Sociedad

Y usted, ¿qué persona es?

La palabra persona viene del término en latín para las máscaras de los actores teatrales. Unos orígenes que ayudan a entender ahora la duplicidad de las imágenes que cada uno proyecta al mundo.

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Tyler Hewitt
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30
enero
2023

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Tyler Hewitt

Pocos piensan en el origen de la palabra «persona», que, a pesar de designar a cualquier «individuo de la especie humana» (aunque también se ha hablado de «personas no humanas»), viene del latín «persona», la máscara empleada en las funciones teatrales de la Antigüedad y que, entre otras cosas, permitía que la voz del actor resonase con mayor intensidad. Este dato daría a entender que todo individuo cuenta con su máscara con la cual se identifica, al tiempo que toda interacción social exige de una simulación por parte del participante.

En inglés la palabra «persona» no hace referencia a un sujeto cualquiera, sino a la imagen pública de un individuo. Este significado es tomado del psicoanalista suizo Carl Gustav Jung —al igual que tantas otras expresiones y conceptos como la «crisis de la mediana edad» o introversión y extraversión—, para quien la persona era «una especie de máscara, diseñada por un lado para causar una impresión definida en los demás y, por el otro, para ocultar la verdadera naturaleza del individuo». En Jung, la persona era una faceta muy concreta de nuestra psyche, aquella representación del yo que presentamos al mundo, y había una diferencia entre sujetos con mucha persona o poca.

Todos empleamos la referida máscara, pero algunos resultan más dependientes de ella que otros. Dicho lo cual, aquellos con más «persona» cuentan con algunas ventajas y otras desventajas, al igual que ocurre con aquellos más transparentes. A pesar de ello, una persona con una imagen pública bien equilibrada con su yo interior tiende a ser más feliz que alguien enterrado bajo su máscara social.

Entre las profesiones con más máscara o persona estarían aquellas vinculadas a lo formal e institucional: políticos, abogados, ejecutivos, médicos y tantas otras profesiones. La clásica persona particularmente enmascarada a nivel social sería aquel que habla con un tono de voz forzado, particularmente formal y que dice cosas tópicas en un discurso poco original. Para Jung, un ego fuerte se relaciona con el mundo exterior por vía de una persona o máscara flexible. Por otro lado, en nuestras relaciones con personas diferentes empleamos máscaras variables. No somos la misma persona con nuestra novia, nuestros amigos, nuestros padres, hermanos, clientes o profesores.

La clásica persona particularmente enmascarada sería quien habla con un tono de voz forzado y dice cosas tópicas en un discurso poco original

Cuando portamos una máscara demasiado pesada, podemos sentirnos sofocados, atrapados por nuestro engaño y alienación forzada. Aquellos que llevan tales máscaras tienden a no querer reconocer sus propias debilidades y defectos, o a tener una autoestima baja. Aquel que no estima su verdadero yo, tiende a querer proyectar una imagen diferente de su yo interior.

No obstante, el yo interior tampoco es necesariamente auténtico. Los seres humanos somos especialistas en la ciencia del autoengaño, por lo cual, generalmente nuestro yo interior —aquél que percibimos subjetivamente— es más halagüeño de lo que en realidad sería sin el filtro de la autopercepción. A eso se debe que no podamos autodeterminar nuestra identidad. No somos aquello que deseamos ser sin más, pues la identidad está siempre mediada por la mirada ajena, externa. Una cosa es la autoimagen y otra la realidad que uno es. De ahí que venga bien conocerse a través de la mirada ajena; que uno no deba ni pueda elegir su identidad real. Como decía el médico griego del siglo II d. C. Galeno: «Cuando se prescinde del juicio de los otros para formarse una opinión de sí mismo, es habitual caerse».

Por poner un ejemplo, hoy no es raro encontrarse con hombres y mujeres que se operan y modifican físicamente de muchas maneras parar ser sexis, cuando esa no es en absoluto una identidad que armonice con su personalidad más inmediata. En lugar de proyectar otros atributos (la chica o el chico listo, la mujer o el hombre sensible del que enamorarse, etc), se empeñan en aparentar lo que no son, forzando la máquina. Esto mismo ocurre en el caso de Woody Allen, que en su autobiografía, A propósito de nada, se empeña en venderse como un deportista nato, o el típico jock estadounidense de instituto, cuando es evidente para todos que su personalidad y aptitudes no encajan en absoluto en dicha categoría social, sino más bien en la del empollón gracioso y creativo.

Una forma de ser apreciado por otros consiste en trabajar para mejorar, siempre en consonancia con los propios rasgos de personalidad y así ser estimado por quien somos en realidad; otro consiste en colocarse una máscara exagerada que servirá para ahogar al yo interior y que, generalmente, será visible para los demás como una construcción artificial y engañosa. La vía para una libertad saludable estaría, según una acertada creencia popular, en aceptar la propia realidad de lo que uno es y crecer a partir de esa realidad sustancial, en armonía con la propia personalidad.

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