Salud

La respuesta no es dejar de comer

El fin de los periodos vacacionales siempre traen la misma conclusión: es el momento de compensar todos los excesos alimenticios para recuperar ‘ese cuerpo’ con las dietas restrictivas que recomiendan en libros, redes sociales y programas de televisión. Sin embargo, la cultura de la dieta puede acabar conduciendo a cuadros de ansiedad, atracones, insatisfacción corporal y una importante pérdida de autoestima.

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14
septiembre
2022

Marta tenía doce años cuando sus padres la llevaron por primera vez a un dietista. No fue la última. A lo largo de toda su adolescencia, visitó numerosas consultas, siempre con el mismo desenlace: imprimían una dieta hipocalórica genérica que debía cumplir a rajatabla. Nadie le preguntaba qué alimentos le gustaban y tampoco se preocupaban por su salud mental, lo único relevante era que la báscula reflejase una pérdida de peso.

«A los 16 estuve dos meses sin menstruación», recuerda Marta, que ahora tiene 32 años y recibe terapia psicológica por un trastorno por atracón. «Ahí mis padres se dieron cuenta de que igual tenían que frenar, pero eso era solo la punta del iceberg. Yo ya tenía un problema y no era el peso ni la falta de sangrado, era un Trastorno de la Conducta Alimentaria». Como ella, miles de personas se enfrentan a las consecuencias de las dietas restrictivas.

Si bien el término ‘dieta’ hace referencia a los hábitos alimenticios de una persona, es decir, a costumbres completamente individualizadas e idiosincrásicas, la sociedad ha desvirtuado este concepto hasta convertirlo en una serie de patrones rígidos que debemos seguir para podernos considerar saludables. Es por ello que cada vez más nutricionistas abogan por un cambio de paradigma renunciando al clásico término de dieta, pues implica un proceso finito que persigue un objetivo concreto; generalmente, bajar de peso. Meta que, en realidad, no suele mantenerse en el tiempo: un estudio sobre las 14 dietas más populares, como el ayuno intermitente o la dieta Atkins, concluyó que, si bien esas pautas pueden contribuir a reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares y bajar peso, sus beneficios no duran más de un año.

Si bien hay alimentos que nutricionalmente no nos aportan gran valor, psicológicamente sí que lo hacen: eliminarlos por completo es un cóctel molotov

El principal rasgo de las dietas para adelgazar es la restricción, a veces explícita y a veces sutil. En otras palabras, la mayoría de regímenes te prohíben alimentos concretos: los carbohidratos en la dieta keto, los lácteos o legumbres en la paleo o la mantequilla y el yogur endulzado con frutas en la detox. En otros casos, la prohibición no es manifiesta, pero se recuerda reiteradamente que hay ciertos alimentos insanos a reducir, provocando en las personas que realizan esa dieta la necesidad de evitar numerosas comidas.

Sin embargo, es en el equilibrio donde está la virtud y es que, si bien hay alimentos que nutricionalmente no nos aportan gran valor, psicológicamente sí que lo hacen. El resultado de eliminarlos por completo de la dieta es un cóctel molotov de ansiedad ante lo prohibido, descontrol de los impulsos y culpabilidad tras el atracón. Poco después aparece la necesidad de compensar. ¿Cómo? Recurriendo a dietas bajas en calorías.

Según los expertos, un niño de diez años necesita consumir, como mínimo, 1.500 calorías diarias, mientras que un adolescente de 16 años debería consumir una media de 2.600 calorías y un adulto de 30 años, aproximadamente, de 2.000. Estos datos varían en función de la altura, la masa muscular, la grasa corporal, el nivel de actividad, el género o la presencia de enfermedades físicas o trastornos psicológicos. Sin embargo, las dietas hipocalóricas do it yourself, es decir, aquellas publicitadas en internet, limitan la ingesta a entre 500 y 1.200 calorías diarias, una cantidad completamente insuficiente para cualquier ser humano.

Un estudio concluyó que, si bien las restricciones reducen los riesgos cardiovasculares y funcionan para perder peso, estos beneficios no duran más de un año

A nivel físico, las consecuencias son graves: amenorrea, anemia, mareos, déficits cognitivos, atrofia muscular, prolapso de la válvula mitral e insuficiencia cardíaca. Generalmente, estas afecciones se pueden tratar recuperando los hábitos alimenticios previos, pero muchas personas no tienen un punto de partida saludable al que volver, pues llevan toda la vida a dieta. Es ahí donde entran en juego las secuelas psicológicas de la restricción, que abarcan ansiedad, depresión y pensamientos obsesivos ligados a la alimentación –alteraciones psicológicas graves, pero tratables–. Lo difícil de manejar es la insatisfacción corporal y el autoconcepto basado en la delgadez, secuelas crónicas de una cultura de la dieta que acaba con cualquier resquicio de autoestima.

¿La solución? Tan obvia como compleja: intentar cuidar nuestro cuerpo porque lo amamos, no por aversión o penitencia. Hacer dieta no debe ser un castigo por haber engordado tres kilos en verano, por tener celulitis en los muslos o por no caber en ciertas prendas. Los indicadores de éxito externos –siendo los ejemplos prototípicos perder peso o bajar tallas– son poco fidedignos, pues no contemplan el músculo que se gana o se pierde, la fase del ciclo menstrual o las diferencias en el tallaje de la ropa en función de la tienda. En cambio, los indicadores internos nos permiten lograr cambios palpables y persistentes: si tienes más energía, duermes mejor, te concentras con más facilidad, sufres menos dolores de cabeza, tu libido aumenta y mejora tu densidad capilar, es que tu cuerpo está nutrido.

Recorrer este camino no es fácil ya que, pese a que a día de hoy tenemos acceso a más información que nunca, no sabemos lo que está bien y lo que está mal. La respuesta no se encuentra en posts de Instagram que venden un menú de ayuno, caldo de pollo y ensalada de brotes verdes como lo más apetecible y saludable. Tampoco en libros que prometen hacerte adelgazar diez kilos en un mes. Mucho menos en páginas de internet que ignoran por completo gustos, biología y salud mental. Debemos acudir a profesionales de la salud, es decir, nutricionistas que nos enseñen lo que es mejor para nuestro cuerpo y psicólogos que nos ayuden a cuidar nuestra mente durante el proceso.

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