Opinión

Repensando las dinámicas del amor

¿Qué es el amor romántico? ¿Enamorarse y amar es lo mismo? Reflexionar sobre este aterrador y fascinante sentimiento, capaz de proporcionarnos felicidad y sufrimiento a partes iguales, solo puede acercarnos más a nuestra propia voz.

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28
febrero
2022

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Vivimos tiempos de volatilidad, de continuas prisas, donde uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose. Deambulamos en busca de una felicidad inmediata, estimulados por una cultura hiperconsumista y embelesada en la propiedad privada que impregna la cotidianeidad. El tiempo ya no es vida, tan solo oro. Compramos cosas que no necesitamos para colmar momentáneamente una sensación interior de vacío, o tal vez para alardear de un acomodado escalón social que hemos alcanzado. Ya no importa el tipo de persona que eres ni cómo tratas a los demás sino que, por el contrario, lo que trasciende es la imagen o caricatura de ti mismo que logras proyectar en las redes sociales, como si se prefiriera la imagen a la cosa, la representación a la realidad. Prolifera el narcisismo. ¿Qué pasa con el amor?

Las relaciones interpersonales han perdido profundidad. Generar un vínculo que perdure en el tiempo resulta un esfuerzo titánico debido a nuestra intolerancia a la imperfección humana. No hay cabida para las equivocaciones ni para los defectos, se prescinden de las segundas oportunidades. Ya no hace falta detenerse en rasgar un poco la superficie de la persona para verdaderamente conocerla más allá de su fachada, las ideas preconcebidas o prejuicios ya la han sentenciado. ¿Para qué perder el tiempo si podemos encontrar a otra persona en una app de citas? En medio de esta tragicomedia acerca de las relaciones individuales y colectivas que nos ha tocado escenificar, ¿es posible repensar el amor de otra manera?

La historia de la existencia de una supuesta alma gemela no ha hecho más que fortalecer un modelo de amor que se aleja de la realidad dada su improbabilidad estadística. El mito del amor romántico se convierte, en ocasiones, en un sueño del que no queremos despertarnos porque, mientras estemos dormidos, logrará ahuyentar una soledad involuntaria difícil de soportar. La idea de que en algún lugar habita una persona predestinada es muy seductora, nos narcotiza, nos proporciona consuelo. ¿Es posible que una sola alma camine por ahí con la capacidad suficiente de satisfacer todas mis necesidades sexoafectivas?

Cuando reproducimos el modelo de amor romántico se produce una excesiva idealización y sacrificio por el otro. Nuestras esperanzas de plenitud son depositadas únicamente en la persona amada. Todo empieza a girar en torno a ella, desencadenando una dependencia emocional que acaba por normalizar los celos, las inseguridades y el control como mecanismos legítimos para demostrar el amor. La fantasía del modelo romántico considera que la pasión del cuerpo siempre será continua e inagotable, provocando sentimientos de culpabilidad a la parte que un día se despierte y ya no lo tenga. Además, consta de un arraigado sufrimiento y abnegación por el otro, ya que cualquier renuncia es poca con tal de transitar hacia aquel amor verdadero y omnipotente que todo lo puede, y sobre el que no dejamos de creer que perdurará para toda la vida.

La posesión es otra de las características más comunes que lo sustentan, pero en realidad lo que no se nos explica es que, a medida que se piensa en nuestro compañero como propiedad, el vínculo se mercantiliza. Entre propiedades, hay un intercambio dominado por la lógica de la ganancia. «Te doy con la condición de recibir lo mismo como contraprestación», convirtiendo al amor en un bien de consumo, un acuerdo comercial del que se requiere un beneficio para continuar la relación. ¿Es eso el amor?

Enamoramiento, amor y libertad

El filósofo argentino Darío Sztajnszrajber planteó recientemente en el programa Mentira la verdad varias cuestiones fundamentales sobre este fascinante y perturbador sentimiento. ¿El amor me llena o me vacía? Me llena porque es algo que busco, encuentro, consigo e incorporo. Algo de lo que me apropio. ¿El amor una propiedad? Si el amor tiene que ver conmigo, ¿importa quién es el otro? O solo importa que el otro encaje justo en lo que yo necesito que sea. Y si así fuera, ¿no se transforma el amor entonces en una relación conmigo mismo?

Demasiadas preguntas y un único dilema: ¿El amor tiene que ver conmigo o con el otro?

Cuando un hecho casual nos sobreviene en un momento de nuestras vidas y dos caminos totalmente distintos coinciden en un mismo lugar, como si las fuerzas del magnetismo se hubiesen encontrado en dos cuerpos extraños. Es durante ese suceso, aleatorio y repentino, cuando dentro de nosotros se despierta una maravillosa sensación capaz de modificar positivamente la percepción que teníamos sobre las cosas, volviéndonos más amables y más empáticos. Sin saberlo, nos introducimos en una etapa muy placentera –pero también fuertemente adictiva– llamada enamoramiento. ¡Los fuegos artificiales han llegado!

«¿Es posible amar a alguien sin esperar absolutamente nada a cambio?»

Sin embargo, es elemental establecer una clara diferencia acerca de estos dos sentimientos. Enamorarse no es lo mismo que sentir amor, aunque a veces se confunda o se utilice como sinónimo. Estar enamorado es el impulso irracional de desear estar solo con esa persona. La necesidad de sentirse exclusivo y correspondido. Un empeño de pertenencia recíproca por el otro, suscrito en un contrato verbal aún inexistente. El enamoramiento es una prioridad del yo, donde todo gira en torno a la satisfacción de nuestros propios deseos. El otro se convierte en nuestra fuente de felicidad permanente, distorsionando la realidad hasta el punto de ignorar su naturaleza temporal ya que el paso del tiempo, poco a poco, va dinamitando el estado de plenitud del enamorado.

Se calcula que esta reacción química, que se produce dentro de nuestro cerebro a través de los neurotransmisores como la dopamina (droga del amor), oxitocina (forja lazos), serotonina (felicidad), tiene una duración aproximada entre seis meses y dos años. Una vez pasado ese tiempo, el enamoramiento se adormece, se neutraliza, hasta llegar a desaparecer definitivamente.

Por el contrario, cuando hablamos del amor, hablamos de algo que va mucho más allá de uno mismo. Es un sentimiento elevado que no está al alcance de todos los mortales. Sócrates, en El banquete de Platón, decía que amamos lo que nos falta y, cuando lo encontramos, lo queremos para siempre. Quizás el filósofo griego quería recalcar la carencia originaria que el humano posee al nacer y, por ello, busca constantemente que el amor le complete. Personalmente, me gusta la idea del amor como entrega, desde la desapropiación y el desapego, un amor donde no se gana sino que se pierde. Donde se da sin ningún tipo de interés, porque sí.

«Enamorarse no es lo mismo que sentir amor, aunque a veces se confunda o se utilice como sinónimo»

Theodor Adorno, filósofo alemán, pensaba que solo podemos ser amados el día que seamos capaces de mostrarnos vulnerables, sin que el otro lo aproveche para mostrar su fuerza. Pero ¿es posible amar a alguien sin esperar nada a cambio? Pensar en un modelo de amor menos romántico, cuya dinámica se basa en lo que siente uno mismo por encima de lo que siente el otro, y pensar en un modelo de amor entre iguales –sin sometimientos, sin codependencia– basado en la libertad de que el otro se quede porque quiere hacerlo… ¿sería posible?

El amor como un acto voluntario de compromiso por sí mismo, sin la necesidad de recurrir a chantajes o exigencias emocionales que ponen de manifiesto nuestras más profundas inseguridades. Una lealtad al sentimiento genuino a partir del momento en que nos aflora desde dentro del alma, y por qué no, una lealtad también al cuerpo, si así lo deciden ambas partes como un pacto infranqueable entre amantes.

A fin de cuentas, en eso radica el amor como entrega: en darlo sin más, ausente de cualquier egoísmo. Solo impulsado por una fuerza generosa que persigue y busca el bienestar y la libertad del otro sin que eso implique, en ningún caso, renunciar a nuestra propia felicidad. Ya lo decía el filósofo francés Jean Paul Sartre: «Aquel que quiere ser amado debe desear la libertad del otro, porque solo de ella puede emerger el amor, porque si decido someterlo, se vuelve objeto, y de un objeto no puedo recibir amor”.

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