Sociedad

Relájate… ¿y vivirás más?

La ciencia ya ha demostrado que los síntomas físicos, como el mareo o los temblores, repercuten directamente sobre nuestros estados mentales. Sin embargo, algunos estudios recientes sugieren una causalidad inversa: que los estados mentales podrían afectar a las manifestaciones fisiológicas del organismo.

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27
mayo
2022

Un episodio de ira intensa está asociada a una mayor probabilidad de sufrir un ataque al corazón en las siguientes dos horas. Esta es la conclusión a la que llegó un estudio de la Universidad de Sidney en 2015. ¿Cómo es posible? Varias teorías apuntan a que el estrés provocado por el enfado hace que se incremente la presión sanguínea, el ritmo cardíaco, la constricción y coagulación de los vasos sanguíneos. Todo factores de riesgo cardiovasculares. De momento son solo eso, teorías. La evidencia está pendiente.

Lo que en principio sí está claro es que cuerpo y mente no son independientes. Uno no existe el uno sin el otro, y por eso cabe esperar que interactúen. Por ejemplo, trastornos como la depresión arrastran inevitablemente síntomas fisiológicos como la fatiga, problemas digestivos o dolor muscular. Y el estrés crónico, otro ejemplo también a la orden del día, está totalmente vinculado a una desestabilización del sistema inmunitario y reproductivo, entre otros.

Si existe una interacción, también debería haber una direccionalidad. Es decir, ¿son los estados mentales los que provocan determinados procesos fisiológicos o sucede al revés? Según lo que sabe la ciencia actualmente, por ahora la relación entre ambas es correlativa, no causal. Y aunque lo fuera, la consecuencia también contribuiría a potenciar la causa, manteniendo un círculo vicioso que se explica mejor con un ejemplo.

En ocasiones, nuestras emociones pueden llevarnos a dejar de prestar atención a nuestro cuerpo, incrementando la fatiga

Un día nos sentimos con poca energía y surgen pensamientos pesimistas. Esta actitud negativa es parcialmente responsable de que ese día comamos menos, nos relacionemos menos y durmamos menos, lo que provocará una mayor fatiga. Y vuelta a empezar. Por esta razón (y muchas otras) es tan complicado el tratamiento de las enfermedades mentales: no sabemos por dónde cogerlas.

Una de las primeras incógnitas a despejar es si las personas somos capaces de intervenir conscientemente en algún punto de este círculo vicioso para frenar el desarrollo de una potencial patología. Por el momento es atrevido aceptar que podemos alterar las manifestaciones fisiológicas a nuestra merced pero ¿podemos alterar voluntariamente nuestros estados mentales? Una vez más, depende. Los científicos más reduccionistas dirán que no, que una emoción es igual de involuntaria que un dolor de muela, y que por tanto todo depende de cómo tu cerebro actúe frente a los estímulos que percibe.

Por otra parte, hay corrientes que son más optimistas en este aspecto (aunque no necesariamente más correctas). Un estudio publicado por la Radiological Society of North America indica que si una persona está de mal humor antes de un procedimiento médico, es más probable que este procedimiento vaya mal. Para demostrarlo, los investigadores pusieron una sonda a 230 pacientes que iban a pasar por la sala de operaciones, para así medir lo que ocurría en su interior de su cuerpo.

La clave está en modificar comportamientos voluntariamente que, al convertirlos en hábito, mejorarán nuestra actitud, y por tanto, nuestra salud

Antes del procedimiento, les hicieron rellenar un cuestionario sobre su estado emocional. De esta manera, los resultados revelaron que los sujetos con más sentimientos negativos padecían más eventos adversos de la operación, como una alteración anormal de la presión sanguínea. Este estudio, sin embargo, no pretende sacar conclusiones precipitadas; es solamente una primera aproximación a un terreno médico aún por explorar.

No obstante, este tipo de publicaciones han sido el origen de planteamientos cognitivos nuevos: ¿y si realmente podemos reflexionar sobre lo que queremos que ocurra en nuestro cuerpo y convencer al cerebro de que lo haga? No es sencillo decirse a uno mismo «eh, no estés triste» o «venga, mantente positivo que tu cuerpo reducirá la fatiga». De nada servirá a quien realmente está al borde de la ansiedad. Por eso, la clave está en modificar comportamientos voluntariamente que, al convertirlos en hábito, mejorarán progresivamente nuestra actitud, y por ende, nuestra salud física.

Así pues, la intención es el primer paso, y los cuatro siguientes son dormir las horas que tu cuerpo necesite, hacer ejercicio diario –aunque sea caminar–, mantener una dieta equilibrada y estar hidratado siempre. Quizás no son los métodos más sofisticados para dominar al cerebro, o suena al mismo mensaje de siempre, pero es el único en el que coincide prácticamente toda la comunidad científica. 

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