Cultura

Marga Gil Roësset, el prodigio que pudo ser

La artista mantuvo un enamoramiento secreto por Juan Ramón Jiménez. Se quitó la vida a los 24 años, una decisión a la que se le achacó la «pasión enfermiza» por el poeta y que relegó a un segundo plano la extensa obra de una de las artistas españolas más relevantes del siglo XX.

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15
septiembre
2022

Hace unos años comenzó a visibilizarse la obra de mujeres destacadas en la época de la llamada Generación del 27, cuya trayectoria artística había quedado eclipsada por las grandes figuras masculinas. Este grupo, del que se ha creado un documental, recibió el nombre de Las Sinsombrero, en referencia a aquel conocido acto transgresor en el que Maruja Mallo, Margarita Manso, Salvador Dalí y Federico García Lorca se quitaron el sombrero al pasar por la Puerta del Sol. Muchos nombres de mujeres se han situado en una línea más visible: la filósofa María Zambrano, las escritoras María Teresa León y Rosa Chacel, o la poeta Josefina de la Torre. Ellas, junto a muchas otras, participaron en la modernización social y cultural de España en los años 20 y 30, aunque la mayoría han sido olvidadas en los libros de texto.

Uno de estos casos es el de Margarita Gil Roësset, escultora, ilustradora y poeta madrileña de breve pero prolífica vida artística. Nació en Las Rozas en 1903. Su madre, Margot Roësset, fue quien le transmitió su pasión por el arte, conocer distintas lenguas y viajar. Aunque era una familia de mujeres destacadas: su hermana mayor, Consuelo, fue escritora; su tía, María Roësset, pintora al igual que su prima Marisa. Pero a la artista tampoco le hizo falta demasiada ayuda, ya que era una niña prodigio. Su destreza dibujando se hizo más que evidente a los siete años, edad en la que también despuntó escribiendo e ilustrando su primer cuento, dedicado a su madre. Cinco años después nacieron de sus pinceles las ilustraciones para El niño de oro, otro relato escrito por su hermana.

La vida de Gil Roësset tomó un nuevo camino cuando con solo quince años decidió cambiar de disciplina y optar por la escultura. Para que tuviera una formación de calidad, su madre la llevó al estudio del escultor Victorio Macho, precursor de la escultura contemporánea española que no aceptó la tarea porque, según dijo, podía «contaminar»su talento. Así que la artista, totalmente autodidacta y sin apenas influencias externas, terminó por convertirse en «inclasificable y llena de talento», según el colectivo de críticos de la época.

Tenía todo el futuro por delante. Sus obras fueron aceptadas en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de 1930 y de 1932. A los 22 años, presentó un Adán y Eva en la Exposición Nacional de Escultura y las críticas no pudieron ser mejores. Su fuerza y su originalidad no dejaban lugar a dudas de su talento. Además, fue inspiración de intelectuales de su tiempo, influyendo en autores tan reconocidos como Antoine de Saint-Exupéry, quien se inspiró en sus ilustraciones para El principito.

Pocas cosas parecían poder torcerse y, sin embargo, así sucedió.

Para la prensa de la época, el suicidio de la artista fue un caso claro de «pasión enfermiza» por Juan Ramón Jiménez

Las hermanas Gil, eran admiradoras de Zenobia Camprubí, traductora del conocido poeta bengalí Rabindranath Tagore y esposa del poeta Juan Ramón Jiménez. En el año 1932, en un recital de ópera, el matrimonio y conoció a las hermanas. Gil se ofreció a hacer un busto de Camprubí, y en las visitas a la casa de Ramón Jiménez su amor por este estalló. «Qué se yo por qué te quiero tanto… vamos… sí sé… comprendo muy bien que se quiera así… pero… querría no quererte tanto», escribió en su diario mientras tallaba la escultura de Camprubí.

El 28 de julio de 1932, con 24 años, Margarita Gil fue a la casa de unas amitades y le dejó a Juan Ramón el diario pidiendo que no lo leyera en ese momento. El poeta siguió sus indicaciones y continuó trabajando como cualquier otro día. Mientras tanto la escultora se fue a su taller, destrozó la obra que guardaba allí, cogió una pistola y se suicidó. Dejó varias cartas escritas: una para su padre y su madre, otra para su hermana y una última para Zenobia Camprubí, donde le confesaba su amor por Juan Ramón Jiménez.

Marga Clark, sobrina de la autora, publicó años más tarde un libro sobre la artista, Amarga luz, donde habla sobre su proceso humano y creativo. Y es que los titulares tras su muerte se llenaron de la expresión pasión enfermiza, y para Clark esto no era cierto, ya que la artista no atravesaba ningún proceso de enfermedad. También critica que a autores como Larra, que al parecer también se suicidó a causa de un amor no correspondido, se les califique como apasionados y que a las mujeres, en cambio, se les llame enfermizas. Además, en el caso de Gil, el suicidio parece haber eclipsado toda su exitosa trayectoria, una considerable injusticia, cuando puede que en su decisión incluyesen algunos otros motivos más. Sea como sea, es considerada como una de las artistas más relevantes del siglo XX en España.

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