Sociedad
El deseo 4.0
Mientras la atracción sexual evoluciona, las evidencias científicas se estancan. Feromonas, simetría facial, una charla inteligente o una cintura esculpida: aún no sabemos por qué gustamos (o no).
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Mientras las predicciones distópicas de Aldous Huxley en Un mundo feliz y su ocurrencia de los cultivos humanos no se hagan realidad, los seres humanos seguiremos recurriendo a relaciones sexuales para procrear y garantizar la continuidad de la especie (y, por supuesto, disfrutar). Pero ¿cuáles son los mecanismos que provocan que dos personas se sientan mutuamente atraídas? Es decir, ¿cuáles los engranajes de aquello que, de una manera un tanto sublimada, se ha dado en llamar «deseo»?
Las diferencias entre los desencadenantes de la atracción sexual para mujeres y hombres es territorio resbaladizo: está tan contaminado por inhibiciones religiosas, juicios sociales o estereotipos de género que existen muchas posibilidades de que cualquier tipo de análisis acabe siendo malinterpretado. Desde «las mujeres se plantean el sexo desde un punto de vista más emocional y los hombres más mecanicista», hasta «ellos son promiscuos; ellas, selectivas». La colección de tópicos es interminable.
La sexóloga Silvia Cintrano, sin embargo, recuerda que no existen evidencias científicas que corroboren que los hombres tienen más deseo que las mujeres, algo que sugiere que hay todavía mucho territorio inexplorado en esta campo. Una educación sexual a la altura de la importancia del debate contribuiría a arrojar luz sobre estos misterios, si bien esta es deficiente en los centros educativos y casi inexistente en los hogares («los estambres y los pistilos», que diría Eugenio), lo que da lugar a que muchos jóvenes intenten cubrir ese vacío acudiendo a lugares no precisamente concebidos con fines educativos, como el porno.
Que el sexo ha sido históricamente un tema incómodo de tratar –proscrito por la religión y criminalizado por la ortodoxia moral más conservadora– es incuestionable. Desde la ciencia se ha tratado de alumbrar a esta legión de autoexploradores de la libido con distintos intentos de explicar las leyes de atracción, esos factores que hacen que dos seres humanos sientan la pulsión de emparejarse.
Aún no se han encontrado evidencias científicas que corroboren que los hombres tienen más deseo que las mujeres
Fruto de esos esfuerzos se sabe, por ejemplo, que los rasgos de la cara, las proporciones corporales o la forma de moverse son factores que pueden hacer que una persona resulte casi irresistible para otra. Un rostro simétrico, unas facciones fuertes (en los hombres) o suaves (en las mujeres), unas caderas anchas combinadas con una cintura estrecha (en ellas) o la altura y un torso ancho (en ellos) son los rasgos predilectos según los estudiosos del sex appeal.
Los procesos químicos vinculados a la atracción también han copado miles de horas de ensayos científicos: hormonas, feromonas, timbre de voz y otras señales que las personas se envían inconscientemente unas a otras con información genética clave tienen efectos casi mágicos a la hora de generar un match. Igualmente, los niveles de testosterona, de estrógenos o el momento de la ovulación femenina han sido ampliamente documentados como detonantes del deseo.
La mayoría de estos trabajos, sin embargo, parten de una concepción de la sexualidad totalmente orientada a la reproducción, y es que la biología solo parece estar interesada en los mecanismos del deseo en tanto y cuanto estos sirvan para garantizar que se elige a un compañero o compañera adecuados para la procreación (es decir, alguien que garantice fertilidad, salud y un buen kit de material genético a los hijos). Una visión fascinante, pero también muy reduccionista y que pasa de puntillas por otras grandes dimensiones de la sexualidad, como la del placer, la relacional o la cultural.
Se diría que la biología es un recurso insuficiente para acercarse al conocimiento de un fenómeno con tantas facetas, y más en un momento social como el actual. Con las creencias y mensajes sobre el sexo, la masculinidad o el placer en pleno proceso de reformulación, gracias, entre otras cosas, a un feminismo cada vez más combativo y a una mayor sensibilización social y política sobre la materia, el riesgo de que las opiniones sobre la sexualidad sean pasto de las iras de Twitter crecen.
Mientras termina esa revisión de los mecanismos de la libido, su racionalización y su formulación, el humor, como ha demostrado recientemente la serie de televisión Machos Alfa, puede ayudar a acelerar ese tránsito: aquí no faltan los tópicos, solo que mientras el sainete de José Luis Moreno se basaba en la vieja fórmula de la guerra de sexos, aquí se muestran con habilidad los a veces patéticos, pero al fin y al cabo denodados, esfuerzos de sus protagonistas por tratar de evolucionar hacia una nueva sensibilidad que les coge con el pie cambiado.
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