Sociedad
¿Cuántos tipos de amor hay?
Este sentimiento, en ocasiones indomable, siempre ha sido víctima de las distintas clasificaciones. Los griegos, de hecho, identificaron siete tipos distintos de amor: desde el que se siente por uno mismo hasta el sentimiento desenfrenado por un amante.
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Robert Jeffrey Sternberg dedicó gran parte de su carrera profesional al estudio y análisis de la inteligencia y el amor. De hecho, las teorías más conocidas del psicólogo estadounidense apelan a ambos conceptos, aplicando a cada uno de ellos tres componentes que admiten diferentes combinaciones (y, por tanto, diferentes caracteres humanos y sentimientos emocionales). En lo que respecta al amor, Sternberg asegura que la intimidad, la pasión y el compromiso se erigen en los tres componentes que, debidamente conjugados, dan lugar a siete tipos de amor.
Aunque no era precisamente una idea innovadora. Muchos siglos antes de que Sternberg promulgase su «teoría triangular del amor», los antiguos griegos emplearon no pocos esfuerzos en definir los tipos de amor que puede sentir un humano. Quizás no estudiasen tanto los componentes de cada manera de amar como el psicólogo estadounidense, pero acabaron concluyendo, igual que este, que existen siete clases de amor. Es difícil concluir que un sentimiento tan complejo pueda ser clasificado de forma tan estricta, y más a día de hoy, cuando las relaciones emocionales evolucionan a un ritmo trepidante, pero también sería un error quitarles veracidad a las variantes amorosas que lograron describir.
Encabezando este tierno listado de sentimientos que los griegos quisieron legarnos está la philautia, eso que conocemos como amor propio. Un amor que es absolutamente imprescindible para poder tener acceso al resto de devaneos del corazón: difícil amar a otra persona si uno mismo no se tiene el más mínimo cariño (o eso reza, al menos, la teoría). Según los griegos, philautia debería ser el principal interés de todo humano.
Según los griegos, el ‘philautia’ o amor propio debería ser el principal interés de todo humano: es el que permite el resto de devaneos
Cuando más que ser un interés, el amor se revela absolutamente desinteresado, firme y cierto y, además, se basa en la admiración y el respeto hacia otra persona, provocando que solo se desee su bien, estaríamos ante lo que los antiguos griegos denominaban philia, una categoría que Aristóteles redujo a la de pura amistad en aras del bien común en su Ética a Nicómaco.
En las antípodas de dicha philia se encontraría ludus, que viene a ser el amor puramente sexual, ese en que los amantes se entregan con ferocidad salvaje a procurarse el máximo placer carnal. Un término que en la antigua Roma, sin embargo, utilizarían casualmente (o no) para referirse a la diversión y el juego, a lo lúdico.
A pesar de que ludus pueda parecer nacido de un instinto más animal que humano, no deberíamos olvidar que, en muchas ocasiones, esa fogosidad inicial de una relación va evolucionando, con el tiempo, hasta convertirse en eso que algunos románticos aún llaman amor verdadero. El pragma griego es ese tipo de amor que conforman el tiempo y la confianza, la aceptación de las diferencias y, por tanto, la multiplicación de las afinidades.
Muy a menudo, las diferencias de la persona amada son asumidas por el amante como imperfecciones. Pero cuando, a pesar de dichas imperfecciones, se persigue a toda costa el bienestar de la persona amada, surge el ágape o amor incondicional, en que predomina la ternura. Curioso cómo el ágape griego tornó, en latín, en las comidas fraternales que compartían los primeros cristianos y cómo ha viajado hasta la actualidad para utilizarse por muchos con el mismo significado de comida compartida, aunque con menos fraternidad de por medio.
Las imperfecciones de la persona amada son, en no pocas ocasiones, ignoradas por quien ama. Tanto que llega a convertirlas incluso en virtudes. En tales ocasiones, el deseo, la atracción sexual, la intensidad y el apasionamiento idealizan el amor que se siente y empujan a cometer verdaderas locuras. El eros representaba, para los antiguos griegos, ese amor romántico exacerbado que tanto y tan bien describieron ciertos literatos del siglo XIX.
Siete formas, por tanto, de experimentar el más universal de los sentimientos. Otra civilización antigua, la inca, no se tomó tantas molestias para clasificar las maneras de amar: prefirió magnificar el sentimiento que nos ocupa en una única cualidad que debía regir cada uno de nuestros actos. El munay inca integra el amor a uno mismo, al prójimo y al entorno, un concepto que conforma gran parte de la cosmovisión andina y que apela a la raíz del verdadero amor más que al tipo de relación amorosa. Así, aseguraban que amar debe ser vivir, evolucionar, liberarse, integrar, perdonar, intensificar e iluminar.
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