Siglo XXI

«La clase media está en decadencia porque está dejando de existir»

Fotografía

Salomé Sagüillo
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15
marzo
2023

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Salomé Sagüillo

La época actual representa un punto de inflexión que servirá de base a nuestra vida social y económica del futuro. Aparte de analizar las transformaciones tan decisivas que están teniendo lugar en el ámbito económico, laboral y geopolítico, Esteban Hernández propone en El rencor de clase media alta y el fin de una era (Foca, 2022) acciones que nos permitan vivir en un mundo más razonable y manejable a partir de las premisas de las que partimos: la destrucción y decadencia de la clase media, la omnipresencia de la tecnología, la desglobalización, el regionalismo, el rencor de unos grupos sociales con respecto a otros. La idea consiste, no en predecir el futuro, sino de transformarlo.


En tu libro haces mención a Ortega y sus diagnósticos relativos al problema de los nacionalismos en España. ¿Ves una solución a los nacionalismos en el seno de España hoy?

Yo elevaría un poco la mirada, porque el problema territorial, que en España se manifiesta de una manera clara, es un problema internacional. Las diferencias entre regiones de distintos países ocurren en EE UU., en el Reino Unido, en Francia… También se manifiesta aquí. Además de esa desvertebración interior de los distintos estados, vemos que eso que decía Ortega de «España como problema, Europa como solución» ahora se ha trasladado a Europa. Y Europa es también en sí misma un problema, porque también está desvertebrada. Estamos asistiendo a los distintos proyectos que cada parte de Europa tiene para sí misma: países del Este, el norte, el sur, etc. Cada uno de ellos tiene un proyecto muy distinto. La paradoja es esa: en lugar de habernos vertebrado, nos hemos desvertebrado. Y no solo en España.

También citas a Ortega cuando recuerdas que para él el pueblo español odia «a toda individualidad selecta». ¿Crees, como suele decirse, que la envidia es el pecado nacional?

No, ahora estamos en un momento distinto. La propia definición de Ortega tenía que ver con una mirada aristocrática, en la cual había masas resistentes a dejarse guiar por los designios de los mejores. Ahora, nuestro orden económico está dirigido por tecnócratas, que toman decisiones sin la necesidad de respaldarse en consensos democráticos. Y, además, porque lo que estamos percibiendo, mucho más que la envidia, es el rencor entre distintas partes de la sociedad. Esto ocurre a nivel territorial. Cataluña dice: «Estamos sosteniendo a los extremeños, a los andaluces»; los extremeños dicen: «Estáis invirtiendo todo en Cataluña y en el País Vasco»; los andaluces dicen: «Nosotros hacemos mucho, pero luego recibimos poco». Pero, además, hay bastante malestar en el terreno de las clases sociales. ¿Por qué? Porque hay distintos grupos políticos que creen que España iría mejor si ellos tuvieran el poder. Y esa es una dinámica muy negativa, pero no tiene nada que ver con la envidia de la que habla Ortega y Gasset.

«En lugar de buscar unidades mayores, como el Estado, el bien común, el territorio, lo que se buscan son las agendas de grupos particulares»

Hablas de Gustav Lebon y su Psicología de multitudes, que habla del anonimato y cómo este desencadena acciones excesivas del individuo. ¿Puede traducirse su discurso sobre las masas al ámbito de Twitter e internet?

Date cuenta de que Lebon surge en un instante en que las poblaciones europeas por primera vez participan en política y, por tanto, se incorporan al orden establecido. Eso conlleva mucha suspicacia por parte de las clases dominantes, que piensan que esas clases iletradas vendrán a modificar de modo radical el «orden natural». Esa era la perspectiva de Lebon. Lo que tenemos hoy con los medios de comunicación, vinculados a las redes, es una ausencia de razonamiento, en la medida en que es complicado expresar posiciones complejas o matizadas por la propia dinámica de las redes, donde domina una comunicación más audiovisual y una comunicación que trata de captar la atención. El enfrentamiento y lo llamativo logran captar la atención, lo consigue lo extravagante, etc. Ahí se produce el vaciamiento de las ideas. Las ideas tienen mucho menos espacio para expresarse. Porque las ideas también tienen un mayor nivel de complejidad y de sofisticación que encaja muy mal con los medios de transmisión. Esto presenta una diferencia muy grande con la perspectiva de Lebon. ¿Qué pasa? Que cada vez más vemos una sociedad polarizada por el uso de la tecnología: las clases con menos recursos y las clases medias podrán tener un consumo habitual de pantallas, y las clases altas van a intentar separar a sus hijos todo lo que puedan de la tecnología. Son dos tipos de sociedades muy distintas.

¿Representan las políticas de la identidad un modo de dotar al sujeto de anonimato (siempre y cuando incluyan a uno en sus filas)? Añadiendo esto al modo de operar en internet, ¿podrían ambos fenómenos dar vía libre a formas agresivas de interactuar?

Vivimos en una sociedad muy individualista, en la que cada uno tiende a desvincularse de los lazos que le rodean para conseguir el mayor éxito, triunfo o reconocimiento. Y ese es el punto de partida. Ese punto de partida se ve complementado por los grupos. En lugar de buscar unidades mayores, como el Estado, el bien común, el territorio, lo que se buscan son las agendas de grupos particulares. Eso lo vemos en las políticas de la identidad, pero es un fenómeno común. En la universidad, cada departamento tiene un signo identitario, se enfrentan con otros departamentos, son departamentos cerrados, con escasa comunicación. Lo ves en las empresas, donde se forman grupos informales, que compiten por el poder dentro de la empresa. Esa búsqueda del interés particular se complementa con la creación de estos grupos informales que se forman en torno a intereses individuales en un colectivo que persigue los mismos fines.

Se habla de la decadencia de la clase media, un concepto a menudo escurridizo. ¿Cómo definirías la clase media en la actualidad?

La clase media está en decadencia porque está dejando de existir. La clase media tiene que ver con un nivel de recursos materiales, esos ingresos que permiten que llegues a fin de mes sin estar apretado continuamente. Pero también tiene que ver, y esto es muy relevante, con una percepción de la sociedad, ¿no? Con una especie de confianza en el futuro, sensación de estabilidad y seguridad, de confianza en el sistema, de la creencia en que las cosas van a ir bien… Esta segunda parte ha desaparecido. La primera parte, la de gente que llega a fin de mes con holgura, también está menguando. Y, sin embargo –ahí está la paradoja–, el número de personas que se creen de clase media en España y Europa es cada vez mayor. La gente dice ser de clase media, aunque sus recursos económicos o culturales no se correspondan con ese extracto. Esa es la paradoja.

«La paradoja es que la gente dice ser de clase media, aunque sus recursos económicos o culturales no se correspondan con ese extracto»

Hablas de desglobalización. ¿A qué te refieres con ese concepto? ¿Y vivimos realmente en ella?

Vivíamos en un mundo hegemónicamente dominado por EE. UU., con una serie de instituciones globales que marcan las normas e imponen sus agendas: bancos centrales, papel importante de las consultorías… Hasta que aparece China. Esto hace que ya no vivamos en un mundo unipolar, hegemónico estadounidense, sino que EE. UU. tenga su espacio propio y China pueda convertirse también en potencia hegemónica. La guerra de Ucrania tiene que ver con esto y las relaciones económicas establecidas a partir de la guerra tienen que ver con esto… Vivimos ahora en un mundo acelerado donde las normas globales ya no funcionan de la misma manera. Ya no hay una globalización a la que podamos recurrir y sea el único sistema que hay en el mundo. A partir de ahí, tienes un bloque, que es EE. UU. y está tirando de Europa hacia su esfera; tienes el bloque chino, que tira de Oriente Medio y Rusia hacia la suya; luego hay países no alineados, como la India y Turquía, que a veces se asocian con un bloque u otro, pero que siguen sus intereses nacionales. Eso no es la globalización, eso es otro mundo. A partir de ahí hay una recomposición económica, relocalizaciones regionales, muchas cosas… Pero la esencia es esta: había un mundo y ahora hay varios.

Uno de los problemas que parecen afectar a muchos países occidentales es la falta de contribución de los ricos a las arcas del Estado. ¿Hay modo de que los más ricos paguen impuestos?

Esto no tiene nada que ver con la naturaleza humana… Eso es como cuando se dice: «¿Cómo puedes poner límites a la tecnología?» Pues llegaron los chinos y le pusieron límites a la tecnología, a la tecnología estadounidense. Dijeron: «A partir de ahora las empresas tecnológicas son chinas. Aquí no entra Amazon, aquí no entra Google. Porque yo voy a poner en marcha mi Alibaba, etc». Y se pusieron límites. Con los ricos es igual. Hace 50 años, estaban sometidos a un régimen de impuestos en las democracias occidentales. Ahora, gracias a la globalización, tienen muchos mecanismos de evasión. ¿Los ricos pagan impuestos hoy? No, los pagamos las clases medias a través de impuestos directos y las trabajadoras a través de los impuestos indirectos. El problema es mucho más amplio que los impuestos, pero eso de que no pueden pagarlo no es un hecho demostrado, porque ocurrió que los pagasen, sabemos que es posible. Y ahora otros países como China también lo están consiguiendo. Quizás es un problema de gestión económica y no de imposibilidad ontológica.

Leyendo tu libro da la impresión de que muchos ven el futuro con pesimismo. ¿Cómo ves tú ese futuro económico? ¿Seguirán a delante las tendencias que parecen haber dominado las últimas décadas?

Ahora estamos en un momento de cambio de sistema. Las sociedades se abren. Yo no sería ni pesimista ni optimista. Hay oportunidad de hacer un mundo mejor, un tipo de sociedad más manejable, en la que podamos vivir de forma más razonable, y deberíamos enfocarnos en ese objetivo. La gente hoy en Occidente ve el futuro de una manera negativa. Es una tendencia con la que hay que lidiar, pero el futuro está por construirse. Las predicciones están muy bien, pero se trata de lo que se hace para llegar a un mundo mejor.

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