Opinión

‘Tár’ no es otra maldita película sobre la cancelación

Se trata de una excusa narrativa. En realidad, la película trata con difícil delicadeza aspectos tan complejos como la obsesión artística, el talento o el amor (y sus compatibilidades).

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03
febrero
2023
Fotograma de la película ‘Tár’.

Sin duda Tár habla del MeToo, del abuso de poder, de la genialidad como coartada para la tiranía y de la brecha generacional entre quienes creen que Bach es una cumbre de la civilización y quienes se niegan a interpretarlo porque lo etiquetan como un macho heterosexual y religioso que tuvo 20 hijos, y su música representa todo aquello que se quiere destruir. Tár habla de eso, pero ya hay otras películas (una de las primeras fue la insufrible The Assistant), otros libros (acaba de salir en España El visionario, de Abel Quentin, que ha dado que hablar en Francia) e incluso otras series (la digna The Chair, con Sandra Oh) que han abordado el tema de la cancelación y sus derivados, tanto desde el punto de vista de los canceladores como de los cancelados. Si Tár fuese otra maldita película sobre la cancelación, se añadiría a la montaña de ficciones coyunturales que engordará todas las que he citado, y que no son (en el peor de los casos) más que reacciones oportunistas a un asunto de moda o intentos fallidos y simplistas de narrar el presente (en el más generoso de los casos).

En Tár, el asunto es casi instrumental y sirve para vertebrar y dotar de conflicto a una historia que, de otro modo, caería en un ensimismamiento poético imposible de filmar. Lydia Tár es una directora de orquesta que se ve metida en un lío muy turbio sobre discípulas aspirantes a directora que se ha ido cepillando y de las que ha querido deshacerse. El asunto le estalla y provoca el fin de su carrera. Hay ecos de Plácido Domingo (incluso aparece una cita expresa del cantante), pero ningún hecho real. Tár es un personaje de pura ficción, por eso transmite mucha más verdad que cualquier biopic. 

La trama del MeToo es casi un MacGuffin narrativo, una forma de empujar al personaje por la cuesta abajo de los círculos del infierno. En otra época, el director Todd Field habría tirado de otra excusa, como unos cuernos conyugales convencionales, un poquito de alcoholismo o una trama de corrupción dineraria, qué sé yo, lo que estuviera en el candelero en el momento de la escritura. Si Tár perturba –a mí me perturbó mucho, me dejó un hormigueo incómodo, y la he estado pensando desde que salí del cine, de forma recurrente– es porque habla de algo más abstracto y universal. Habla de la obsesión artística, del genio, de lo mal que se lleva con el reconocimiento público y de la imposibilidad de conciliar el talento con el respeto, el amor o incluso la democracia. Tár es una tirana, pero en la película no parece que pueda ser otra cosa sin dejar de ser la Tár genial que el mundo admira. Ese planteamiento está muy lejos del panfleto-denuncia o de la caricatura del abusador. 

«’Tár’ habla de la obsesión artística, del genio y de la imposibilidad de conciliar el talento con el respeto, el amor o incluso la democracia»

La primera escena recrea una entrevista con público con un periodista de The New Yorker donde la directora de orquesta habla de sus influencias, de su visión de la música y de su oficio como suelen hablar los genios cuando se les invita a ello en un ambiente relajado y adulador. Es una escena soberbia y muy difícil de rodar, pese a su sencillez engañosa, y Cate Blanchett está enorme en sus peroratas. En una de ellas habla de un concepto teológico judío: la kavaná (uno de los rasgos de esnobismo de Lydia Tár, aparte de la tilde que añade a su apellido, es una querencia por el judaísmo casi cabalístico, pese a que ella no es judía). 

Como tantas otras nociones judías, la kavaná (en hebreo, כַּוָּנָה) se ha vulgarizado y utilizado en clave de autoayuda y taza de Mr. Wonderful. No se puede negar que mucho esoterismo talmúdico se presta a ello, pero en realidad son ideas oscurísimas inspiradas en discusiones sobre la Biblia que se adaptan mal a quien busca consejos fáciles para la vida cotidiana. Kavaná significa «la dirección de corazón», y se interpreta casi como una técnica de estudio o de concentración. La citan quienes quieren enseñar a evitar distracciones, por eso está en boca de gurús de medio pelo y psicólogos de garrafón cada vez que se habla de la dispersión, la multitarea y la pérdida de la capacidad de atención de la era de las pantallas y la hiperestimulación sensorial. La kavaná, dicen, es la técnica mediante la cual te concentras en lo que estás haciendo (sigues «la dirección de tu corazón») y no prestas atención a lo demás. 

«Kavaná significa «la dirección de corazón», y se interpreta casi como una técnica de concentración, por eso está en boca de gurús de medio pelo y psicólogos de garrafón»

En su origen (en las discusiones jasídicas de los siglos XVII y XVIII en las sinagogas y escuelas rabínicas de Europa oriental), la kavaná era una meditación moral sobre el sentido de la oración. A los rabinos les preocupaba que el rezo deviniese una liturgia vacía, una rutina sin significado, como observaban que sucedía en el cristianismo y en el islamismo. Rezar por rezar, como un hábito adquirido y automático, recitando versos de carrerilla, no tenía ningún sentido religioso. Quizá lo tuviera en las otras religiones organizadas, en las que la oración en común es una parte fundamental de la cohesión social, pero el judaísmo no era una religión «de Estado», sino intimista y doméstica. No importaba tanto la literalidad en el cumplimiento de los ritos como la comprensión de su significado (conviene aclarar aquí que el jasidismo fue un movimiento intelectual y espiritual equivalente en cierto modo a la reforma protestante en el mundo cristiano, en tanto que buscaba un regreso a los orígenes de una religión cuya práctica se percibía como corrupta o desdibujada por influencias mundanas). La kavaná supone la autoconciencia de la oración: hay que concentrarse mucho para entender a quién se dirige el rezo y cuál es su objetivo. La kavaná es una técnica de oración individualista, hiperconsciente y muy ensimismada, para alcanzar ese contacto directo con el Innombrable que el rezo automático y ritualizado no logra.

Tár cita ese concepto jasídico y lo lleva a la laicidad del arte. Seguramente, tomándolo de Leonard Bernstein y de otros músicos judíos. Su objetivo es alcanzar la dirección del corazón, concentrarse en su trabajo artístico de tal modo que desaparezca todo lo demás, entregarse entera al momento, sin concesiones a nada, con la fe de un rabino devoto. La película cuenta el fracaso de Tár en seguir su kavaná. Narra sus distracciones, sus flaquezas, sus caídas en tentaciones que parecen ajenas al propósito del arte en sí, pero que en el fondo (¡ay, paradoja!) están en su centro, porque el arte y la vida son lo mismo, y disociarlos provoca la destrucción de ambos. 

Eso es lo que me perturba de Tár y lo que emociona a cualquiera que haya sentido la kavaná sin saberlo, pero consciente de su vértigo. El mérito de Field es haber expresado algo casi inefable en una película trepidante con acción, trama, conflicto y desenlace. Es decir, en fingir que cuenta una cosa cuando está contando otra. Hace falta una kavaná muy depurada para lograr eso.

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