Sociedad

La tiranía de la mente lineal

El pensamiento suele ser consecutivo: se va de un evento a otro, de una meta a la siguiente, de un deseo a otro. Pero ¿se puede romper contra esa ‘tiranía’ del pensamiento lineal?

Ilustración

Tyler Hewitt
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06
marzo
2023

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Tyler Hewitt

En uno de los instantes memorables de la sitcom The Big Bang Theory,  su protagonista, Sheldon Cooper, se encuentra atascado en su investigación. Intento tras intento, el obstinado físico acaba frustrado. ¿Será que es un zote y no un genio, como lo son –o considera– a sus hermanos? Con la ayuda de su vecina y amiga Penny se le ocurre una solución: trabajar de camarero. Y, para esperpento de todos los presentes, a Sheldon se le caen unos cuantos platos al suelo. ¡Eureka! La nebulosa de fragmentos de loza desmenuzada por todo el restaurante le acababan de dar una idea clave, un cambio de planteamiento que podría hacer avanzar su trabajo. Nada mejor que hacer algo tedioso para que el aburrimiento obre su magia creativa.

El planteamiento de Sheldon no tiene nada de estúpido. Todo lo contrario: numerosos estudios científicos demuestran que cuando obligamos a nuestro cerebro a escapar de un determinado contexto nuestras neuronas explorarán nuevas rutas y conexiones entre sí, dando lugar a posibilidades que, lejos de ser erráticas, adquieren una coherencia sólida. Huir del pensamiento lineal es una reivindicación al alza desde la psicología y la neurociencia. ¿Hasta qué punto estamos atrapados en la manera en que enfrentamos los retos mentales? ¿Podemos ejercitar el músculo del cerebro para construir nuevas formas de pensamiento?

En 1964, el filósofo francés Gaston Berger y el economista Michel Godet, miembros de la llamada Escuela Francesa, rescatan una de las grandes preguntas ancestrales de la humanidad: ¿por qué pensamos de la manera en que pensamos? Berger se percata de que, en nuestra perspectiva habitual, la noción de «futuro» queda difuminada: tendemos a centrarnos en proyectos e ideas determinadas por una serie de acontecimientos encadenados. Es decir, nuestro pensamiento suele ser lineal. La capacidad para predecir acontecimientos queda, por tanto, atrapada bajo este impulso. Si tomamos una manzana inmadura y la dejamos unos días en un ambiente caluroso veremos cómo en apenas un puñado de días se vuelve comestible y, si la dejamos olvidada unos cuantos más, comenzará a pudrirse. A esta observación, que da lugar a una previsión consecutiva, la podemos vestir bajo el estudio científico: sabemos que existe una hormona vegetal, el etileno, que participa en el proceso de maduración, y podemos estimularlo. Sin embargo, este proceso no equivale exactamente a lo que sucede en la realidad: basta el contacto con ciertos hongos para que la lozanía de la manzana del ejemplo comience a corromperse antes de lo esperado y nos quedemos con las ganas de saborearla.

El pensamiento lineal se nutre de la experiencia previa y de la intuición, además de las herramientas conectivas y racionales de las que disponemos

Contra esta manera de pensar surge el pensamiento prospectivo. La prospectiva parte de la premisa del que el futuro está por definir, por lo que la mejor manera de plantear escenarios y actuaciones es analizando la viabilidad de cuantas más posibilidades seamos capaces de prever. Es, por tanto, una realización múltiple. Y los futuros posibles fruto de nuestras elucubraciones son los llamados «futuribles».

Esta propuesta de estudio de futuro, defendida por numerosos economistas y filósofos después de los primeros trabajos de Berger y Godet, ha sido ampliamente criticada por dirigir el pensamiento hacia un gasto de energía sin sentido. El pensamiento lineal se nutre de la experiencia previa y de la intuición, además de las herramientas conectivas y racionales de las que disponemos los seres humanos. Sin embargo, el pensamiento prospectivo sacrifica la importancia de estas referencias para relativizar su impronta y permitir expandir el análisis de los acontecimientos a cualquier posibilidad. En términos de energía, es decir, de esfuerzo, la prospectiva resulta dolosa para la tranquilidad mental: implica, sin cortapisas, una hiperracionalización del pensamiento que puede acabar incluso creando trastornos obsesivos, ya que la posibilidad no significa, por el hecho de que exista, que vaya a suceder. Por poner un ejemplo, un fragmento de meteorito podría impactar sobre nosotros al pisar la calle. La posibilidad es de 1 entre 1,6 millones. Existe, por supuesto, pero no tiene sentido valorarla con un grado de peligro semejante que ser alcanzados por un rayo (1 en 135.000).

No obstante, cada vez son más las empresas apuestan por el pensamiento prospectivo para adecuar sus planes de producción, de trabajo y de inversión. Cuando el análisis de posibilidades se ajusta, bajo meticulosa reflexión, a la prudencia de la probabilidad matemática, resulta ventajoso invertir energía, tiempo y dinero y valorar posibilidades que, aunque pequeñas e incluso imprudentes, pueden resultar innovadoras, ventajosas también a la larga. Además, la prospectiva no consiste solamente en valorar escenarios, sino en desarrollar direcciones en función de ellos, solidificando ese futuro por definir que advirtieron los filósofos de la Escuela Francesa.

Maneras de pensar, formas de obrar

En realidad, la manera en que hilamos las ideas depende de la forma en la que planteemos las rutas conectivas de nuestras neuronas. En efecto, si cambiamos el esquema de pensamiento modificaremos nuestros pensamientos. Esta herramienta, experimentada por la psicología cognitivo-conductual y luego avalada por la neurociencia, abre múltiples posibilidades. No estamos sujetos a una determinada manera de pensar, sino que, hasta los límites biológicos, podemos educar a nuestro cerebro para hacerlo de otras maneras posibles.

No estamos sujetos a una determinada manera de pensar, sino que podemos educar a nuestro cerebro

La naturaleza, a la que el dicho popular atribuye sabiduría, nos ha implantado al mejor terapeuta posible, el periodo de sueño. No es casual que necesitemos dormir entre cinco y ocho horas diarias para sentirnos bien. Cuando dormimos, el cuerpo humano entra en un estado diferente al de vigilia, donde se reorganizan rutas celulares y metabólicas, se repara el ADN y se ajusta el sistema inmunitario, entre millones de procesos, multitud de ellos desconocidos. Pero en el cerebro sucede un proceso vital y prodigioso: durante las ensoñaciones configuramos la memoria, reestablecemos vínculos entre neuronas y ajustamos diferentes contenidos mentales, aliviando tensión de aquello que nos preocupa estando despiertos o replanteando conexiones que implican formas de pensar. Es por esta razón que nuestros sueños son coherentes en su aparente aspecto disociado: narramos historias muy distintas a las que asumimos en nuestro día a día en el mundo real. El cerebro explora nuevas maneras de enfocar desafíos y, así, se ejercita en sus posibilidades para construir nuevas ideas.

En las filosofías orientales, el tiempo y el pensar son planteados de manera diferente que en Europa. La linealidad occidental abre paso a un espacio cíclico o indeterminado. La lógica, apreciada en las corrientes de India, China y Japón, es igualada a la fuerza del misterioso proceso de la intuición, que es considerada, en gran medida, una continuación de la reflexión habitual. La práctica de la meditación persigue, además de alcanzar una saludable vacuidad mental para el individuo, la quietud, y desde ese punto muerto, dejar que fluyan imágenes, ideas, visiones, posibilidades. El Kōan, la práctica de la rama Rinzai del budismo zen que se practica en Japón, persigue precisamente quebrar la lógica y el pensamiento lineal mediante preguntas que el maestro propone a sus discípulos sin tener en muchas ocasiones un sentido inicial, o pudiendo existir multitud de respuestas aparentemente válidas. No se persigue, por tanto, acertar un cuestionario predefinido, sino discutir con el aprendiz su respuesta para despertar su ingenio, posibilidades que no se valorarían en un principio y explorar un esfuerzo más allá de lo aparente, que aspire a profundizar en la naturaleza de la esencia de las cosas.

Regresando a latitudes atlánticas es destacable también el pensamiento lateral, propuesto por el filósofo Edward de Bono, y que consiste en ser disruptivos con la rutina y la linealidad, dejando espacio al cerebro para relajarse en otras actividades que permitan al cerebro jugar con la información que se ha ido recopilando durante el esfuerzo previo y consecutivo. Así lo avalan los últimos descubrimientos científicos: existe una red de neuronas en nuestro cerebro que se activa cuando dejamos de hacer una actividad en concreto, trazando nuevas conexiones. Caminar, reposar la mente, mezclar ideas y conceptos, aunque parezca que hacerlo carece de sentido…todos estos procesos pueden estimular la imaginación y, con ella, el surgimiento de nuevas formas de pensar. Quizá sea necesario romper la vajilla, o la baraja mental, más de una vez para avanzar adonde nuestros pasos no perciben la calzada.

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