Siglo XXI

La esencia cultural que diferencia los noventa

En ‘Los noventa’ (Península), el cronista Chuck Klosterman se adentra en una década que bajo su aire de intrascendencia, explica y define mejor que ninguna otra las obsesiones del presente.

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30
marzo
2023

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Los noventa empezaron el 1 de enero de 1990, salvo por el hecho de que, por supuesto, no fue así. Las décadas tienen que ver con la percepción cultural, y la cultura no sabe leer un reloj. Los cincuenta empezaron en los cuarenta. Los sesenta empezaron cuando John Kennedy reivindicó que fuéramos a la Luna en 1962 y acabaron con el tiroteo en la Universidad Estatal de Kent de mayo de 1970. Los setenta se concibieron a la mañana siguiente del festival de Altamont de 1969 y expiraron durante los títulos de crédito de American Gigolo, lo que significa que hubo cinco meses en los que los sesenta y los setenta se solaparon. Los ochenta parecía que iban a durar para siempre cuando cayó el Muro de Berlín en noviembre de 1989, pero aquello fue, en realidad, el primer paso de su eutanasia (aunque el paciente tardó otros dos años en morir).

Cuando se escribe sobre la historia reciente, a lo que se tiende es a decir que las cosas fueron, en realidad, al revés de lo que recordamos. «La mayoría de los estadounidenses considera que los setenta fueron una década en gran parte olvidable», sostiene el historiador Bruce J. Schulman en su libro The Seventies. «Es una impresión que difícilmente podría ser más errónea.» En la primera frase de The Fifties, el periodista David Halberstam hace notar el modo en que los cincuenta se recuerdan, y es inevitable hacerlo así, como una sucesión de fotografías en blanco y negro, mientras que los sesenta son imágenes en movimiento de colores vivos. Lo que, según él, perpetúa el recuerdo ilusorio de los cincuenta como una época «más lenta, casi lánguida». Siempre hay una desconexión entre el mundo que creemos recordar y el mundo que fue en realidad. Lo complicado de los noventa es que el espejismo principal es la propia memoria.

El retrato estereotipado de los noventa en Estados Unidos hace que toda esa época parezca una caricatura grunge de bajo riesgo. Es un retrato imperfecto, pero no del todo incorrecto. Fue una década enormemente mediatizada y, sí, muy consciente de sí misma, pero ni distorsionada ni manipulada por internet y las redes sociales. Puede trazarse su trayectoria con precisión. Casi todos los momentos importantes de los noventa se grabaron en vídeo, igual que con otros miles de momentos triviales que no significaron nada. El registro es relativamente completo. Pero esa avalancha de datos seguía siendo, en esa época, efímera e inalcanzable. La existencia era algo que transcurría aún en tiempo presente.

Siempre hay una desconexión entre el mundo que creemos recordar y el mundo que fue en realidad

Durante gran parte de la década, Seinfeld fue la serie de imagen real más popular y transformadora de la televisión. Cambió el lenguaje y el modo de entender la comedia, y la mayoría de sus episodios los veían más personas de las que vieron el final de Juego de tronos en 2019. Pero si te perdías un episodio de Seinfeld, te lo perdías. Tenías que esperar a que volvieran a emitirlo en verano, cuando podrías intentar grabarlo manualmente en una cinta de VHS. Si se te volvía a pasar, la única opción era ir a un archivo público en Los Ángeles o Manhattan y solicitar un visionado especial en una cinta de vídeo de ocho milímetros. Aunque, claro, esas restricciones no eran algo que preocupara a la gente, porque darle tanta importancia a una serie de televisión no era lo normal. E incluso si para ti era importante, fingías que no, porque eran los noventa. Antes dirías que no tenías televisor.

Más que ninguna persona o acontecimiento, eso fue lo que conformó la experiencia de vivir en los noventa: el antagonismo a la actitud, tan indecorosa, de esforzarse demasiado. Todas las generaciones creen, melodramáticamente, que serán la última, y algo de eso hubo también en los noventa, pero no tanto como en la década anterior y mucho menos que en las décadas posteriores. Fue quizá el último periodo de la historia estadounidense en la que el compromiso personal y político se vio aún como algo opcional. Muchos de los asuntos polarizadores que dominan el debate contemporáneo ya estaban en marcha, pero solo como casos teóricos en círculos académicos. Visto a posteriori, era una época en la que la vida era muy fácil. Seguía habiendo armas nucleares, pero no iba a estallar una guerra nuclear.

Internet estaba llegando, pero a regañadientes, y no había ningún motivo para creer que no fuera a cambiar nuestras vidas a mejor

Internet estaba llegando, pero a regañadientes, y no había ningún motivo para creer que no fuera a cambiar nuestras vidas a mejor. Estados Unidos vivía un periodo prolongado de crecimiento económico, sin las complicaciones de una guerra fría o caliente, lo que hacía posible centrarse en la propia subsistencia, como si el resto de la sociedad apenas estuviera allí. Había preocupaciones y ansiedades por todas partes, pero lo que estaba en juego era impreciso: los adolescentes vivían presuntamente angustiados y el porqué era algo que se barajaba una y otra vez, sin que hubiera una respuesta satisfactoria. A aquellos que se hacían la pregunta tampoco parecía importarles especialmente la explicación o al menos no hasta que doce adolescentes murieron masacrados por sus compañeros de clase en un instituto de Colorado, en 1999. Pero para entonces ya era demasiado tarde, y la pregunta parecía menos importante que el problema, y el problema acababa de convertirse en lo que ahora se consideraba normal.


Este es un fragmento de ‘Los noventa’ (Península), por Chuck Klosterman.

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