Cuando la IA se afilie a la Seguridad Social
La democratización de la IA abre una nueva frontera de experimentación que desdibuja los límites del mercado laboral tal y como se ha conocido hasta ahora.
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COLABORA2023
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Hace un siglo, al hilo de la industrialización y sociedades occidentales guiadas a la producción capitalista, el cineasta Fritz Lang imaginaba un futuro distópico en su película Metrópolis. Era un hipotético 2026 en el que los seres –medio híbridos, humanos y robóticos— conviven en una inestabilidad que plantea dudas a nivel ético. Una ciudad partida por ley, una lucha de clases entre los pensadores y los trabajadores. En 2023, cuando se acerca la fecha de ese mundo imaginado por Lang, un ente ha revolucionado el mundo: ChatGPT.
La herramienta desarrollada por OpenAI es capaz de dar respuesta a prácticamente cualquier cosa y un ejemplo del desarrollo de la inteligencia artificial (IA), que establece un cambio de paradigma ante el que los estados se han visto obligados a ponerse en marcha para establecer legislaciones sobre el tema. Si bien la IA supone un progreso que hace tambalear los cimientos de las sociedades y las formas de trabajo, la revista Time publicó una exclusiva en enero donde decía que ChatGPT había sido moldeado por trabajadores kenianos cobrando menos de 2 dólares la hora. Un ente revolucionario ingeniado por una ciudad dividida: concebido por los pensadores y ejecutado a la vieja usanza, con mano de obra explotada.
Más allá de las cuestiones relacionadas con los reajustes sociales, económicos, culturales y de todo tipo que implica la democratización de la inteligencia artificial, el mercado laboral es una de las áreas en las que el cambio resulta más transversal. Por ello, está ya en el debate público todo lo que puede suponer vivir en un mundo dónde una herramienta gratuita es capaz de escribir artículos informativos, solventar cualquier tipo de duda, redactar guiones de ficción e incluso hacer poemas al estilo shakespeariano. Ante la transformación, se responde con desde discursos ludistas a discursos utópicos, aunque lo único claro es que la realidad inminente se está confrontando con la falta de perspectiva histórica sobre la propia cuestión que implica el tiempo vivido.
Santiago Giraldo es profesor e investigador del Departamento de Periodismo de la Universidad Autónoma de Barcelona, especializado en análisis crítico de las redes sociales y el uso de las tecnologías de la información para la promoción de la participación ciudadana. «En el caso de la inteligencia artificial, lo que quizás preocupa es que tome decisiones, que es lo que hace la contratación de personas, por ejemplo, en función de determinados criterios alimentados por ciertos algoritmos», explica. Para el experto, seguimos y seguiremos prefiriendo interacciones humanas para ciertas cuestiones, pero «aparecerán nuevas ocupaciones y nuevas cosas relacionadas con, sobre todo, la atención a las personas, con la necesidad del relacionamiento».
Santiago Giraldo (UAB): «Tendríamos que hablar de regulaciones para que estas inteligencias tributen en función de la productividad que generan»
Toda esta transformación, apunta, también conllevará cambios en el empleo, más allá de la teoría de la destrucción: «Hay la necesidad de implementar ciertos tipos de perfiles diferentes, que ayuden también a generar la propia inteligencia artificial, pero también que ayuden a alimentarla, a evaluarla y a hacer otro tipo de tareas». «¿Y aparecerán nuevos trabajos?», pregunta. «Sí, tendremos más tiempo para nosotros», responde. Igual que la pandemia se encargó de introducir a marchas forzadas la cultura del teletrabajo –hasta ese momento poco presente en España, que tradicionalmente ha apostado por la estructura clásica de la presencialidad absoluta—, la IA también podría suponer cambios en el modelo laboral.
Para Giraldo, esto último dependerá del puesto de trabajo y de si se reemplaza, pero la introducción de la IA puede suponer también una herramienta para gestionar las tareas que lastran el día a día. En todo caso, se abren problemas legislativos. «Tendríamos que hablar de regulaciones para que estas inteligencias tributen en función de la productividad que generan», explica el experto. En consecuencia, la cadena del trabajo podría entrar en un efecto mariposa: «Tener más tiempo de ocio lo que genera normalmente es más consumo, sobre todo a nivel cultural o turístico. Eso permite también reactivar otros sectores económicos que se beneficiarían de tener jornadas laborales más cortas». La idea no es tan remota. «Esto ya es un debate que está en España, que lo han propuesto algunos diputados en el Congreso y que hay empresas que lo están llevando a cabo y han demostrado que no baja la productividad económica», indica el profesor de la UAB.
Como señalan en un artículo de The Economist sobre el futuro del trabajo, los economistas Philippe Aghion, Ben Jones y Chad Jones señalan como precedente para entender lo que se avecina la introducción de la tecnología. Esta fue capaz de automatizar franjas de agricultura y manufactura y, teorizan, esto redujo el precio relativo de sus productos. Como resultado, «las personas han gastado una mayor proporción de sus ingresos en industrias como la educación, la atención médica y la recreación, que no han visto las mismas ganancias de productividad». Pero robótica e inteligencia artificial no son lo mismo, igual que no es lo mismo sustituir un empleo de carácter rutinario que uno con capacidad de toma de decisión, como defiende el filósofo Matteo Pasquinelli.
La inmediatez de una realidad tangible como es la presencia de la IA de manera repentina en el día a día va ya más deprisa que su propia asimilación. Por este motivo, Santiago Giraldo plantea que es transcendental revisar y gestionar hacia dónde se pretende ir: «La capacidad de toma de decisiones sobre cuestiones trascendentales para la humanidad, a partir de una alimentación de algoritmos específicos, nos podría llevar a una catástrofe humana importante. Pero sin llegar a las distopías típicas como Terminator o algo así».
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