Sociedad

El deseo interminable

Las emociones cuentan mucho sobre las personas. También ayudan a entender a dónde han llegado y cómo lo han hecho. En su último libro, ‘El deseo interminable’ (Ariel, 2022), José Antonio Marina aborda la historia humana partiendo de sus claves emocionales. Descubrir los miedos y las esperanzas de quienes vivieron década tras década y siglo tras siglo ayuda a comprender sus impulsos y sus decisiones y, por extensión, las entrañas de la propia historia.

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02
junio
2023

«En el principio fue la acción». Debemos corregir este axioma escrito por Goethe al comienzo de Fausto y decir: «En el principio fue el impulso, el ímpetu que llevó a la acción, la necesidad, el deseo, el drive, el Triebe, el conatus, el élan vital, la libido». Esa energía guarda el secreto más impenetrable del ser humano. Spinoza ya fue consciente de ello: «La esencia del hombre es el deseo». Pero ¿de dónde surgen esos deseos?

Los sapiens hemos heredado las necesidades e impulsos de nuestros ancestros animales. Juan Luis Arsuaga lo expresa con una acertada frase: «Porque somos mamíferos, somos emocionales; porque somos primates, somos sociales». Debemos mantener nuestra homeostasis, nutrirnos, vivir en sociedad, aparearnos, proteger nuestra vida y la de nuestras crías. Venimos al mundo programados para sentir esos impulsos, para huir de unas experiencias y buscar otras.

A lo que nos incita a la acción los psicólogos modernos lo llaman «motivaciones»; los antiguos, «apetitos». En el hinduismo, se denomina trisna, que deriva de «sed». Las que he mencionado antes son «motivaciones primarias», que orientan de forma innata el comportamiento. Niko Tinbergen ganó el Premio Nobel por estudiar estas conductas instintivas. En los animales, un desencadenante dispara un programa de acción previamente amartillado; en cambio, en los sapiens, entre un momento y otro se han intercalado procesos de decisión cada vez más complejos.

«Las emociones nos informan de cómo están yendo nuestros deseos en su choque con la realidad»

Las motivaciones fijan las metas que el individuo necesita o quiere alcanzar; pero para conseguirlas precisa, además, un sistema de orientación que adapte su conducta a la circunstancia. En el caso humano, este sistema cuenta con recursos de intervención rápida —experiencias de placer y dolor, emociones— y con recursos de intervención lenta —las funciones cognitivas—. El placer y el dolor son guías básicas e imprescindibles. Hay enfermos sin sensibilidad al dolor que sufren quemaduras o fracturas terribles precisamente por esa falta de sensibilidad que en principio podría parecer un regalo. Por su parte, las emociones nos informan de cómo están yendo nuestros deseos en su choque con la realidad, además de que nos descubren valores, proponen prioridades inéditas y desencadenan nuevas motivaciones. Por ejemplo, si bien en un momento dado la meta podría ser buscar alimento o pareja, el miedo impondría como meta prioritaria la huida. «Un animal —escribe Pinker— no puede ir en pos de todas sus metas a la vez. Las emociones son los mecanismos que plantean las metas más elevadas del cerebro».

Por su parte, las facultades cognitivas han experimentado en el sapiens una expansión extraordinaria que centraremos en dos funciones: el pensamiento simbólico y las funciones ejecutivas. Se encargan de buscar posibles soluciones y de gestionar los impulsos para adecuarlos a los objetivos. Funcionan asimismo como mecanismos de seguridad que permiten —a veces— controlar el posible enfrentamiento de las emociones con las metas, o el choque entre dos metas incompatibles. Alguien puede querer ser médico, pero la pereza le incita a no estudiar; en ese caso, la inteligencia cognitiva debe imponerse a la emoción para no fracasar. Lo que llamamos «libertad» aparece en esa posibilidad de dejarse guiar por valores sentidos o por valores meramente pensados.


Este es un fragmento de ‘El deseo interminable‘ (Ariel), por José Antonio Marina.

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