Cultura

Ernst Jünger, de la obediencia a la libertad

El pensamiento del célebre filósofo y escritor Ernst Jünger osciló entre el impetuoso reflejo de una juventud dedicada al ejército y a la guerra con su posterior crítica al nazismo, el Estado y la servidumbre política.

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31
mayo
2023

Coincidió casi todo en apenas medio siglo. Napoleón había ordenado las ideas emanadas de la Revolución Francesa y desmoronado la esperanza rusa de controlar Centroeuropa. El erosionado Antiguo Régimen, junto con las reformas sociales y legislativas del emperador francés, dieron lugar a un auge de la filosofía y de la búsqueda de un «algo más» allá de lo aparente. Hegel y Schopenhauer rivalizaron en Berlín por atraer alumnos a sus clases mientras el estudio del orientalismo y de las culturas consideradas exóticas, como la española, crecía coincidiendo con los primeros viajeros. Llegaron las revoluciones de 1848, la reinstauración de imperios y de repúblicas, del parlamentarismo, del Estado burgués y de una industrialización que, en Prusia, de la mano de Otto von Bismarck, quedó demostrada como impulsora de la nueva Europa: la victoria del reino alemán sobre el Imperio Austríaco, primero, y el Segundo Imperio Francés entre 1870 y 1871 trajo consigo la expansión del país y de la necesidad de una industria y una infraestructura de comunicaciones, como el ferrocarril, desarrolladas.

Cuando el joven Ernst Jünger escapa de casa de sus padres en Heidelberg para alistarse a la Legión Extranjera Francesa con apenas diecisiete años no es de extrañar su actitud. De buena familia y curtido en las Wandervögel, un movimiento juvenil que reverenciaba la naturaleza y el amor por la patria alemana, aquel joven vivaz y brillante, como demostraría en su obra posterior, realizó un gesto de rebelión contra la vida moderna, que para jóvenes como el futuro pensador alemán se vislumbraba asfixiante, empobrecedora para la condición humana y alienante.

Era 1913, y África le reservó su primer contacto con las armas, el ejército, la disciplina y la guerra. Muy probablemente, también supuso un primer contacto con lo «natural» y lo «salvaje» que, bajo el prisma de un europeo de comienzos del siglo XX, implicaba el modo de vida de los habitantes del continente. Aquel primer contacto con la muerte, las drogas y la agresividad de la vida castrense marcaron para siempre al joven. Pero antes, Jünger cambió de bando para alistarse en el ejército alemán nada más dar comienzo la Gran Guerra. Su determinación en el combate y las múltiples heridas que sufrió en diferentes batallas en Francia le permitieron ser el receptor más joven de la condecoración militar prusiana Pour le mérite en 1918. Dos años después escribió uno de sus libros más famosos, el que le inició en el camino de la literatura y, también, de la filosofía y de la historia, las memorias Tempestades de acero. Su larga existencia dedicada al pensamiento, al ejército y a la literatura acababa de comenzar.

Un filósofo en el París ocupado

En 1923, Ernst Jünger comenzó a frecuentar el Movimiento Revolucionario Conservador, opuesto a la República de Weimar, considerada una decadente imposición sobre la patria alemana por los países del bando vencedor de la Primera Guerra Mundial. Además de iniciar estudios en Filosofía y Ciencias Naturales, la fama que comenzó a cosechar con sus memorias atrajo la atención de pensadores, economistas y miembros del círculo nacionalista, como Carl Schmitt, Werner Sombart o Edgar Julius Jung, quienes lo acogieron e integraron con ímpetu.

Su primer contacto con la muerte, las drogas y la agresividad de la vida militar lo marcaron para siempre

En ese círculo, el joven Jünger comenzó a pulir su primer pensamiento filosófico: defendió el valor de la disciplina –elevada a una condición de máxima excelencia dentro de la estructura militar–, la obediencia a un Estado corporativista (la volksgemeinschaft, o «comunidad popular») alejada del liberalismo, el igualitarismo y el libre comercio, considerado por los miembros del grupo la consecuencia de la decadencia de la prosperidad de la nación en una oclocracia, una democracia degenerada donde gobiernan las masas irreflexivas. Si bien Jünger coincidió en la mayoría de estas premisas, nunca aceptó el principio de la «puñalada por la espalda», que justificaba el antisemitismo que compartían gran parte de los miembros del colectivo. En ese mismo 1923, precisamente, Adolf Hitler intenta un fallido golpe de Estado contra la república y termina entre rejas. Tras la publicación de Mi lucha, casi la totalidad de los miembros del Movimiento Revolucionario Conservador fueron alineándose con el posterior partido nacionalsocialista. 

Jünger, por su parte, comenzó su producción filosófica y la exposición de sus ideas. En La guerra como experiencia interior defendió su visión de la guerra como una expresión cuasi mística, de comunión con los compañeros y de realización del ser humano. Tras otros títulos como Estruendo y Fuego y sangre, llegó su pensamiento político y social con El trabajador, publicado en 1932, y en el que defendió una sociedad de trabajadores activista regida por la «voluntad de poder», motor de la historia y de la propia raza, que debía de expresarse mediante la dominación y la posterior uniformidad. En 1934, en Sobre el dolor, critica duramente a la sociedad alemana de la República de Weimar, que considera decadente por defender la libertad y la seguridad. Por el contrario, Jünger defendía que el ser humano debe aceptar el sacrificio y el dolor que conlleva para fortalecer su espíritu. 

Como ruptura con su pensamiento y la experiencia nazi, Jünger se convirtió al catolicismo y comenzó a explorar otras perspectivas políticas

Estas obras llamaron poderosamente la atención de los nazis, que comenzaron a usarlas para sus fines propagandísticos y sus justificaciones ideológicas. Para contentar al escritor, llegaron a ofrecerle un puesto en la Academia de Poesía Alemana. La respuesta de Jünger, que tenía un espíritu crítico más complejo y formado que el de los apólogos nazis, fue el rechazo al uso de sus textos e imagen por el nuevo orden nacionalsocialista, del cual, además, tenía una imagen negativa. Posteriormente, durante los últimos años antes de la II Guerra Mundial, publicó su crítica al nazismo con El corazón aventurero y Hojas y piedras, dos obras que le valieron quedar en el punto de mira de los jerarcas; solo lo respetaron por la admiración del führer por su impecable hoja de servicios en el ejército. 

Durante la guerra, su riqueza intelectual se expandió al coincidir con personalidades de la bohemia, como Picasso, Cocteau o Braque. No solo eso: siguió explorando su mirada onírica y psicodélica en las casas de opio. También se dedicó a proteger y salvar a todos los judíos que pudo para no caer en manos alemanas. Más tarde, Jünger fue enviado a combatir al frente oriental, pero tuvo que renunciar a su cargo cuando se descubrió que era miembro del grupo que organizó el fallido atentado contra Hitler perpetrado por el coronel Claus von Stauffenberg. En esos últimos años, escribió Jardines y carreteras y La paz. 

Evolución y ética

Aunque sus libros fueron prohibidos hasta 1949 –ya que se negó a rellenar un documento de desnazificación ante la autoridad británica–, su pensamiento cobró un creciente impacto en la intelectualidad europea de la posguerra. Como señaló Hannah Arendt acerca de Jünger, a pesar de sus primeras ideas totalitarias y nacionalistas, el filósofo mantuvo un férreo compromiso ético que le impidió alinearse con el nazismo y el horror que encarnó. 

Como ruptura con su propio pensamiento y con la experiencia nazi, Jünger se convirtió al catolicismo y comenzó a explorar otras perspectivas políticas. Así, en La emboscadura, publicado en 1951, afirma que «el auténtico problema es que una gran mayoría no quiere la libertad y aún la teme. Para llegar a ser libre hay que ser libre, pues la libertad es existencia, concordancia consciente con la existencia». En el ensayo, Jünger defiende la libertad individual como garante de protección frente al miedo, el causante de la violencia y de la crueldad gratuita, de los crímenes cuando la sociedad, aturdida por el temor, tolera los desmanes de los tiranos.

Hasta su fallecimiento en 1998, con 103 años de edad, el escritor alemán investigó los límites de la percepción humana y de las drogas en obras como Acercamientos. Drogas y ebriedad o la novela Eumeswill, ubicada en un Marruecos futuro y post-apocalíptico. También tienen un valor trascendental sus memorias, Radiaciones. Tras su huella quedó la leyenda y una mirada compleja y desafiante frente a la vida; también, o precisamente por eso, polémica.

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