¿Y tú de quién eres? La pesada losa de ‘ser hijo de’
Casi ningún vástago de las grandes estrellas del espectáculo y el deporte suele triunfar. Las razones son múltiples: desde la admiración excesiva e impotente hasta la falta de normalidad constante en una vida malograda por el éxito de otros.
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Ser el hijo de una persona brillante y de reconocido prestigio puede ser algo similar a una maldición, como parece atestiguarlo la historia. El sujeto de escaso valor nacido de un gran referente cultural o intelectual –y eclipsado por este– es un arquetipo bien conocido desde la Antigüedad. Contamos con el ejemplo de los hijos de Pericles, el gran estadista ateniense, que fueron educados con esmero exquisito y, a pesar de lo cual, mostraron escasa capacidad y valor moral y personal. Ambos eran conocidos como blitomammas (literalmente: «chupa coles»), insulto que hacía referencia a personas estúpidas. Es posible que ambos fuesen de veras tan indignos, aunque pudo también tratarse de un desagradable contraste entre sus capacidades y las de su padre. Lo mismo le sucedió a los hijos de Sócrates, a quienes Aristóteles, inclemente, definió como «tontos y lelos».
Hoy ocurre algo similar con los hijos de grandes figuras del mundo del espectáculo y el deporte, sectores que despiertan la mayor admiración entre el gran público. Ningún descendiente de estrellas del rock ha desarrollado una carrera destacable, al igual que suele ocurrir con los hijos de futbolistas que, en caso de haber desarrollado una carrera, nunca lo han hecho de forma sobresaliente (es el caso, por ejemplo, de Jordi Cruyff, vástago de Johan Cruyff). Otros hijos de celebridades de primer nivel han llevado, además, vidas difíciles o desastrosas, como ocurrió con algunos de los hijos de Charlie Chaplin; con Mackenzie Phillips, hija de John Phillips, de The Mamas & the Papas; Tatum O’Neil, hija de Ryan O’Neil; o Andy Gibb, el hermano pequeño de los Bee Gees, que nunca pudo formar parte del grupo. No son los únicos: los ejemplos son innumerables.
¿Cuestión de probabilidades?
Alcanzar un éxito enorme es algo sumamente improbable y exclusivo. Eso, de por sí, puede traer consigo consecuencias terribles para los afortunados que ocupan de tal modo el centro de atención, pero quizás sea peor el rol y posición que ocupan los familiares, particularmente los hijos de tales estrellas. Por una parte, en muchos casos carecen por completo de las atenciones comunes que habrían de proporcionarles sus padres, que andan particularmente ocupados en sus carreras (y en el mantenimiento de su extraordinario estatus). Pero, además, los hijos de las grandes figuras se ven por completo eclipsados por sus antecesores, lo cual tiende a anularlos y acomplejarlos: la envidia y la admiración se ven atenuadas en la distancia, pero radicalmente incrementadas en la cercanía.
Al contemplar el éxito desde tan cerca en una sociedad en la que es visto como una panacea, la persona puede verse devorada en lo más íntimo de su ser
Pocas personas tendrían verdadera envidia de una figura televisiva, ya que se trata de una figura muy ajena a uno mismo. No obstante, no ocurre lo mismo si dicha celebridad es un amigo cercano, un familiar (en este caso, un padre) o incluso el amigo de un amigo. Al contemplar el éxito desde tan cerca en una sociedad en la que el éxito es visto como una suerte de panacea, la persona puede verse devorada en lo más íntimo de su ser.
A ello se suma que la normalidad desaparece por completo: siendo hijo de una persona famosa, uno se cría y habita un entorno no ajustado a la norma de la gran sociedad o comunidad a la que uno pertenece, lo que puede tener fácilmente consecuencias negativas, dada la falta de sintonía entre la realidad en la que uno ha crecido y la del resto de personas con los que habrá de relacionarse a lo largo de su vida.
Para terminar, estos tenderán a admirar excesivamente a sus padres: si normalmente un niño mira con buenos ojos a sus progenitores y tiende a descubrir los defectos de estos durante su adolescencia y años de madurez, los hijos de las celebridades pueden quedar estancados en tal admiración durante el resto de sus días; al fin y al cabo, ¿no son testigos constantes de que sus ideas infantiles con respecto a sus padres parecen ser corroboradas por el gran público? Por esta razón, muchas veces se vuelven incapaces de deshacerse de la alargada sombra de sus padres y crear una identidad propia por vía de la confrontación; es decir, por aquello que Freud interpretó como el asesinato simbólico del padre. ¿Cómo habrá uno de matar a un padre de tan alto estatus? Un enemigo tan formidable puede resultar indestructible, siendo este el que acabe paradójicamente ajusticiando al propio vástago.
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