Opinión

El Director: secretos e intrigas de la prensa narrados por el exdirector de ‘El Mundo’

Tras curtirse cubriendo guerras, desastres y revoluciones, David Jiménez llegó a la dirección de ‘El Mundo’ para encontrarse con un panorama que no se esperaba. En ‘El Director’ (Libros del K.O.), el periodista retrata las encrucijadas éticas y las complejas relaciones personales que se tejen en uno de los principales diarios españoles, así como la batalla por defender su independencia.

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21
junio
2019

Amelia me dio una bolsa donde meter mis cosas. No había mucho en los cajones: un puñado de invitaciones no utilizadas para el palco del Real Madrid, montones de tarjetas de visita de peticionarios y una pila de cartas de mi lector cabreado, con las portadas de los domingos troceadas. Supuse que se alegraría al conocer mi despido. Poco después la portada sábana fue desechada y se volvió al formato tradicional.

El Despacho seguía sin decorar.

—Al final no te hice caso —le dije a Amelia, que tenía los ojos llorosos.

—No, no lo hiciste y mira que…

—Sí, me lo dijiste mil veces.

Los redactores se concentraron en la puerta del despacho, esta vez para despedirse. Dije que había sido un inmenso honor y que pensaba que había cumplido mi palabra: les había sido leal hasta el final. Me marchaba con la mochila tan ligera como el día que llegué. Sin deberle un favor a nadie. Sin que nadie me lo debiera a mí. Les pedí que no se rindieran nunca ante quienes desde dentro y fuera de la empresa querían acallar a El Mundo. Que no permitieran que, también nosotros, termináramos siendo otra fiera amaestrada. Hubo un aplauso y me dirigí hacia la puerta cuando vi acercarse a La Argentina. Venía de La Segunda, donde había abroncado a Silicon Valley por mi destitución. Llevaba en sus manos una prueba impresa de la newsletter del director que le había pedido el primer día.

—Al fin la tengo —dijo secándose las lágrimas—. Acaban de terminarla.

Nos reímos.

Caminé hacia la salida y, al contrario que el día de mi llegada un año antes, el guardia no trató de impedir mi salida.

Les pedí que no se rindieran nunca ante quienes desde dentro y fuera de la empresa querían acallar a ‘El Mundo’

El director de Recursos Humanos llamó dos días después para decirme que El Cardenal estaba realmente apesadumbrado por la forma en la que se habían hecho las cosas —me había enterado de mi cese por los confidenciales: ni una llamada tras 20 años en la empresa— y que quería verme. Pensaba que yo era un gran valor para el diario y me ofrecía cobrar el total de la indemnización de mi contrato, además de darme la oportunidad de elegir una corresponsalía en la ciudad que quisiera del mundo.

—Por supuesto con todos los beneficios que tenías en Asia. Solo tienes que escoger lugar.

Nuestro predicador mantenía su innata capacidad para conocer el precio de las personas —cuánto costaba doblegar sus principios— y siempre te hacía una oferta que no podías rechazar. ¿Y a mí, con qué podía comprarme? El dinero era bueno, muy bueno, pero pensó que no sería suficiente, así que le añadía el caramelo de una corresponsalía. La oportunidad de regresar a la vida de reportero, con las comodidades de la aristocracia: una embajada periodística donde olvidar los malos ratos de la dirección, sin tener siquiera que soportarle. Mis dos antecesores, Pedro Jota y Casimiro, habían aceptado una recompensa económica y continuar durante algún tiempo en la empresa antes de crear sus propios proyectos periodísticos. Entregar todas aquellas compensaciones a sus damnificados nunca había sido un problema para El Cardenal: el dinero era de la compañía y le servía para expiar las culpas y guardar las formas. El armario de su despacho estaba lleno de cadáveres bien pagados y embalsamados. ¿Por qué no convertirme en otro más?

Me habían prometido medios y había recibido recortes; apoyo y había encontrado intrigas

Durante los siguientes días me costó encontrar a alguien que pensara que no debía aceptar el acuerdo que se me ofrecía. Solo había un problema: no me sentía capaz de firmarlo. Me habían cesado por hacer mi trabajo, defender la independencia del periódico, oponerme a que diezmaran la plantilla y promover los cambios que garantizarían su futuro. Me habían prometido medios y había recibido recortes; apoyo y había encontrado intrigas; tiempo y ahora sabía por cercanos a El Cardenal que había iniciado sus movimientos contra mí cuando apenas llevaba tres meses en el puesto, después de que estropeara su reconciliación con el Gobierno de Rajoy en el aniversario de Expansión. Si cedía, aceptando una oferta que sentía que era un intento de silenciarme, ¿no estaba aceptando su relato de lo sucedido? Todas las batallas libradas, ¿para rendirme sin más? ¿No era ese su gran triunfo final, comprarme como había hecho con tantos otros?


Este es un extracto del libro El Director: secretos e intrigas de la prensa narrados por el exdirector de ‘El Mundo’, del periodista David Jiménez (Libros del K.O., 2019). Puedes conseguir tu ejemplar y seguir leyendo en este enlace.

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