Innovación

ChatGPT y la era de la facilidad

El éxito de ChatGPT invita a plantearse si no se está cayendo en un reduccionismo simplificador de las dificultades de la vida. La herramienta de IA no debe empujarnos a caer en una sociedad limitada a los pensamientos cortos y simples.

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15
febrero
2023

ChatGPT es un sistema de conversaciones on line (chat) basado en un modelo de lenguaje que se desarrolla con inteligencia artificial (IA). Dicho de una forma más tecnológica, es una herramienta conversacional que permite a los usuarios comunicarse con una red neuronal para generar contenido textual. Creado por la empresa OpenAI, el modelo integra 175 millones de parámetros y ha sido entrenado sistemáticamente para realizar tareas relacionadas con el lenguaje, desde la traducción hasta la generación de textos. Dicho ahora de una forma muy sencilla, tú le haces una pregunta y él te contesta por escrito en apenas unos segundos con una respuesta bien redactada.

Los padres de la criatura, la empresa OpenAI, declaran que su misión es «garantizar que la inteligencia general artificial (AGI, por sus siglas en inglés), por la cual nos referimos a sistemas altamente autónomos que superan a los humanos en el trabajo económicamente más valioso, beneficie a toda la humanidad». Fundada en 2015 en San Francisco (Estados Unidos), está controlada por sus creadores y empleados y cuenta entre sus accionistas con Microsoft, la fundación caritativa Reid Hoffman’s y la firma de capital riesgo Khosla Ventures. Tal cual parece la fórmula del capitalismo humanista.

El éxito de ChatGPT inquieta sobremanera en las universidades y centros educativos. Prueba de ello es que el departamento de Educación de Nueva York tomó a principios de este año la decisión de prohibir su uso en las escuelas públicas de la macrociudad alegando que «puede dañar la educación y el éxito de los jóvenes».

Intentar limitar el uso de la inteligencia artificial es querer ponerle puertas al campo, especialmente en estos tiempos en los que las sociedades fartucas (término asturiano que define a aquellas personas que han saciado sus necesidades físicas) buscan la facilidad y aplican con frecuencia la ley del mínimo esfuerzo. Hacer fácil lo difícil es un empeño noble, pero puede hacernos caer en el reduccionismo y en la simpleza al limitar la capacidad de pensamiento, discernimiento, comprensión y creatividad para falta de uso.

Intentar limitar el uso de la inteligencia artificial es querer ponerle puertas al campo

Recientemente, en una conversación mantenida con Ethic acerca de su nuevo ensayo, El deseo interminable y publicada en estas mismas páginas, el filósofo José Antonio Marina aseguraba que «necesitamos recuperar la importancia de la comprensión y ahora nos encontramos en una cultura de uso que no requiere que se comprenda: se usa la cultura, se vive y listo. Y claro, esta situación nos hace tomar decisiones muy absurdas».

Es la cultura de lo fácil, una suerte de plug & play mental, que se hermana con la tendencia dominante a navegar sobre el suave mecido de la superficialidad. «Vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto», dice el escritor uruguayo Eduardo Galeano a propósito de lo que denomina «la cultura del envase».

Si a la facilidad y a la superficialidad sumamos la tendencia a la concisión, corremos el riesgo de crear una sociedad compuesta por pensamientos simples, cortos y escorados hacia las emociones en detrimento de los hechos. Incluso nuestras ideas no pensadas pueden ser expresadas por una inteligencia artificial generativa del tipo de ChatGPT, el Bard de Google o la VALL-E de Microsoft.

Este entorno invita a desprenderse de la filosofía. No son pocos los sistemas educativos que están orillando el pensamiento filosófico en favor de lo que consideran asignaturas más prácticas. En su obra Filosofía en retroceso, Antonio Vargas alerta sobre este abandono: «La realidad es inundada por nuevas olas de racionalidad tecnológica, que hacen saltar las viejas formas de hacer económica, de relacionarse en lo político, de organizarse en lo social y de manipular la guerra y la paz, fenómenos que no podremos comprender, entender, explicar, si no renovamos los antiguos instrumentos metodológicos de aplicar el saber».

Nuestra era reclama un diálogo profundo entre diferentes, una gestión eficaz de los prejuicios

Pensar no está de moda; meditar a la manera budista, es decir, intentar no pensar en nada, sí. Encaramada en lo más alto de la pirámide de Maslow, la sociedad occidental se empeña en una búsqueda permanente de la felicidad. Tal es la presión para ser feliz que no son pocos los que caen en la tristeza por no alcanzar unas aspiraciones vitales o profesionales que apuntan a los más altos estándares. Cuando una sociedad como la norteamericana fija el umbral de la felicidad en los 100.000 dólares anuales (así lo determinó una investigación de Richard A. Easterlin, profesor de economía de la Universidad del Sur de California), establece un listón por debajo del cual la ambición limita el disfrute. No hay mucho capital intelectual en querer ponerle precio a la felicidad, pero sí es necesario meditar en la nada cuando no alcanzas el todo.

El mayor riesgo es quedarse en la superficie y no reflexionar profundamente sobre los principales desafíos que afronta la Humanidad, cuya resolución es compleja por la necesidad de integrar intereses diversos. Incluso la inteligencia artificial que mueve a ChatGPT acepta esta idea cuando se le pregunta si vivimos en la era de la facilidad. He aquí su equilibrada y emocionalmente inteligente respuesta que intenta contentar a quien le interroga:

«En algunos aspectos, sí. La tecnología y la conectividad han hecho que muchas cosas sean más fáciles y accesibles, como la comunicación, el acceso a la información y la realización de tareas cotidianas. Sin embargo, también existen desafíos y problemas que pueden hacer que la vida sea difícil para algunas personas. Además, la facilidad en ciertas áreas puede tener efectos negativos, como la dependencia excesiva de la tecnología o la falta de habilidades prácticas debido a la automatización de tareas. En resumen, vivimos en una era con mayores comodidades y facilidades en algunos aspectos, pero no todos los aspectos de la vida son necesariamente más fáciles».

La vida no es fácil para quien pasa hambre, afronta una enfermedad, sufre una guerra, vive y siente en soledad o no llega a fin de mes. Ni la felicidad es un bien de consumo que se encuentra en los supermercados del bienestar. Ni los pensamientos pueden quedarse reducidos a frases hechas biensonantes. Nuestra era reclama un diálogo profundo entre diferentes, una gestión eficaz de los prejuicios que nos inducen al juicio rápido desde las sombras del subsconsciente y un desafío permanente a nuestras capacidades intelectuales para que millones de personas vivan con menos dificultades.

No se trata de buscar la dificultad ni la complejidad, sino de no renunciar a ellas.


José Manuel Velasco es ‘coach’ ejecutivo de comunicación y miembro del comité
ejecutivo de la Global Alliance for Public Relations and Communication Management.

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