Ciudades
La ciudad de los sentidos
El urbanismo sensorial está cobrando un papel relevante en la configuración de los núcleos urbanos: vivir en entornos repletos de estímulos integrados y orgánicos es la última revolución que promete hacer de las ciudades entornos más amables y sostenibles.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2023
Artículo
El medio urbano es la construcción humana más condicionante para nuestras vidas. La experiencia que atravesamos en él, diseñada en el urbanismo, viene determinada por los elementos que lo configuran. Separar experiencia de sentidos, por tanto, es imposible: son los canales a través de los que percibimos el mundo y todo lo que nos ocurre. A pesar de ello, nuestras ciudades no son lugares donde se potencien los estímulos sensoriales más allá de la vista (un caso que habitualmente va estrechamente ligado a la potenciación de la publicidad de múltiples marcas y productos).
Más de la mitad de la población del mundo –es decir, más de 3.500 millones de personas– viven actualmente en ciudades. Según las previsiones marcadas por Naciones Unidas en la Conferencia Hábitat III, en 2050 la población de las ciudades prácticamente se habrá duplicado, lo que hará de la urbanización uno de los fenómenos más transformadores del siglo. Y aunque las ciudades han pasado por enormes cambios que han generado un crecimiento económico y una prosperidad sin precedentes, es necesario replantearse la forma en que vivimos en ellas y su gestión si queremos garantizar un futuro sostenible.
Sentir donde vivimos
La sostenibilidad es precisamente uno de los ejes en los que se centra el urbanismo sensorial: el desarrollo mercantil no puede dejar a un lado el desarrollo social. «Jugando con colores, sonidos, olores, dimensiones, texturas y, en general, con todas las cualidades de objetos y espacios podemos modular las dimensiones de la experiencia humana y conseguir esa ciudad amigable, funcional y accesible», explica Sara Rodríguez, especialista en accesibilidad. Sensorialmente hablando, añade, una ciudad ideal sería aquella capaz de cuidar el orden visual de los elementos; es decir, aquella donde se diferenciaran a simple vista los edificios relevantes –como instituciones, colegios o bibliotecas–, donde el comercio estuviera muy bien identificado a través de carteles específicos y donde hubiese unos criterios que se pudieran estandarizar. También considera relevante la inclusión de pavimentos podotáctiles, con texturas que permitan detectar las distintas superficies.
En el año 2050, la población de las ciudades prácticamente se habrá duplicado
Anna Esquirol, arquitecta de Laiaubia Studio, explica que el aumento de la sensorialidad podría lograrse configurando entornos con más árboles y más tierra, eliminando coches para reducir el ruido. No es la única medida: también podría alcanzarse otorgando un mayor protagonismo al peatón, incluyendo más elementos que faciliten el descanso o aumentando el número de fuentes con las que propagar el agradable sonido del agua. Este último aspecto puede resultar trivial, pero nada más lejos de la realidad, según Esquirol: «Resulta importante para que no huyamos de las ciudades. Mucha gente huye de los coches y las aglomeraciones y busca el campo y la vida rural. Está bien fomentar este urbanismo para hacer las ciudades más amables y más sostenibles».
Se trata de un asunto clave. Desde 2016, el 90% de quienes habitan las ciudades respira un aire que no cumple las normas de seguridad establecidas por la ONU, lo que ha provocado un total de 4,2 millones de muertes prematuras debido a la contaminación atmosférica. Más de la mitad de la población urbana mundial se encuentra expuesta a niveles de contaminación del aire de una cantidad 2,5 veces superior al estándar de seguridad. Tras la ciudad sensorial se encuentra, por tanto, la idea de vivir mejor en toda su amplitud.
Los espacios urbanos se vuelven más plácidos y agradables cuando incorporan materiales y aromas naturales, más vegetación y más elementos orgánicos que ayuden a la regulación de la temperatura
Y si hablamos de salud, tendríamos que hacerlo de una salud universal, de planteamientos urbanos que sean inclusivos para todas las personas. Así lo defiende Sara Rodríguez: «A veces, las ciudades se diseñan pensando en un sujeto estándar, mientras que otras se hacen en base al criterio técnico de un arquitecto, sin tener en cuenta una gran cantidad de información. Aunque se trata de facilitar la experiencia para todo el mundo, tenemos que hablar también de inclusión para quienes se quedan fuera porque no pueden acceder a esa información». Y añade: «¿Cuántas veces hemos buscado la oficina de Hacienda y solo tenemos la referencia de la dirección, sin saber qué aspecto tiene el edificio? ¿O quién no ha metido la pata porque no sabía si estaba en el paso de cebra o no? Ordenar con criterios cromáticos y dar información en diferentes formatos nos da más herramientas para que esta llegue de manera más útil».
Los espacios urbanos se vuelven más plácidos y agradables cuando incorporan materiales y aromas naturales, más vegetación, más elementos orgánicos que ayuden a la regulación de la temperatura (un banco de metal es distinto que uno de madera cuando el sol se refleja en él durante horas), una mayor diversidad cromática y de texturas, y unos suelos diferentes del tipo de calzada. Una idea que promete unas ciudades distintas a esas urbes de uniforme color gris; ciudades en las que queramos habitar (y en las que deseemos permanecer).
COMENTARIOS