: a partir de ahora esperarán esto de mí. ¿Seré capaz de volver a hacerlo tan bien? ¿Habrá creído que estaba mejor de lo que estaba? La autoexigencia es terrible. Es como tener el típico entrenador ruso de los años ochenta que no pasaba una. «Fíjate ahí lo bien que lo has hecho, no quiero menos nunca más». El nivel del que vas a partir ahora es ese: ese salto con tirabuzón de ejecución de 10. 

«No hacerlo bien da muchísimo miedo, pero hacerlo bien también puede dar mucho pavor»

Hablando de la confianza, en el libro también hablas de la «evitación», cómo a veces evitas la recepción de las cosas que haces… 

Sí, la evitación es uno de los síntomas claros del noloharebienismo porque se trata del miedo a exponerte. Está muy claro cómo se nos analiza a nosotras: las cifras demuestran que las mujeres políticas y periodistas son las que más odio reciben en redes, lo que acaba muchas veces con el candado. El odio allí se exagera muchísimo y la manera en que se nos insulta es muy gráfica, muy distinta a la de ellos. Es artillería pesada, y dice mucho de cómo se nos trata a las mujeres en el ámbito profesional. Hay gente que acaba tirando la toalla. Es un riesgo que no quieres asumir, porque es agotador, pero es muy triste que dejemos de hacer cosas de manera preventiva. Es muy triste porque nos estamos reprimiendo y nos estamos autocensurando muchísimo.

¿Por qué es importante –como apuntas en el libro– la rabia? 

Es nuestra herramienta principal. No paro de decir que este no es un libro de autoayuda, porque no propongo diez ítems que vayan a solucionarte la vida. Pero creo que propongo algo que es un ejercicio importante. A mí me ha sido muy útil, porque lo he escrito en este proceso doble de escritura y de salir del armario de algo que a mí me ha hecho la vida muy incómoda durante muchos años. Hay muchos momentos en que he pensado que hay un problema conmigo, porque siempre vuelve la inseguridad y ese infierno previo y posterior. Decir «me pasa esto y esto es así» es super útil, porque al final también recibes muchos comentarios de otras mujeres que están en lo mismo. En cuanto a la rabia, yo lo que propongo es una panorámica: ver dónde hemos aprendido, comprado o nos hemos hecho con esta voz terrible que tenemos instalada en la cabeza, algunas desde hace más de media vida. Este enfado, esta rabia, si está bien usada y dirigida, es una herramienta poderosísima. Te ayuda a abrir los ojos, a encontrar herramientas y a decir que sí a aquello que harías si tuvieras el valor de hacerlo. Te armas de valor. Te vas armando de argumentos para no seguir diciendo que no. Al final es muy autolimitante, porque te estás poniendo tú misma palos en las ruedas. Te estás quitando oportunidades. Es la rabia la que te permite [decirle] no voy a dejar que dirijas más mi vida. 

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME