Opinión

¿Son tan profundos los cambios que creemos vivir?

El sesgo del presentismo lleva a pensar que las evoluciones que experimentamos son las más intensas de la historia, pero ¿no se parece más nuestra vida a la de nuestros abuelos que la de estos a la de los suyos?

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30
marzo
2023

En los últimos años han convergido distintas crisis –económicas, geopolíticas, sanitarias y medioambientales– y distintos avances científico-técnicos que han llevado al lugar común de creer que, esta vez sí, vivimos tiempos convulsos, inciertos y de cambios. Inmersos en la así llamada cuarta revolución industrial, con la robotización generalizada llamando a la puerta a través de una inteligencia artificial (IA) cada vez más refinada y con la amenaza de un cambio climático producida por la emisión de gases de efecto invernadero –que incluso nos puede llevar a otra era geológica, el Antropoceno–, nos contemplamos con cierta piedad.

En este contexto se produce un salto argumental habitual. Y es que, para muchos, no solo vivimos en una época nueva, con transformaciones aceleradas, sino en la época de mayores transformaciones aceleradas de todos los tiempos.

El sesgo del presentismo lleva a pensar que los nuestros son los más intensos, que nuestros cambios sociales son los de mayor alcance en décadas, que las innovaciones tecnológicas son las más transformadoras de la historia. Es habitual leer o escuchar palabras similares en muchos análisis de los medios, en podcast o ensayos al calor de cualquier innovación. 

«La brújula se ha desimantado y no intuimos con claridad el horizonte al que aspirar»

Es innegable la cantidad y la calidad de los cambios. Desde la edición genómica y la IA aplicada a la medicina, hasta la obligada transición energética en favor de las energías renovables, la ubicuidad y dependencia de los teléfonos inteligentes y el uso y la influencia de las redes sociales. Cambios que han difuminado los contornos de las viejas certezas sin ofrecer, hasta ahora, otras nuevas a la altura de las anteriores. La brújula se ha desimantado y no intuimos con claridad el horizonte al que aspirar. 

Sin embargo, ¿estamos seguros de que son cambios tan transformadores? Quizá en potencia alguno lo sea, pero mi vida se parece mucho más a la de mi abuelo, que la de este al suyo, que vivió la electrificación de las ciudades, la llegada del teléfono, los coches o los aviones, la televisión, la mecanización del trabajo en el campo, los primeros intentos de crear una democracia, una guerra civil, la emancipación inicial de las mujeres o la invención de los antibióticos. 

Afrontamos esta época con un ánimo bien distinto al de las anteriores revoluciones industriales, y no está mal que así sea, viendo a dónde llevaron ciertos entusiasmos emancipatorios. El eje de los cambios hoy es la sostenibilidad. Esto es: hacer sostenible lo que ya tenemos, y mejorarlo, pero no desmantelarlo a cambio de horizontes que, hoy por hoy, no vemos. De modo que, cambios profundos sí, pero no como en ningún momento de la historia.

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