Cultura

Pío Baroja, más allá del mito del escritor cascarrabias

El autor es uno de los nombres clave de la Generación del 98, y aunque trabajó brevemente como médico rural, pronto pudo dedicarse por completo a lo que realmente le interesaba: escribir.

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16
enero
2023

En la España de principios de los años cuarenta, Pío Baroja tenía una milimetrada rutina diaria. Se levantaba a una hora temprana –las 7:30– y se tomaba un café con leche antes de volver a dormir un poco más. A las 9:00, empezaba su día. Tocaba un largo paseo por el Parque del Retiro, cerca de donde vivía entonces, y una sesión de escritura –y de recorte de textos interesantes de los periódicos– en el comedor, bien abrigado. Tras la pausa de comida a la 13:30 y la sobremesa, Baroja se echaba un rato y volvía al trabajo hasta el anochecer, cuando en su casa había tertulia. En el hogar del escritor se cenaba a las 22:15, pero a medianoche ya estaba en cama. 

Se sabe cuál era su rutina gracias a uno de sus sobrinos, que la dejó por escrito. En cierta manera, su forma de organizarse encaja con la idea que ha cuajado de él en el folklore literario: una de un señor muy abrigado –lo era, trabajaba con su bata, su boina, su manta sobre las rodillas y su bufanda puestas–, hipocondríaco –que también– y un poco cascarrabias que escribía en su casa. 

Y aunque conocer cómo trabajan los escritores y cómo se organizan sus procesos creativos es una de esas cuestiones que siempre fascinan a los lectores, Pío Baroja es, por supuesto, mucho más que esto. Como demuestra uno de sus biógrafos, José-Carlos Mainer, en Pío Baroja (Taurus), es uno de los escritores clave de la literatura española de principios de siglo (y su trayectoria biográfica es más compleja que lo que ocurrió en la última recta de su vida). El escritor tiene también muchas más caras: Mainer recuerda, por ejemplo, que el antisemitismo del autor deja huella en las historias que narra y en los personajes que crea.

La idea de Baroja en el folklore literario es la de un señor muy abrigado, hipocondríaco y un poco cascarrabias

El padre de Pío Baroja era un ingeniero de minas que llevó una vida un tanto errante, lo que hizo que la familia se mudara muchas veces y que los hijos, por tanto, fueran naciendo en diferentes localidades. Pío Baroja lo hizo en 1872 en San Sebastián, la ciudad de origen de su acomodada familia. Los vínculos familiares son importantes: entre otras cosas, en ellos se pueden encontrar los puntos de inspiración para algunas de sus novelas.

El escritor no fue un genial estudiante, ni en sus años de infancia ni en los de universidad. Se licenció en Medicina y se sacó el doctorado –necesario para ejercer– por recomendación de su madre, pero casi no trabajó como médico –ejerciendo brevemente como médico rural en el municipio de Cestona– para poder centrarse en lo que verdaderamente le interesaba: escribir. Baroja se instaló entonces en Madrid, ciudad en la que ya había vivido a lo largo de su infancia y juventud, para dirigir con uno de sus hermanos la panadería –la aún popular Viena Capellanes– de una de sus tías. No saldrá muy bien, aunque el vasco empezará a colaborar con los periódicos del momento (será corresponsal de guerra en Tánger en 1902), comenzando su carrera literaria. 

Las vivencias de aquellos años –simpatiza con ideas consideradas radicales y viaja mucho por Europa– se filtrarán luego a sus novelas. De hecho, la biografía de Mainer va siguiendo su cronología parándose en cada obra publicada y encontrando los vínculos con la experiencia vivida de su autor. Con el cambio de siglo salen sus primeros libros, y por mucho que Baroja se queje de que Camino de perfección «no ha dado un duro», como recoge Mainer, arranca también su consagración como escritor importante. Su obra es analizada por la crítica y pronto Baroja empieza a convertirse en uno de los nombres que suenan entre la intelligentsia de la España de 1900. Ya desde muy pronto, el autor se convierte en el protagonista de libros y conferencias que intentan desentrañar los secretos de sus novelas. 

El escritor es muy activo, escribiendo mucho y participando intensamente en los grandes debates de su tiempo. Su pensamiento también fue cambiando, aunque posiblemente decir que se hizo más conservador sea demasiado simplista. La Guerra Civil lo pilló de vacaciones, en la casona que se había comprado en Navarra, y acabará cruzando la frontera al exilio tras pasar unos días en la cárcel (Mainer explica que había ido a ver, como curioso, los movimientos de tropas –su zona estaba bajo el control del ejército franquista– y que fue retenido como sospechoso antes de ser puesto en libertad tras la intervención de un aristócrata). Pasará la guerra en Francia y, aunque vuelve al país durante un breve período entre 1937 y 1938, no regresará de forma definitiva a España hasta 1940. 

Baroja moriría en octubre de 1956. Unas semanas antes, tal como recuerda su biógrafo, lo había visitado Ernest Hemingway. En la foto que le hicieron para la revista Life, Baroja sale en cama, con el gorro de dormir puesto. Una imagen más para el mito.

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