Educación

La educación financiera como motor de transición verde

Este tipo de formación puede ayudarnos a ajustar con precisión nuestras necesidades a la realidad financiera del momento, convirtiéndonos en individuos (y colectivos) más resilientes ante la incertidumbre.

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04
octubre
2022

Desde 2015, España celebra el Día de la Educación Financiera el primer lunes de cada mes de octubre, una efeméride promovida por el Plan de Educación Financiera que lideran la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), el Banco de España y el Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital. En ella, además, participan de forma activa el grueso de nuestros agentes financieros: las entidades de crédito, las aseguradoras, las instituciones de inversión colectiva, los fondos de pensiones, etcétera.

Cada año, esta fecha pone el foco en un aspecto complementario de la educación financiera: en 2022, por ejemplo, se situó en cómo promover unas finanzas más seguras frente a amenazas como la de la ciberseguridad. Más allá de esa temática anual, sin embargo, constituye un buen motivo para ponderar el grado de educación en aspectos financieros de la población y del tejido empresarial español y para identificar y enfrentar sus principales retos.

Desde el Centro de Finanzas Sostenibles y Responsables de España (Finresp), consideramos que una buena educación financiera constituye un activo para cualquier país y en cualquier momento del ciclo económico, si bien esta resulta especialmente valiosa en entornos complejos.

La educación financiera puede erigirse como una valiosa brújula con la que adaptar nuestras finanzas a nuestras necesidades

El de lo que resta de 2022, y seguramente de parte de 2023, influido por un encarecimiento de la energía y por un contexto inflacionario y de subida de tipos, es un buen ejemplo del mar revuelto en que la educación financiera puede erigirse como una valiosa brújula con la que huir de conductas mayoritarias; una forma de que cada uno de nosotros adapte sus finanzas personales o las de su negocio a su realidad y a sus necesidades concretas.

A título más general, el mundo al que nos conduce el cambio climático va a propiciar una transición no siempre lineal ni previsible. Uno en que a veces atravesaremos momentos complejos, pero también otros en los que la planificación financiera deberá ajustarse a las nuevas condiciones del entorno, como ocurre en la actualidad con la invasión de Ucrania. Es por eso que la educación financiera no puede ser una palanca de último recurso con la que ir adaptando nuestros conocimientos en el minuto previo o inmediatamente posterior a una perturbación imprevista; debe ser un aprendizaje profundo, integrado en nuestra cultura, y que además compartamos con nuestro entorno: una actitud colaborativa con la que compensar, por ejemplo, el escaso énfasis en la educación financiera de nuestros currículums académicos.

Así que la educación financiera nos vuelve más resilientes a nivel individual y colectivo en momentos inciertos. Además, en el ámbito concreto de la sostenibilidad, puede acelerar la adopción de criterios ambientales y sociales y la mejora de la gobernanza (o criterios ESG) de nuestras empresas.

El motivo es sencillo. En la actualidad, existe un quórum absoluto sobre que los costes de reorientar la economía mundial en una dirección sostenible son inasumibles para los gobiernos y las entidades supranacionales (y que, por lo tanto, la contribución de los agentes financieros es imprescindible). Ante esa constatación, el sector financiero está preparado para asumir ese papel, como quedó acreditado en la Cumbre del Clima de Glasgow (COP26).

Ese compromiso se desarrolla a través de una amplia gama de productos, pero cada vez existe una mayor oferta de soluciones financieras verdes: créditos que premian la superación de metas ambientales con un abaratamiento de sus costes, pólizas especialmente diseñadas para el aseguramiento de proyectos relacionados con la eficiencia energética, la movilidad sostenible o eventos relacionados con el cambio climático o fondos que solo invierten en empresas concienciadas ambiental y socialmente.

Estos productos solo tendrán un efecto transformador en el medio ambiente y en la sociedad si los individuos y empresas a los que van dirigidos los entienden, los contratan y los ponen realmente al servicio de sus transiciones verdes, y eso requiere un esfuerzo por mejorar las competencias y las capacidades financieras de los agentes. Especialmente de los adolescentes, que deberán estar preparados para contribuir a esa transformación social y productiva con confianza.

Adicionalmente, en el caso de las pequeñas y medianas empresas (PYMES), ese conocimiento y adopción de la nueva oferta de productos y servicios financieros sostenibles tiene además otra externalidad positiva: va a acelerar una apuesta por la sostenibilidad que, más pronto que tarde, va a exigirles la propia regulación.

De modo que la educación financiera de nuestros pequeños empresarios, que son la columna vertebral de un país de PYMES, es también una vía para que la sostenibilidad deje de ser un paradigma asociado a las grandes multinacionales y se convierta en una prioridad y en una fuente de ventajas competitivas de todo nuestro tejido productivo.


Juan Carlos Delrieu es director de Estrategia y Sostenibilidad en la Asociación Española de Banca, así como integrante del Comité Ejecutivo del Centro de Finanzas Sostenibles y Responsables de España (Finresp).

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