Economía

«Hemos avanzado más en sostenibilidad corporativa durante estos dos años que en los últimos diez»

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31
agosto
2022

Para Paul Polman (Países Bajos, 1956), todavía hay oportunidad de mantener el cambio climático a raya. Por dos motivos muy concretos: en primer lugar, gracias a las generaciones jóvenes que, mucho más fieles a sus propósitos, tienen en sus manos las respuestas más creativas al reto del siglo, pero también gracias a un mercado financiero que ya «no duda en que sale más caro actuar que no hacerlo». Desde su punto de vista, el coronavirus, la invasión de Ucrania y la actual crisis energética solo han conseguido hacer más evidente que «dirigir las empresas atendiendo únicamente a los accionistas ya no tiene sentido». Por eso, el ex CEO global de la multinacional Unilever acaba de publicar junto al experto en sostenibilidad, Andrew Winston, el libro ‘Net Positive’ (Harvard Business Review Press), una obra que esboza los principios y las prácticas que las empresas deben seguir no solo para sobrevivir y prosperar, sino para dejar una huella verde en el planeta. Un nuevo paradigma basado en la sostenibilidad corporativa donde las compañías desplieguen modelos empresariales duraderos orientados a mejorar la vida de los ecosistemas en los que operan sin dejar de lado la rentabilidad a largo plazo de los accionistas. En esta entrevista reflexiona sobre la urgencia de que los Gobiernos trabajen alianzas más seguras con las compañías, los retos que deben asumir los CEO que aún siguen pensando en el beneficio a corto plazo y las tendencias que marcarán el futuro más próximo.


Fuiste CEO de Unilever desde 2009 hasta 2019, una década convulsa en la que, a pesar de todo, conseguiste incrementar el beneficio de los accionistas en un 300% al mismo tiempo que situabas a la compañía a la cabeza de la sostenibilidad. ¿Cómo pudieron casar ambos aspectos en un momento en el que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) no estaban a la orden del día?

Entré a Unilever en pleno 2009, es decir, en el pico de la crisis financiera que asoló a medio mundo con una idea muy clara: el papel de las empresas es resolver los problemas, nunca generarlos. Y en ese momento de la historia, las consecuencias de la crisis financiera que estábamos observando a corto plazo no eran más que meros síntomas de algo que estaba ocurriendo a un nivel global; síntomas de un sistema económico y productivo que debía cambiar. Sin embargo, los Gobiernos se empeñaban en gastar dinero para frenarlos mientras los problemas medioambientales se hacían cada vez más y más evidentes. Además, hay algo aún más esclarecedor: Unilever nació en el siglo XIX con el objetivo de resolver los problemas de higiene que afrontaba aquella generación en la época victoriana y que acababan con la vida de uno de cada dos recién nacidos. Sus fundadores ya hablaron entonces de los beneficios a largo plazo que traía consigo la resolución de los problemas sociales. Vi en ese discurso el modelo perfecto para el contexto de los 2000.

«Para conseguir esta transformación se necesitan dos tipos de propósito: el de la propia compañía y el individual, el de los empleados»

Pero en un momento como ese, que requería la urgencia de los rescates económicos para frenar las peores consecuencias de la crisis, tu estrategia hubo de enfrentarse a algunas reticencias. 

Así es. Nos hacía falta una prueba para demostrar que apostar por una estrategia más amigable con las sociedades y el planeta iba a ser mejor que seguir la de Milton Friedman, aunque ya se estaba haciendo evidente: las empresas se estaban preocupando más por cumplir a corto plazo que por mantenerse a flote. Por tanto, el primer reto fue la compañía en sí, que también había caído víctima del cortoplacismo. Necesitaba un cambio de estrategia. Sin embargo, para conseguir esta transformación se necesitan dos tipos de propósito: el de la propia compañía y el individual, el de los empleados. Uno no puede vivir sin el otro, y por eso contratamos a muchas personas nuevas. Por supuesto, los shareholders [accionistas] estaban muy preocupados porque no acababan de entender cómo el largo plazo iba a crear valor, así que tuvimos que ver caer el precio de las acciones en un 18%, aunque ya se había desplomado con mi entrada como presidente, por lo que tampoco me preocupó demasiado. Eso sí: tenía que crear las condiciones necesarias para que tanto empleados como accionistas y consejeros se sintieran cómodos y eso, en el momento, fue una auténtica revolución: implicó asumir la responsabilidad de nuestro impacto y marcarnos metas que siguieran las pautas marcadas por la comunidad científica. Nos convertimos, así, en una de las primeras compañías en seguir el camino net zero.

¿Qué demuestra esta fotografía a aquellos directores corporativos que aún no se atreven a convencerse de que la sostenibilidad corporativa puede traducirse en crecimiento a medio-largo plazo?

Ahora es mucho más sencillo verlo porque cada vez más empresas son más conscientes de los límites planetarios y los problemas que generan. España lo está demostrando: está haciendo una inversión enorme en parques eólicos y los Gobiernos se están moviendo más rápido con la legislación [Ley de Cambio Climático, Ley de Residuos Plásticos, Ley Crea y Crece] para allanar el camino. La gente se ha dado cuenta de que sale más barato actuar que no hacerlo, y así lo dicen los datos cuando demuestran cómo las compañías que se mueven hacia los ODS tienden a funcionar durante más tiempo, son mejores empleadoras, crean mejores relaciones en la cadena de valor, etc. Lo que necesitamos saber es cómo lidiar con ello, cómo dirigir la energía para implementar esta transformación a gran escala. Y aquí juega un papel fundamental algo que puede resultar sorprendente a día de hoy: el nivel de concienciación entre los CEO es todavía muy pequeño porque tienen demasiado en el plato como para centrarse en todo este cambio de paradigma. Pero ya no es suficiente con reducir las externalidades negativas –como las emisiones de su producción o la deforestación–, sino que hay que cambiar la mentalidad; hay que pasar de ser menos malos a ser regenerativos. Eso es a lo que nos referimos cuando hablamos en el libro del net positive, un término que da a los directivos el coraje que necesitan para seguir trabajando.

Para dar forma a vuestro libro hablasteis con decenas de empresas sobre sus objetivos, sus necesidades y sus miedos. Y vuestra conclusión es que, si bien están encaminadas en la transformación verde, aún tienen mucho trabajo por hacer. 

Un tercio de la economía global ya ha adoptado las metas marcadas por la comunidad científica para frenar el aumento de las temperaturas. Aunque tengan que seguir trabajando, es una buena noticia ver que tantas hayan empezado a moverse. De hecho, estamos viendo más progreso en estos dos últimos años que en los diez anteriores. Si bien es cierto que el contexto actual no lo hace más fácil: la guerra de Ucrania, la tensión política en Estados Unidos, los enfrentamientos con China y la pandemia son factores adversos que necesitamos tener en cuenta a la hora de actuar. Pero, incluso así, los estudios demuestran que es mejor si nos movemos ya, generando alianzas entre empresas y Gobiernos para construir marcos de actuación que nos beneficien a todos.

«Hablar de ‘greenwashing’ es positivo: demuestra que los consumidores se están volviendo cada vez más exigentes y vigilantes»

Según un informe de Energy & Climate, un 20% de las compañías ya tienen objetivos de reducción de emisiones que siguen las líneas marcadas por la ciencia. Es un número enorme, pero ¿realmente es suficiente para frenar el incremento de las temperaturas? Si no lo es, ¿cómo podemos saber si una empresa verdaderamente está haciendo lo que puede o, de lo contrario, está apostando por el simple greenwashing?

El hecho de que podamos hablar de greenwashing, en realidad, es positivo. Demuestra que las compañías están moviéndose para mejorar sus objetivos a la vez que los consumidores se están volviendo cada vez más exigentes y vigilantes con sus formas de trabajar. Si no, no existiría el término. Es así de sencillo. En cuanto a tu pregunta, por supuesto que hay compañías que se marcan objetivos poco fiables y firman papeles y manifiestos sin hacer nada posteriormente y esperando a que otros lo hagan por ellas. Pero hay algo que cambia las tornas: los primeros en llamar la atención sobre si una empresa está mintiendo con sus objetivos son sus propios empleados. Ahora mismo, el poder de presión de la plantilla es enorme. También juegan un papel fundamental la transparencia y la presión legislativa, que dejan un espacio cada vez más pequeño para el greenwashing. Sin ir más lejos, la taxonomía marcada desde Europa ha forzado a las compañías a avanzar por una legislación cada vez mayor. Si bien puede ser un reto, esto demuestra que es mucho mejor ser proactivo que reactivo.

Como tú bien has dicho, la invasión de Ucrania ha sentado precedente también a la hora de demostrar como la gestión energética puede complicar la Transición Verde. Un buen ejemplo es el Climate Act de Joe Biden, su multimillonario plan para el clima que, si bien destina 375.000 millones de dólares a planes contra el cambio climático, también ha facilitado las concesiones para los combustibles fósiles. ¿Qué papel juegan los Gobiernos en este cambio de mentalidad que mencionas? ¿De qué forma deberían estar involucrados?

Por supuesto. Son cruciales y, por eso, deben hacer mucho más. No podemos resolver nada sin ellos. Ahora mismo, el 90% de las emisiones globales ya está cubierto con planes net zero. La mayor se cumplirán en 2050 –2060 en el caso de China y 2070 en cuanto a India– y esto es gracias al esfuerzo que han hecho las instituciones públicas. Aún así, desde mi punto de vista, las propias necesidades de las empresas están generando su propia gobernanza y convirtiéndose en un motor de cambio (lo vimos muy claro en la COP26). No obstante, como sabemos, la política es muy complicada y, en numerosas ocasiones, sigue apostando por el corto plazo: muchos políticos piensan únicamente en ellos y eso, en parte, es nuestro problema, porque significa que ya no estamos votando bien. ¿Cómo cambiamos esta situación? Educando a los Gobiernos en el coste de las externalidades negativas de su gestión y las consecuencias que generan en la sociedad. La muestra más evidente son la escasez del agua en Europa y los incendios forestales que han asolado el planeta este verano, lo que evidencia que hacen falta asumir planes holísticos que respondan a múltiples ámbitos a la vez. Lo que necesitamos es una solución global, y para eso hace falta ayuda del sector privado y de los propios ciudadanos. En la actualidad, son pocas las empresas que trabajan mano a mano con los Gobiernos, porque se sienten muy frustradas. No saben cómo acercarse a ellos y, cuando lo hacen, normalmente es a través del lobbismo. Aquí entra en juego lo que definimos en el libro como positive advocacy: que las compañías formen alianzas y practiquen el lobbismo pero no solo para su mero interés, sino trabajando con los Gobiernos para desarrollar objetivos comunes. Por ejemplo, animan a los Gobiernos a desarrollar planes nacionales para frenar el incremento de temperatura y ellas le compran al país hidrógeno verde para contribuir.

«Son pocas las empresas que trabajan con los Gobiernos: no saben cómo acercarse a ellos y, cuando lo hacen, normalmente es a través del ‘lobbismo’»

Por segundo año consecutivo, el mundo no ha hecho ningún progreso en materia de ODS, según las propias Naciones Unidas. Como ya mencionaste, las crisis sanitarias, climáticas y geopolíticas que estamos viviendo de forma simultánea han supuesto un importante revés para los avances. ¿Estamos a tiempo de recuperar el aliento?

No cabe duda de que tan solo el coronavirus ha conseguido que perdamos entre 10 y 15 años de avances en los ODS. Y la invasión rusa, como es obvio, también ha secuestrado la agenda. Aunque aquí me gustaría añadir un matiz: creo que las consecuencias que nos está acarreando el conflicto bélico en Ucrania es, en parte, un resultado directo de los problemas que tenemos por resolver, incluida nuestra dependencia de los combustibles fósiles. Han quedado expuestas tantas carencias que estoy seguro de que van a generar una respuesta mucho más rápida de los Gobiernos para evitar volver a ese viejo sistema que, como ya se ha encargado de demostrar, nunca ha funcionado. Y si es cierto que ahora mismo el avance de los ODS está algo parado, también lo es que en los últimos años hemos sido testigos de importantes avances. Vuelvo a remitirme a España, que es un país que está dando grandes pasos en materia de educación, igualdad, empleo, energías verdes y pobreza energética. Las aprobaciones de las distintas leyes demuestran que es una nación con un potencial enorme para convertirse en líder del cambio para inspirar al resto de vecinos de la Unión Europea.

¿Qué pasos debería seguir una compañía para ser net positive?

En primer lugar, es fundamental dibujar las metas que marque la comunidad científica. Si estas resultan incómodas o, por el contrario, todas las respuestas ya están claras, entonces es que no son suficientemente agresivas y es posible hacer más. Por tanto, mi primera recomendación es escuchar lo que dice la ciencia, lo que se necesita asumir y la responsabilidad total del impacto de esa compañía en concreto. Por otro lado, toda empresa que quiera ser net positive necesita ser consistente. Lo hemos visto con el Climate Act de Biden: las compañías lo han aplaudido, pero posteriormente las asociaciones comerciales han hecho lobby contra esa legislación. Así que, es importante que el sector sea consistente y haga todo lo necesario de la mano de las partes interesadas. Al final, no se trata de nada más que de confianza. Cuanta más transparencia, mayor confianza y mayor competencia.

Mirando al futuro, ¿qué nuevos modelos o ejemplos de alianzas publico-privadas te aportan cierta esperanza a la hora de abordar el cambio climático?

Lo más importante que debemos destacar es que los estudios demuestran que aún estamos a tiempo de mantener el cambio climático a raya y crear una economía más sostenible e inclusiva para las generaciones venideras. Eso es lo que me mantiene verdaderamente esperanzado, primero, porque es posible conseguirlo y, segundo, porque ya nadie, absolutamente nadie, puede negar que necesitamos cambiar. Ya hemos llegado a ese punto donde sale más caro no actuar que hacerlo, con lo cual ya no hay lugar a excusa. Por eso el mercado financiero se está moviendo tanto ahora mismo. En esta transformación, uno de los grandes aliados es –y será– la tecnología, y lo cierto es que tendemos a subestimar su velocidad de transformación cuando nos permite hacer mucho más de lo que pensamos. En este sentido, siempre me sorprende que muchos CEOs crean aún que apoyarse en la tecnología para conseguir sus metas sostenibles es caro cuando, en realidad, no lo es. De todas formas, y por último, hay otro motivo más para el optimismo: las generaciones jóvenes. Ellos son los verdaderos agentes de cambio porque están mucho más orientados en sus propósitos, buscan más alianzas y piensan de forma multigeneracional, lo que les hace ser mucho más creativos en la generación de soluciones. Por eso necesitamos darles un espacio en la mesa del debate. Wangari Mathaai, la primera mujer africana en recibir un premio Nobel, dijo en una ocasión que «a lo largo de la historia llega un momento en el que la humanidad siempre se ve obligada a dar el salto a un nuevo nivel de conciencia, un nuevo terreno moral». Y ese tiempo es ahora: si estás en posición de poder hacer algo, y todos lo estamos, hay que dar el paso.

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