Opinión

Elegir sujetador es cosa de hombres

La última campaña de Nike con Dylan Mulvaney se ha convertido en el último ejemplo de publicidad polémica. Es un tipo de anuncios nada nuevo, en los que las marcas se arriesgan en aras de una supuesta inclusividad aunque, a priori, parezca que les hace perder clientes.

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25
abril
2023
Una de las fotos de la campaña en Instagram de Dylan Mulvaney

No es la primera vez que pienso que, a veces, parece que las marcas contratan campañas de publicidad o influencers para promocionarlas que acaban jugando en su contra.  No es la primera vez, tampoco, que veo cómo una marca acaba rectificando la campaña por presión popular. De sabios es rectificar, aunque, si os soy sincera, cada vez es menos frecuente eso de asumir errores.

Cuando, hace un par de semanas, vi un anuncio en el que una mujer trans, o sea un hombre biológico, anunciaba un sujetador deportivo para mujeres pensé, de nuevo, que los publicistas le habían jugado una mala pasada a la marca.

Os pongo en antecedentes.

Nike contrató a Dylan Mulvaney, activista e influencer trans, para publicitar un nuevo sujetador deportivo que había sacado. Saltitos ridículos, gestos espasmódicos que, a juicio de Dylan, son… femeninos, enmarcaban un vídeo en el que publicitaba la ropa alguien que, no hace falta más que ver las imágenes, no parece que haya practicado nunca deporte, ni necesite sujetador.

«No me sorprendió que las primeras que públicamente criticaron la decisión de la marca fueran las mismas deportistas»

No tardaron mucho las redes en criticar la elección, sobre todo porque Dylan, biológicamente hombre, no se ha operado, o, dicho de otro modo, no tiene pecho para el que necesite un sujetador. Bien mirado, el anuncio es insultante para las mujeres, en realidad consigue el efecto contrario al deseado, porque nos ridiculiza al hacer que la ropa de mujer la vista un hombre transfemenino. No sorprende, sin embargo. En los últimos tiempos, el mundo del deporte está repleto de situaciones que generan controversia como consecuencia de la participación de personas trans –hombres biológicos– en categorías femeninas, ya que juegan con ventaja en las competiciones.

Así, no me sorprendió que las primeras que públicamente criticaron la decisión de la marca fueran las mismas deportistas, muchas de las cuales llevan meses quejándose de la entrada de hombres transfemeninos en los encuentros deportivos de mujeres, algo que ha acabado por cambiar los resultados de las competiciones, porque, claro está, no juegan con las mismas condiciones físicas. No tardó en salir a opinar la exnadadora olímpica británica Sharron Davies, asegurando que la colaboración entre la firma deportiva y Dylan era, no solo «un paso atrás» para el deporte femenino, si no que además le parecía un tanto extraño el anuncio porque Dylan no tenía «nada que poner en el sujetador deportivo, cuando en realidad es muy importante que las mujeres obtengan el apoyo adecuado cuando hacen deporte». También se quejó Caitlyn Jenner, que fue medallista olímpico como hombre y que hizo la transición años después: «Podemos ser inclusivos, pero no a costa de la mayoría de las personas, y se puede tener algo de decencia sin dejar de ser inclusivos. Esto es un escándalo».

No es nuevo este tipo de anuncios en los que, en «aras» de una supuesta inclusividad, las marcas se arriesgan, y apuestan por ella, aunque eso, a priori, parezca que les hace perder clientes. Hace unos meses Gillette, aferrada a una estrategia de marketing un tanto extraña, hizo un anuncio acusando a los hombres –sus principales clientes– de ejercer una masculinidad tóxica. Extrañas campañas que atacan a sus clientes. Parece que no les importa quedar mal con ciertos compradores, calculando que la pérdida económica será menor que la ganancia.

Una diría que el capitalismo ha comprado el progresismo inclusivo. En realidad, no nos engañemos, es una forma distinta de calcular el valor de un producto, si ganas más diciendo que eres incluyente, bienvenido sea.

Dicho esto, queridos amigos, amigas, y amigues (ya que estamos en este contexto) que nadie se piense que a Nike, Gillette o cualquiera de las marcas que «presumen» de inclusivos incluyendo un discurso woke, le importa lo más mínimo la inclusividad, o las personas trans. No se trata de un tema de inclusión, se trata de un tema de mercado.

Esperemos que Dylan Mulvaney, los atletas que participan en categorías femeninas, los tertulianos llamados a opinar porque han cambiado el pantalón por la falda, las actrices que se han hecho populares por dejarse las uñas y el pelo largo ahorren dinero mientras los llamen, porque pasarán de moda, y desaparecerán en cuanto dejen de ser rentables. Mientras tanto, amigas, mujeres, feministas en general, protejámonos y preguntémonos cómo la izquierda entra al trapo del liberalismo más extremo dejando que los hombres entren en nuestros espacios.

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