Cultura

Historia universal de la infamia

Jorge Luis Borges estrenó su prosa con un volumen de relatos que manipulaban la historia real o legendaria de personajes que se habían hecho célebres por su maldad y su ansia de poder.

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17
mayo
2023

«Hay afuera un ocaso, alhaja oscura,/engastada en el tiempo,/que redime las calles humilladas/y una honda ciudad ciega/de hombres que no te vieron», escribe Jorge Luis Borges.

Y a ella no la vieron ellos, pero él sí, y nunca la despegó de sus pupilas, tan luz era y tan compleja. Era poesía y era cuchilla. Podemos seguir jugando a pensar que era mujer, pero el memorioso argentino debió vivirla como historia que narrar, de ahí toda su trayectoria literaria, que tantos ríos de palabras intentándose analíticas ha desbordado.

De la poesía venía Jorge Luis Borges, de una poesía que aún consideraba verde y hoy es pasto esmeralda para los amantes de la palabra, allá por 1933, cuando decidió saltar a las páginas del diario argentino Crónica, comandado por un tal Natalio Botana, remedo portuense de William Randolph Hearst. El caso es que el magnate debió ver en Borges lo que él perdió de vista pasado los años, tal vez por acúmulo de letras en el pecio breve de sus pupilas. Antes de convertirse en el ciego más famoso de la literatura, Borges fue un joven con la mirada henchida de belleza y pupilas ajenas. Por eso, imaginamos, decidió regalar a los lectores, regando las páginas de aquel diario, un regato de relatos que ya adivinaban los vericuetos que sus dedos recorrerían, durante años, sobre el teclado.

Historia universal de la infamia nunca fue un libro. Hasta que alguien decidió, como tal, publicarlo. La temática criminal siempre dio bien entre el gran público y en la Argentina de aquellos años gozaba de gran predicamento entre los lectores. Otro escritor de aquella nación, igualmente venerado, Roberto Arlt, construyó no pocos relatos al hilo de las vidas de impostores, traidores, asesinos y otros infames. La cuestión es que Borges lo supo ver, clarividente ciego prematuro, y se aplicó en el empeño para regalar a la posteridad uno de los primeros libros de relatos más bien pergeñados que madre literatura ha tenido a bien regalarnos.

Borges aseguró, años después, que el volumen adolecía del exceso de barroquismo propio de quienes desean incluir demasiado

Un puñado de relatos, sin embargo, del que el propio autor no se sentía muy orgulloso. Borges aseguró, años después, que el volumen adolecía del exceso de barroquismo propio de los autores jóvenes que desean incluir demasiado en sus textos. A pesar de la opinión del propio autor, Historia universal de la infamia sigue siendo uno de los volúmenes más leídos del coloso de las letras hispánicas australes. Otro de los autores más célebres que ha dado la literatura de allende los mares, Roberto Bolaño, aseguraba que se trata del libro que cambia todo en la literatura argentina.

Y es que los relatos que componen la obra en cuestión están basados en crímenes históricos, reales o legendarios. Algunos de ellos, incluso, tomados de las obras de otros autores. Todos, al fin, tienen una base real, pero Borges tergiversa y manipula la historia para moldearla a su antojo. Así, relatando las crueles andanzas de personajes que existieron o a quienes otros dieron existencia, con un estilo que, barroquismos aparte, linda con lo documental, el argentino conduce al lector, de la mano, al corazón de su pulso literario. Una vez dentro, la realidad deja de tener sentido. Más bien, la realidad es otra, y preferible. Al menos, está mejor narrada. Podría considerarse este volumen de relatos como el primer precursor del célebre realismo mágico que se cultivaría, años después, en toda América del Sur.

El volumen lo componen tres apartados diferenciados. Por el primero, Historia universal de la infamia, pasean trasuntos de piratas, gánsteres, traficantes de esclavos e incluso profetas que utilizaron mecanismos represivos y carentes de escrúpulos para lograr el poder o consolidarse en él. Los personajes de los siete primeros relatos corresponden a estas alteraciones de la realidad que el literato decidió afianzar como base de gran parte de su obra posterior.

El segundo apartado es un único relato, Hombre de la esquina rosada, en el que no aparece, ni de soslayo, la realidad. Un relato ficticio en su totalidad y en su totalidad narrado en lunfardo.

El tercer apartado, Etcétera, se trata más bien de una recopilación de glosas de otros libros que el argentino traduce y apunta para sorprender al lector con su enciclopédica sabiduría. Por aquel entonces, Jorge Luis Borges tenía 34 años, y no deja de sorprender tan precoz erudición.

A pesar de la diferencia entre apartados, todo el volumen se erige en un compendio de infamias relatadas más desde un punto de vista superficial que regalándoles lo que de sublime otorgaba el gran público a los criminales y sus fechorías. Lo sublime, aquí, es la manera de narrar. Lo superficial o aleatorio, es el tema. Y es que Borges se sirvió, durante su larga carrera literaria, de numerosas temáticas. Pero las hizo suyas, dotándolas de un estilo inconfundible y mágico que aún causa sorpresa entre los lectores.

Regresando al poema que inaugura este artículo, la infamia ha sido escrita desde muchos puntos de vista, pero tal vez los miles de pupilas que la leyeron no la habían visto. Borges logró que la viéramos a través de sus pupilas dañadas, y aún sigue logrando que, con cada relectura, la vivamos. Y es que la infamia bien puede ser mujer, amor, crimen o milagro perpetrado en las páginas de un volumen inolvidable.

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