Educación

El futuro de la educación superior

Los avances tecnológicos están cambiando las cosas. El futuro de las universidades pasa por la interacción humana, la tecnología y la reflexión ética.

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12
junio
2023

En la residencia de alumnos de una universidad española hace unos años se eliminó el comedor y se instalaron mini-cocinas en cada habitación. También cada alumno estudia en su habitación o en la biblioteca de la universidad. La residencia alquila diverso material como planchas, secadoras, consolas de videojuegos, tipo Play Station, y otros pequeños aparatos digitales o eléctricos. Pero la última novedad es que, en lugar de tener algunos empleados que se encargan de este servicio, está ahora en proyecto instalar una máquina que haría todo el proceso de préstamo y recogida automáticamente. Esto permitirá reducir algunos empleados de la plantilla.

Aunque esta automatización ha llevado a que los alumnos se conozcan cada vez menos entre sí, así como al personal de la residencia, en las encuestas de satisfacción los estudiantes valoran consistentemente experiencias o relaciones que les hacen «sentirse como en casa». Recientemente, se anunció que un fondo de pensiones de un país europeo ha comprado la residencia. Esta adquisición se basa en la perspectiva de obtener una renta segura con costes estables y muy bajos. La prioridad del fondo es que la residencia reduzca a cero sus emisiones de CO2.

Este relato es una buena imagen del futuro posible de la Educación Superior. Esas mismas tendencias también están presentes en el aula. Cada vez más, se están implementando diversas plataformas educativas en las universidades para dirigir y evaluar el aprendizaje de los alumnos y cabe esperar que su número aumente en los próximos años. La posibilidad de liberar a los profesores de la tarea de evaluación y, en parte, de la enseñanza, es algo muy apreciado. Se evita una de las partes menos agradables del trabajo, se gana en objetividad y se libera tiempo para concentrarse en la investigación, elemento principal de los rankings y de la carrera profesional de los (todavía llamados) docentes.

Mucho se está hablando en estos momentos del efecto de las nuevas herramientas de inteligencia artificial (IA) sobre la docencia. Ya sabemos que ChatGPT y otras muchas aplicaciones que vendrán significan una revolución en el modo de aprender. El análisis y la síntesis de información, la elaboración de trabajos o cualquier ejercicio escrito o visual, ya no pueden ser concebidos sin tener en cuenta estas herramientas. Algunos proponen rediseñar las pruebas y los ejercicios para garantizar que los hagan realmente los alumnos. Otros, pensando en la imposibilidad de ponerle puertas al campo, prefieren más bien integrarlas en los programas. No faltan las voces que advierten de sus riesgos, como la de Michael Ignatieff, que señala cómo hemos creado máquinas que hacen difícil que «una persona normal siga sabiendo lo que es verdad y pronto puede hacerlo imposible», y defiende que «la confianza y la verdad son lo que impiden que las sociedades caigan en el vacío de la mentira y la violencia».

El desarrollo de la tecnología lleva a un replanteamiento del significado de enseñar y de las competencias que son propias y características de la Educación Superior

Otro efecto igual de importante es la necesidad de justificar a partir de ahora la existencia misma de la institución universitaria. No tardaremos mucho en tener tutores o profesores personalizados. Serán herramientas de IA que nos guíen de forma individualizada en nuestro estudio y nos propongan pruebas y ejercicios de acuerdo al progreso real que hagamos y el objetivo que queramos alcanzar para un tiempo disponible. Esto ya existe en los gimnasios deportivos. Solo es cuestión de tiempo que se extienda al corazón de la educación superior.

La carrera por la eficiencia, definida de este modo, tiene consecuencias que, a largo plazo, normalmente no valoramos. Efectivamente, hacemos en el aula muchas cosas que, con perspectiva, son una pérdida de tiempo, o, al menos, podrían haber sido optimizadas. Nuestras energías y motivación no son siempre las mismas. Las máquinas siempre lo harán mejor y más rápido, incluida la actualización de su software o su hardware. Pero, ¿qué es enseñar?, ¿diseñar el proceso más eficiente de adquisición de determinados conocimientos con la vista puesta principalmente en formar los mejores profesionales?

En nuestra opinión, esto lleva a un replanteamiento del significado de enseñar y de las competencias que son propias y características de una institución de Educación Superior. No es difícil llegar a la conclusión de que este núcleo más exclusivo de competencias debería centrarse en todo lo relacionado con la interacción humana, tanto el aprendizaje como la formación de la persona en el sentido más amplio y noble de la palabra. De hecho, los principales tecnólogos y científicos en el mundo de la revolución digital están de acuerdo en una sola cosa: que los principales problemas a los que nos enfrentamos en el futuro son éticos y políticos. Así lo subrayan en todos sus manifiestos y declaraciones públicas, cada vez más alarmados ante los riesgos que entraña su propia creación, mientras buscan dar sentido a los cambios que vienen. Pero en nuestros claustros, como en el resto de la sociedad, la separación entre el mundo de lo que podemos hacer y el de lo que debemos hacer se agiganta, en vez de centrar los esfuerzos en conectar a los alumnos con valores cívicos y dotarles de capacidades de razonamiento moral para vivir en sociedades inspiradas por ideales de libertad, igualdad y solidaridad.

La palabra universidad, en su origen, evoca la reunión de profesores y estudiantes, la decisión de juntarse para una convivencia de aprendizaje, entendida como un itinerario abierto a todas las dimensiones del ser humano. Javier Gomá lo recordaba hace no mucho al afirmar que la misión de la universidad es formar buenos profesionales y buenos ciudadanos, pero que la segunda finalidad debe siempre prevalecer sobre la primera en caso de tensión entre ellas. Es decir, aprender a reconocer la dignidad humana del otro es más importante que la adquisición de competencias técnicas.

La reflexión que deberíamos abordar para que las universidades cumplan su misión en nuestro tiempo no es pequeña. En los últimos años, hemos visto en las sociedades occidentales una creciente mentalidad de hiper-individualismo, en buena medida por la fragmentación de la experiencia humana causado por la tecnología digital y las redes sociales. El sentido de pertenencia a una o a varias comunidades se ha debilitado. El lenguaje que muchas veces se emplea en la política refleja esta tendencia, al centrarse en la reclamación de nuevos y antiguos derechos, pasando por alto los deberes cívicos, casi inexistentes en el discurso público, o las consecuencias de nuestras acciones.

Nos gustaría concluir plateando una pregunta al lector: ¿se convertirá la interacción humana de calidad dentro de una institución de Educación Superior en un lujo al alcance solo de aquellos con visión y recursos?, ¿seremos capaces de integrar estas herramientas en un aprendizaje que, por supuesto, no las deje de lado, pero que las sitúe dentro de una reflexión ética significativa?


Alberto Núñez es profesor asociado del Departamento de Dirección General y Estrategia en Esade y Jose Mª de Areilza es profesor ordinario del  Departamento de Derecho y Departamento de Dirección General y Estrategia en Esade

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