Cultura

Alexandra David-Néel, exploradora indómita

Periodista, fotógrafa, escritora y cantante de ópera: en sus 101 años vivió muchas vidas, pero la principal proeza de esta francesa fue convertirse en la primera mujer occidental en llegar al Tíbet.

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18
noviembre
2022

«¿Es un hombre el que me habla? […] ¿no es más bien un genio que ha descendido de las montañas vecinas? […] Se le llama reencarnado y príncipe heredero de un trono himalayo, pero por ahora dudo de su realidad. Probablemente va a desvanecerse, como un espejismo. Forma parte de la magia en que vivo, o en que creo vivir».

Así abre Alexandra David-Néel el capítulo Himalaya en su libro Místicos y magos del Tíbet (Ediciones Índigo). Periodista, fotógrafa, escritora, orientalista: David-Néel vivió muchas vidas en sus casi 101 años, pero su principal proeza fue ser la primera mujer occidental en llegar al prohibido y misterioso «reino de las nieves».

Nació en Saint-Mandé, en la región de Isla de Francia, el 24 de octubre de 1868, con el nombre de Louise Eugénie Alexandrine Marie David. Fue la única hija de una familia burguesa compuesta por una madre católica conservadora y un padre masón y militante republicano que le inculcó desde pequeña su ideología revolucionaria. En 1871, cuando tenía solo dos años, su padre la llevó a ver el fusilamiento de los últimos prisioneros de la Comuna de París, para que tuviera «recuerdos sobre la ferocidad humana». Sus ideas anarquistas se fortalecieron cuando fue seguidora del geógrafo Elisée Reclus y también fue colaboradora de La Fronda, la publicación feminista de Marguerite Durand.

Se reunió con el decimotercer Dalai Lama: aunque se negaba a conceder audiencias a mujeres extranjeras, ella consiguió cartas de presentación de personalidades del mundo budista

Aunque su verdadera vocación siempre fue de viajera. Lo supo cuando vio por primera vez las colecciones orientalistas y las esculturas de Buda en el Museo Guimet. Se inscribió como miembro de la Sociedad Teológica de Madame Blavatsky, dedicada al ocultismo y al espiritismo y, antes de cumplir 25 años, ya había viajado a la India.

Tenía grandes dotes musicales que impulsaron su carrera como cantante de ópera, y gracias a esta viajó a Grecia, Vietnam y Túnez, donde conoció al que sería su esposo. En agosto de 1904 se casó con el ingeniero tunecino Philippe Néel. Aunque tenía libertad para viajar sola y escribir, la vida de casada no era lo suyo, y acabó separándose en 1911, cuando empacó de nuevo maletas para la India. Su viaje, que inicialmente duraría 18meses, se extendió catorce años. Pero la amistad con Philippe se mantuvo por décadas, con una rica correspondencia en la que narraba sus peripecias por el mundo.

Viaje a la ‘Tierra de dioses’

En 1912, Alexandra se reunió con el decimotercer Dalai Lama, que había huido de su país, entonces sublevado contra China. Aunque este se negaba a conceder audiencias a mujeres extranjeras, David-Néel consiguió cartas de presentación de personalidades del mundo budista.

Tras su encuentro, y a lomo de los elefantes que le regaló el Lama-rey, la escritora francesa recorrió Nepal y llegó a Sikkim, un pequeño reino en las montañas donde conoció a Aphur Yongden, un joven tibetano que adoptó como hijo suyo. Con él viajó a Japón, China y Corea, y vivió dos años en el Monasterio Kumbum, donde recibió el título de lama (maestra) y el nombre de Lámpara de Sabiduría.

Pero su intención principal era llegar a Lhasa. En ese entonces, la capital tibetana era totalmente inaccesible para extranjeros. Tras ser arrestada y devuelta a la India varias veces, David-Néel no pensaba darse por vencida: «Tengo por principio no aceptar nunca una derrota, de cualquier clase y sea quien sea quien me la inflija». Juró ante el puesto fronterizo que llegaría hasta Lhasa y que esa sería su «mejor revancha».

Hablaba de las mesetas tibetanas como ese «caos maravilloso de cumbres malvas y anaranjadas, coronadas de nieve»

En el libro Viaje a Lhasa (Tushita Edicions) cuenta que se tiñó el pelo con tinta china y la piel con cenizas de cacao, para parecer «la viuda de un lama brujo» y hacerse pasar con Yongden como mendigos. Contra los helados vientos, durmiendo a veces sobre la nieve, pidiendo limosna, haciendo «prodigios» adivinatorios para conseguir alimentos y, ante todo, «resistiendo, hipnotizada por [su] voluntad de triunfar», en 1924, logró llegar.

Tras ocho meses de recorrido y 2.000 kilómetros a pie por el Himalaya, Alexandra David-Néel pudo por fin pisar las mesetas tibetanas, ese «caos maravilloso de cumbres malvas y anaranjadas, coronadas de nieve». Se convirtió, así, en la primera philing (extranjera) en entrar a Lhasa. A su regreso a Europa, el Times la definió en su portada como «la mujer sobre el techo del mundo».

A los 67 años, David-Néel sacó la licencia de conducción y hasta viajó en Transiberiano hasta la China

Obtuvo varios galardones como la Medalla de Honor de la Sociedad Geográfica de París y el título de dama de la Legión de Honor. Se estableció en Digne-les-Bains, al pie de los Alpes, y bautizó su casa como Samten Dzong, su «fortaleza de meditación», desde donde escribió más de treinta libros.

Alexandra hablaba tibetano, pali, hindi y sánscrito. A los 67 años sacó la licencia de conducción y hasta viajó en Transiberiano hasta la China. Murió en su refugio alpino cerca de cumplir los 101 años y sus cenizas fueron esparcidas en el río Ganges con las de Yongden, quien había muerto 14 años antes.

Con insólitas muestras de valentía, curiosidad y resistencia física y mental, Alexandra David-Néel hizo honor a su ensayo Elogio a la vida, que escribió a los 21 años: «¿No es mientras estamos vivos que debemos vivir?». Quizá por eso, al cumplir 100 años renovó su pasaporte, «por si acaso». O para seguir cumpliendo su palabra cuando a los seis años de edad, encantada con los relatos de Julio Verne, les dijo a sus padres: «¡Viajaré!».

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