Cultura

Una carta con corazón

La conocida misiva que Simone Weil escribió para Georges Bernanos en 1938 muestra con claridad la moralidad humanista de la filósofa, que no concebía el sufrimiento y la violencia ejercida contra las personas, independientemente de que su ideología política estuviera alejada de la suya propia.

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29
julio
2022

Hay muchos motivos por los que una persona puede pasar a la Historia: políticos, literarios, científicos, sociales. Pero si hay uno que sobresale, aunque muchas veces no se ponga en valor, ese es el motivo humano. Cuando alguien es capaz de demostrar su valía como persona, independientemente de la situación o del contexto, está dejando constancia de que es posible creer en una esencia bondadosa y justa. Esto es precisamente lo que sucede con Simone Weil.

La filósofa y activista política francesa estuvo al lado del bando republicano durante la Guerra Civil española. Sin embargo, eso no le impedía ser crítica y despreciar unos actos que no le parecían deseables para sentar unas bases en torno a la moralidad. Weil se consideraba pacifista, pero también simpatizaba con el anarquismo. En agosto de 1936 llegó a Barcelona y se integró en el Grupo Internacional de la Columna anarquista de Buenaventura Durruti. A mediados de agosto, llegó con la columna a Pina de Ebro, a unos kilómetros de Zaragoza, donde escribió pequeñas anotaciones de su diario de guerra. A finales de septiembre del 36, y después de algunos accidentes que repercutieron en su salud, regresó a Francia.

En 1938, cuando la Guerra Civil española estaba en su apogeo, envió una carta al escritor George Bernanos, también originario de Francia, católico , conservador y simpatizante de los militares rebeldes. En esa misiva, la filósofa manifiesta un vínculo complejo y profundo con el cristianismo. Vínculo del que se mantuvo alejada pero que, sin embargo, no era inexistente: aunque pertenecía a una familia judía no practicante, tuvo varias experiencias místicas pero, durante toda su vida, Weil se mantuvo al margen de la Iglesia Católica y otras instituciones religiosas.

En la carta, Weil le confiesa a Bernanos que no le molestaría pertenecer a una iglesia que limitara los ingresos económicos de sus miembros

Quizá por eso resultan de especial interés las palabras que la filósofa expone a Bernanos, al decirle que no le molestaría pertenecer a una iglesia que limitara los ingresos económicos de sus miembros. Es posible también que esa esencia cristiana esté en parte en el trasfondo de una carta enfocada, si no al amor al ser humano, sí a la conciencia de la generación de un dolor aberrante e innecesario.

«Tal vez las cifras no sean lo esencial en semejante materia. Lo esencial es la actitud con respecto al hecho de matar a alguien. Ni entre los españoles, ni siquiera entre los franceses llegados, sea para combatir, sea para darse un paseo (…), he visto nunca expresar, ni siquiera en la intimidad, la repulsión, el desagrado ni tan sólo la desaprobación por la sangre vertida inútilmente». En este fragmento Weil se muestra contraria a la muerte por la muerte, no le ve sentido, no cree que sea un acto humanamente justificable.

Weil decía: «Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse a un castigo ni reprobación, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a aquellos que matan»

En otro momento de esta famosa carta, la filósofa dice con claridad: «Usted me es más cercano, sin comparación, que mis camaradas de las milicias de Aragón, esos camaradas a los que, sin embargo, yo amaba». ¿Por qué se siente tan cercana a alguien ideológicamente tan distante? Probablemente la respuesta esté en que Bernanos también se desencantó con los crímenes del bando nacional o, más exactamente, con el uso de la una ideología concreta para justificar una infinidad de crímenes. Su postura conservadora y la defensa del cristianismo no le pusieron una venda en los ojos. La muerte y la violencia estaban delante de él y no era algo que le resultara indiferente.

La carta de Weil parece desvelar que a ella le sucedía algo parecido. Lo que no compartía, lo que despreciaba, era el uso de la violencia de manera desproporcionada, de una manera casi banal. No entendía que el sufrimiento no fuese atendido. Es más, no compartía la celebración de los combatientes. «Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse a un castigo ni reprobación, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a aquellos que matan. Si por casualidad se experimenta primero cierto desagrado, se calla y pronto se lo sofoca por miedo a parecer que se carece de virilidad». Esta conexión entre guerra, violencia y masculinidad tampoco quedaba fuera de la reflexión de Weil.

Y es que no hay mayor muestra de un ejercicio de poder que provocar la muerte a otro ser humano de manera deliberada. En este caso ella presenciaba este comportamiento entre sus compañeros y la desconcertaba. ¿Cómo defender la búsqueda de justicia social cuando se mata deliberadamente? ¿Acaso el fin revolucionario podía contemplar la muerte como algo deseable? Estos y otros cuestionamientos son los que acercaron a Weil y a Bernanos, que decidieron llegar a un lugar de encuentro para contrarrestar esos tantos lugares de muerte que les rodeaban.

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