Cultura

El poder igualitario de la muerte en Hamlet

La muerte es uno de los grandes temas que dominan en esta popular obra de William Shakespeare. El escritor aborda a través de sus personajes las diferentes maneras de enfrentarse a ella.

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10
abril
2023

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Podemos hablar de Hamlet como del gran clásico de la dramaturgia mundial, obra del inmortal William Shakespeare, un escritor cuyo lugar en el mundo de las letras parece sobresalir por encima del de demás autores literarios (por muy buenos y reconocidos que estos sean). La obra completa de Shakespeare representa una hazaña sin parangón en la historia de la literatura mundial.

Hay que decir, que Hamlet es un texto complejo, con muchas aristas y dimensiones, pero un tema que trata con particular insistencia es el de la muerte. A lo largo del texto la muerte hace su aparición de distintas maneras y en diferentes ropajes: como modo de anular a un competidor (el rey Hamlet padre) por vía del asesinato, como espectro o fantasma que exige la reparación de un daño y transgresión moral (retorno de lo reprimido en la forma de culpa que demanda la materialización de una justicia cósmica) y como meditación sobre la misma (la impresión subjetiva que la muerte pone de relieve en su dimensión existencial).

En primer lugar, pues, el asesinato que produce la muerte es una herramienta para lograr un fin espurio: adueñarse el máximo poder en el seno de una nación, en este caso de Dinamarca. La muerte, de este modo, puede servir a los fines y ambiciones del ser humano. Claudio mata a su hermano para ocupar su lugar. En este caso, hablaríamos de una dimensión primordial y brutal del dar muerte, que responde exclusivamente a una ambición o hubris desmedida. Este apetito de destrucción existiría previamente a toda estructura o interpretación religiosa del mundo; sería biológico, primordial y atávicamente humano. El que mata por ambición no tiene en cuenta, en este caso, la moral cristiana, ni los potenciales castigos derivados de su acción en un marco religioso. De este modo, Claudio actúa como ateo al dar muerte a su hermano para detentar el poder. Para él, dar muerte cuenta con un valor meramente instrumental.

El fantasma del padre asesinado es la muerte como mancha que atormenta la conciencia, como manifestación visible de un gravísimo ultraje

En el caso del espectro paterno, este encarna la representación de la muerte, como expresión desesperada de un delito: el padre de Hamlet se muestra ante él para exigir venganza tras haber sido asesinado por su propio hermano. Aquí la muerte se manifiesta como entidad religiosamente condicionada, atravesada de una teología cristiana. El fantasma del padre asesinado habita transitoriamente el purgatorio al no haber recibido los últimos sacramentos. El espectro es, a su vez, la muerte como mancha que atormenta la conciencia, como manifestación visible de un gravísimo ultraje o violación del principio moral cristiano y humano. No solo la ley cristiana ha sido quebrantada por el fratricidio, sino la propia ley natural. De este acto impuro emana el retorno de la muerte a la vida –al menos de modo representacional– como entidad vengadora, que viene a enturbiar una tranquila y feliz existencia con su inflexible insistencia en la restauración del orden natural y religioso. En este caso, la muerte es entendida en el seno de una cosmovisión cristiana, ya sea esta católica o protestante.

Por último, está la meditación sobre la muerte, que halla su máximo exponente en la escena primera del tercer acto, cuando Hamlet se pregunta por la naturaleza misma de la muerte. Esta es para él un «continente oscuro», una duda mayúscula con respecto a la verdad última de la muerte. Este escepticismo hace de él un agnóstico y, por ende, un ser atormentado por la incertidumbre.

La vida es vista en el célebre soliloquio del héroe danés como un tormento, en su sentido más trágico; la muerte siendo la gran desconocida: no sabemos qué es lo que habremos de encontrar más allá de sus límites. Si la muerte fuese un simple dormir, una quietud absoluta (como así lo cree el ateo, del cual el usurpador Claudio es un manifiesto ejemplo), dar fin a la vida, ya sea propia o ajena, sería algo insignificante, incluso provechoso, pero esos «sueños» de los que habla el héroe representan el gran impedimento.

Si el cristiano, por un acto de fe, da por hecho que existen un cielo y un infierno, y el ateo –también por un acto de fe– sobreentiende que la muerte es un plácido sueño, el agnóstico –encarnado aquí en Hamlet– duda de los «sueños que podrán ocurrir en el silencio del sepulcro». Se pregunta, de esta manera, si en la muerte la conciencia sobrevive, sometida por completo a los designios de un averno arbitrario, en el que el alma sea torturada por designios ajenos a la voluntad individual. De este modo, el agnóstico es escéptico con respecto a la muerte, un escepticismo que genera un alto grado de tensión nerviosa y desazón: la duda impide toda tranquilidad, pues niega un camino a seguir como forma de expiación y salvación del alma.

Así pues, estas tres manifestaciones de la muerte vendrían a expresar tres concepciones de la muerte: la atea (del asesino Claudio), la cristiana (propia del fantasma o espectro) y la agnóstica (aportada en la meditación existencial del protagonista).

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