ENTREVISTAS

«Siempre hemos sido capaces de razonar, la pregunta es por qué no siempre lo aplicamos»

Artículo

Fotografía

Simon Fraser University

Ilustración

Carla Lucena
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16
febrero
2022

Artículo

Fotografía

Simon Fraser University

Ilustración

Carla Lucena

¿Por qué nuestra sociedad, que posee las cotas de comprensión científica y bienestar social más altas de la historia, parece estar enloqueciendo? En esta entrevista, el psicólogo Steven Pinker –uno de los mayores defensores de la herencia de la Ilustración– analiza el complejo funcionamiento que implica razonar. A raíz de su último ensayo, ‘Racionalidad’ (Paidós), el profesor de Harvard reflexiona sobre el éxito de las teorías pseudocientíficas y de la conspiración.


Al comienzo de tu libro ‘Racionalidad’ (2021) hablas de los pueblos Sans, que viven en el desierto de Kalahari, el cual se extiende por Botsuana y Namibia. ¿Por qué te llamaron la atención?

Porque son cazadores-recolectores que viven en las condiciones más inclementes del mundo. Los escogí porque nos dan una idea del estilo de vida desde el que evolucionó nuestra especie. En general, los cazadores-recolectores son bastante racionales, ya que dependen de animales como los antílopes (que son mucho más rápidos que ellos), a los que solo pueden perseguir y acorralar a través del rastreo. Esto quiere decir que utilizan las huellas del animal como una pista, como una evidencia científica para comprobar sus hipótesis sobre qué tipo de animal es, así como cuál es su sexo y su condición y hacia dónde es probable que se desplace. Para ello utilizan todas las herramientas del razonamiento que discuto en el libro, como, por ejemplo, el pensamiento crítico. Saben que no deben confiar en su primer instinto, sino que deben dar un paso atrás y razonar como un grupo. Evitan el argumento de autoridad, lo que significa que, si un miembro mayor del grupo cree que el animal que están persiguiendo es un kudú, debe convencer al grupo con argumentos persuasivos, ya que los demás no aceptarán lo que él dice por el mero hecho de que es mayor. Además, son capaces de hacer distinciones lógicas: por ejemplo, saben que, si el suelo no es lo suficientemente blando, un animal de tres dedos podría dejar una huella de solo dos dedos. Por lo tanto, reconocen que una huella de dos dedos no necesariamente pertenece a un animal de dos dedos. También evitan la falacia, que se conoce como la afirmación del consecuente: si una huella puede proceder de dos tipos de animales diferentes, concluyen que pertenece al animal que predomina en el entorno. Así que, cuando hablamos de la irracionalidad que percibimos a nuestro alrededor actualmente, no podemos culpar a nuestros ancestros. Siempre hemos sido capaces de razonar; la pregunta es por qué no siempre lo aplicamos en las circunstancias actuales.

¿Se puede aprender a ser racional?

Se puede mejorar. Y esa es una de las cosas a las que aspiro con Racionalidad. No es fácil, pero podemos aprender a evitar ciertos errores de razonamiento aprovechando las fórmulas y las herramientas que tienen nuestros mejores científicos y matemáticos. Creo que las herramientas de razonamiento, incluyendo la teoría de la probabilidad, la lógica y la teoría de la correlación en contraposición a la causalidad, deberían formar parte del currículo. La pregunta inevitable es: ¿qué puede eliminarse del plan de estudios para poder incluirlas? Y mi respuesta es la trigonometría. No tengo nada en su contra, pero quizá deberíamos actualizar un currículo heredado de la época medieval y optar por las ramas de las matemáticas que ahora son más importantes. El motivo por el que creo que las herramientas del razonamiento merecen prioridad en el currículo es porque, al igual que la lectura y la escritura, son fundamentales para todo lo demás. No se puede entender realmente la política, la historia ni los estudios sociales y cívicos sin evitar los fallos de razonamiento.

Argumentas que los medios de comunicación deben hacer un esfuerzo mucho mayor para darle un contexto a los lectores, para explicarles de dónde viene lo que están leyendo. Esta propuesta, claramente atractiva, exige repensar cómo se organiza la industria de la información.

Hay ciertas prácticas propias de la naturaleza del periodismo que provocan que se informe incorrectamente. Una de ellas es que las noticias se enfocan en los sucesos, y una de las fuentes de las falacias lógicas es que basamos nuestras estimaciones de riesgo, probabilidad y peligro en los eventos que tenemos en la memoria, en esos que vemos en las noticias y suponemos que son comunes. En una sociedad tecnológicamente avanzada deberíamos basarnos en los datos, no en las anécdotas. Ahora bien, una web de noticias es un proveedor de anécdotas, por lo que está casi garantizado que la gente va a recibir una impresión errónea de la realidad.

«En una sociedad tecnológicamente avanzada deberíamos basarnos en los datos, no en las anécdotas»

Tanto es así que hechos como los tiroteos en las escuelas, los accidentes de avión o de plantas nucleares tienden a hacernos pensar que nuestros hijos están en riesgo cuando van a la escuela, que los aviones son peligrosos y que la energía nuclear no es segura. Está claro que estos sucesos no deben ser censurados, pero debería haber un mayor esfuerzo para ponerlos en un contexto estadístico: ¿Cuál es la probabilidad de ser asesinado por un terrorista en una escuela? ¿A qué porcentaje de los homicidios anuales corresponde esta sangrienta historia sensacionalista sobre la cual estamos informando? Por poner un ejemplo aún más explícito y que considero una absoluta negligencia periodística: cuando se aprobaron las vacunas contra la covid-19, hubo historias de personas que se contagiaron aun estando completamente vacunadas. Sin embargo, desde el principio ya sabíamos que la eficacia de las vacunas no era del 100%, así que esas historias no deberían haber sido noticia. ¿Por qué? Porque una historia como esa puede llevar a la impresión equivocada de que los casos excepcionales son comunes. Una forma de remediar esto sería presentar todo incidente excepcional en un contexto estadístico. Además, quizá habría que hacer un poco más de énfasis no en los incidentes, sino en las tendencias.

En tu obra exploras lo que denominas «el sesgo de mi lado»; es decir, la propensión que tenemos a adoptar las opiniones del grupo que nos apoya incluso cuando no nos genera ningún beneficio personal. ¿Cómo se puede contener o limitar este fenómeno?

Ese es uno de los grandes desafíos en las democracias modernas, porque es un ejemplo de razonamiento motivado; es decir, cuando diriges tu razonamiento hacia el lugar en el que quieres que termine en vez de dejar que la evidencia te conduzca. De los doscientos sesgos que los psicólogos cognitivos y sociales han enumerado, este es probablemente el más resistente y poderoso, porque se manifiesta independientemente de la inteligencia de la persona, y lo vemos tanto en la izquierda como en la derecha. Sinceramente, creo que no sabemos realmente cómo minimizarlo. Lo que sí sabemos es que, si, por ejemplo, tienes una propuesta política –como una ley para el control de armas– y le dices a la gente que fue propuesta por un político conservador, los de la derecha tienden a decir «genial», mientras que los de la izquierda dicen que «nunca va a funcionar», y viceversa. Así que es importante no etiquetar problemáticas sociales como de izquierda o de derecha. Por ejemplo, fue un desastre que el cambio climático se identificara como un tema de izquierdas, ya que es un bien moral. En definitiva, deberíamos basar nuestras opiniones en la persuasión y no en la identidad o la lealtad.

«Fue un desastre que el cambio climático se identificara como un tema de izquierdas, ya que es un bien moral»

Sostienes que las personas pueden tener dos sistemas de creencia al mismo tiempo: una mentalidad realista y una mentalidad a la que llamas mitológica.

Es una distinción que ha existido en la psicología desde hace mucho tiempo. Yo la llamé la mentalidad de la realidad versus la mentalidad de la mitología. La primera es la que aplicas a tu vida tangible y física. Incluso los chiflados que apoyan las teorías de conspiración, que creen en fantasmas y espíritus, y en el poder de la curación a través de piedras, visten y alimentan a sus hijos y los llevan a la escuela. Esas personas no están alucinando ni están fuera de contacto con la realidad. Sin embargo, la cosa cambia cuando son cuestiones que no les afectan directamente, como «¿qué ocurre realmente en la Casa Blanca?», «¿cuál es el origen del universo?” o «¿por qué le pasan cosas malas a la gente buena?». Cuando se trata de asuntos cósmicos que están fuera del ámbito de la experiencia inmediata la gente suele conformarse con creencias estimulantes, que empoderan, que son entretenidas; que sean verdaderas o falsas se considera como algo pedante y quisquilloso. Así, si alguien dice que Hillary Clinton lidera una red de explotación sexual infantil, no significa que lo crea de la misma manera que cree, por ejemplo, que hay leche en su frigorífico. Más bien es una forma de abuchear a Hillary Clinton, de expresar una convicción moral, y esa es una mentalidad a la que todos podemos ser susceptibles. El motivo es que hasta hace poco no teníamos los medios necesarios para responder a esas grandes preguntas cósmicas. Sin embargo, ahora tenemos archivos históricos, bases de datos del gobierno y ciencia, y podemos establecer lo que es cierto y lo que no. Creo que todas nuestras creencias deben estar en el ámbito de la realidad y no en el de la mitología, pero no es una mentalidad universal.


Esta entrevista forma parte de un acuerdo de colaboración del programa Efecto Naím con la revista Ethic. Puedes ver el vídeo original aquí.

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