Cultura

¿Vende su alma? Conozca a Fausto

La leyenda de Fausto se remonta al siglo XVI, pero Goethe logró convertirla en un hito de la historia de la literatura. La segunda parte de su obra dio un paso hacia la modernidad literaria.

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20
abril
2023

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Robert Johnson nació y trabajó, desde muy joven, en una plantación de algodón de la soleada y racista Mississipi de inicios del siglo pasado. Se casó joven y perdió mujer e hijo durante el parto. Desesperado, se entregó al alcohol y las mujeres. También a intentar dominar un instrumento, la guitarra, con el que creía podría expresar su dolor. Pero no se le daba bien. Con 20 años, decidió desaparecer, ya que todo le iba mal. Curiosamente, tras una larga ausencia, regresó convertido en un bluesman inigualable. Sus dedos se deslizaban por el mástil arrancando aullidos sobrenaturales al instrumento que le convirtió, en poco tiempo, en una leyenda del blues. ¿Qué decía la leyenda? Que Johnson tocaba así porque había vendido su alma al diablo en un cruce de caminos. Él, lejos de desmentir las habladurías, las utilizó a su favor componiendo temas como Me and the Devil Blues o Crossroad Blues.

La leyenda de Johnson, no obstante, viene de lejos. Allá por 1540, en Alemania, el doctor Johann Georg Faust halló la muerte mientras se entregaba a uno de sus experimentos alquímicos. Mezcla de químicos diversos y ansia por comprender lo desconocido provocaron una terrible explosión de la que no salió con vida. Los lugareños, llevados por la desconfianza hacia el huraño científico y por la necesidad de hallar algo más misterioso en su existencia que lo cotidiano de la propia, dieron alas a su imaginación asegurando que Faust había vendido su alma al diablo para alcanzar la sabiduría, y que este se había cobrado su pieza.

Aquel Faust verdadero pasó a la ficción gracias a una pluma anónima que escribió y difundió, a finales del siglo XVI, un librito titulado Historia del Doctor Johann Faust. Aquellas páginas, con un tono tremebundo, narraban las peripecias de una persona dotada de gran capacidad intelectual a la que determinados secretos de la existencia se le escapaban. Para alcanzar el conocimiento negado al resto de los mortales, hacía un pacto con las fuerzas del mal. Algo así como Adán y Eva tentados por la serpiente en el jardín del Edén. Quien le guía para lograr el contacto con el mismísimo diablo se hace llamar Mefistófeles y, entre triquiñuelas varias, logra que el pobre Faust firme con su propia sangre un contrato que, más que atarle de por vida, se la arrebata sin haber obtenido antes la sabiduría que ansiaba.

Con la segunda parte de Fausto, Goethe arranca la modernidad literaria

Hubieron de pasar un par de siglos para que Johann Wolfgang von Goethe, uno de los más insignes escritores alemanes, hiciese inmortal la leyenda. El Fausto de Goethe, una de las obras maestras de la literatura universal, es un drama que el autor publicó en dos partes bien diferenciadas. La primera, escrita en su totalidad en verso rimado, fue publicada en 1808, cuando el autor contaba con 59 años y una fama bien ganada gracias a las numerosas novelas, piezas teatrales y libros de poemas que había escrito hasta la fecha. Para completar la segunda parte, Goethe se tomó el resto de su vida. La finalizó en 1832, meses antes de fallecer. Fausto es, desde entonces, el clásico por antonomasia de la literatura alemana.

En la primera parte, asistimos al pacto sellado entre Fausto y Mefistófeles, que aquí representa al mismo diablo, para que aquel, estudioso frustrado por la insuficiencia del conocimiento terrenal, pueda acceder a la sabiduría infinita. El pago por este servicio será servir a Mefistófeles en la otra vida. Más allá de la búsqueda del placer intelectual, Fausto también se entrega al carnal en brazos de la joven Gretchen, cuyos favores le otorga Mefistófeles. Por desgracia, una de las cláusulas del siniestro contrato indicaba que Fausto no podía alargar los momentos de placer absoluto. Y comprende que el diablo cumple su palabra cuando le arrebata la vida a su amada.

La segunda parte cambia totalmente de registro. Seguimos asistiendo a las vicisitudes de Fausto y las correrías de Mefistófeles, pero Goethe rompe absolutamente el transcurso lineal del inicio de la obra, convirtiendo su continuación en un volumen en que todo tiene cabida. Y lo hace dando un paso hacia la modernidad literaria. Por su estructura quebrada, en las antípodas del planteamiento original, y por su contenido múltiple en que caben disquisiciones filosóficas, políticas, estéticas, científicas o literarias. Estas últimas, recuerdan en ciertos pasajes a otros de la obra cumbre de Miguel de Cervantes. Así, los diálogos entre Mefistófeles y Fausto, tienen idéntica enjundia a los que Sancho mantiene con Quijote. Un verdadero tour de force literario que comprendemos le llevase la mitad de la vida a su autor.

La leyenda venía de lejos, pero Goethe estableció con maestría los arquetipos. Aún a día de hoy, se utiliza el término fáustico para referir a aquella persona que pisa sus propios principios con tal de alcanzar lo que desea, y mefistofélico para aludir a quien está henchido de perversidad.

El mito de Fausto, al fin, sigue latiendo en el exacerbado ego actual del que hacen gala demasiadas personas intentando colmar su eterna insatisfacción. Normal que al bluesman Robert Johnson le regalase la historia esa leyenda del cruce de caminos en que obtuvo la maestría a las seis cuerdas y también una muerte presumiblemente dolorosa, como la de Fausto. Claro que, al fin, su música ha permanecido gloriosamente incólume al paso del tiempo, como la tragedia de Goethe.

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